crónica de un espectador

La crisis de Nicolas Cage

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT
rolando.pb@granma.cip.cu

En un futuro quizá alguien escriba algo así como "hubo una vez un buen actor llamado Nicolas Cage, que presionado por el fisco, temeroso de ir a la cárcel como le sucedió a su amigo Wesley Snipes, se vio obligado a filmar cualquier cosa".

Esa cualquier cosa es Tiempo de brujas, el filme de estreno en los cines, realizado en el 2010 por Dominic Sena y que no debe confundirse con el Aprendiz de brujo, también de ese año y otro tiro por la culata para el premiado actor de Leaving Las Vegas (Oscar, 1995).

Nicolas Cage en Tiempo de brujas.

Por lo regular cuando un actor alcanza una categoría extra en el ámbito internacional se cuida de lo que filmará, y si filma lo que no debe, se encarga de dejar claro que lo hace por mucho dinero, como es el caso de los pocos minutos que le dedicó Marlon Brando a ser padre del Superman de los años 70 (también Marlon estaba bruja por aquellos tiempos).

Nicolas Cage cayó en bancarrota durante la crisis financiera del 2008 y ha tenido que bajar tarifas para recaudar a cualquier precio lo que le adeuda a la Hacienda Pública, de ahí que un año haya figurado en varios proyectos que desde la etiqueta del "puro entretenimiento" dejan mucho que desear.

Tiempo de brujas se ubica en la siempre atractiva Edad Media, cuando el caballero que interpreta Cage debe demostrar que una joven acusada de hechicera no lo es, y para ello emprende un largo viaje a tierras ignotas acompañado de unos duros guerreros que no creen ni en mortales ni en fantasmas.

El resultado es uno de esos filmes que en el arranque promete lo que nunca otorga y que débil de imaginación se apoya ––como sucedía en el Aprendiz de brujo, con toda aquella "chocadera de carros"–– en fórmulas tantas veces vistas que avergüenzan.

Pero el mal mayor está en el guión, torpe y recurriendo a sustos de poca monta, sin olvidar las actuaciones, la peor, la del propio Nicolas Cage, desangelado, como si tuviera la mente ocupada en efectuar operaciones de suma y pago y no en la empresa vital que, debajo de su profusa melena, debe emprender para demostrar que su protegida no es la causante de la peste negra que devora a Europa.

La crisis financiera incubada en los Estados Unidos hace dos años tuvo una cifra en suicidios todavía desconocida.

La carrera cinematográfica de Nicolas Cage, luego de tanto desastre, está en peligro de correr la misma suerte.

 

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