El legítimo sueño de la integración

El próximo 5 de julio, con la constitución en Venezuela la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), se estará concluyendo el proyecto bolivariano del Congreso Anfictiónico de Panamá

FÉLIX LÓPEZ

La noticia cumple hoy 185 años: barcos estadounidenses llevan cargadas sus bodegas de armas y pertrechos para los realistas españoles que conspiran contra la independencia de la Gran Colombia. Al mismo tiempo, y contra la voluntad de Simón Bolívar, el gobierno estadounidense envía una delegación al Congreso Anfictiónico de Panamá, convocado por El Libertador con el propósito de edificar una Confederación de Estados Latinoamericanos.

Existen pruebas de que el Secretario de Estado norteamericano, Henry Clay, instruyó a los integrantes de esa delegación a que boicotearan y se opusieran a cualquier resolución que naciera del encuentro. Pero el plan se frustra: en parte, porque uno solo de los enviados gringos llegó a Panamá cuando el Congreso Anfictiónico ya había concluido. El otro murió en el camino.

Sin duda, Bolívar estaba convencido de la voracidad imperial hacia América Latina. Era uno de los más importantes arquitectos de la unidad continental y su ideal de la Patria Grande había sido expresado claramente en la Carta de Jamaica (1815). En ella se refiere explícitamente a la necesidad de una integración político-militar de las naciones recién independizadas del dominio español.

A partir de 1822, desde la República de Colombia, Bolívar comenzó a establecer empalmes diplomáticos con México, Perú, Chile, Centroamérica y Argentina, invitando a formar esa confederación que nivelara las visiones regionales y "sirviese de consejo en los grandes conflictos, de punto de contacto en los peligros comunes, de fiel intérprete en los tratados públicos, y de conciliador, en fin, de nuestras diferencias" [1].

Lamentablemente, los intereses sectarios y el fantasma del imperialismo interfirieron para impedir la conformación de la alianza más grande que estuvo a punto de concretarse en la época. Ahora, no sabemos a ciencia cierta qué se discutió en muchas reuniones secretas de las que no existen las actas respectivas. Lo que sí consta es que "diplomáticos" norteamericanos recorrieron el continente vendiendo su planteamiento monroísta: ellos como la cabeza y el poder de América.

Tres años después del sabotaje imperial al Congreso de Panamá, en 1829, ocurrió otra indignante intromisión diplomática gringa: el representante de los Estados Unidos en Bogotá, general William Henry Harrison, fue descubierto y expulsado por el Gobierno de la Gran Colombia. Actuaba como cerebro de un complot dirigido a derrocar a las autoridades de ese país¼ ¿Resultado de la conspiración? El asesinato en Berruecos del patriota Antonio José de Sucre. Y un año después, tal como estaba planeado, se produjo la disgregación de la Gran Colombia.

Son esos hechos los que adelantan el razonamiento más antimperialista de Bolívar e inspiran la famosa reflexión de la Carta de Guayaquil: "Los Estados Unidos (¼ ) parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias en nombre de la Libertad" [2].

Notas:
[1] Jaime Galarza Zavala, "La Gran Colombia al revés", Soberanía, 2003.
[2] Luis Suárez Salazar, "Las bicentenarias agresiones de Estados Unidos contra América Latina y el Caribe: Fuente constante del Terrorismo de Estado en el hemisferio occidental".

 

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