de
la sala hospitalaria invadida
por revendedores; dónde estaban los regentes de la obra constructiva
que se eternizaba mientras los materiales tomaban enrevesados
caminos? "Seguro que en sus oficinas, arreglando el mundo", diría
aquella señora desinhibida, la misma que, periódico en mano y tras
leer sobre cierta congregación de funcionarios, volviera a soltar:
"Lo más probable es que esta gente se la pase reunida".
Y sí, en este archipiélago demasiada gente salta de reunión en
reunión, a puertas cerradas y con prohibición de interrumpir,
mientras la vida afuera desanda trillos que pocas veces se cruzan
con los designios de tantísimas tertulias eternizadas.
Le llaman el "reunionismo", y no es difícil encontrar a quienes,
agobiados por tantas citaciones, han sacado la cuenta del tiempo que
gastan entre cuatro paredes, diez acuerdos no cumplidos, cinco más
para el próximo mes, una merienda (en el mejor de los casos) y
ningún provecho. Se convierten en el cuento de la buena pipa, en el
círculo vicioso, en el hilo que nunca acaba... cada vez que alguien
pretende enmendar con kilométricos "órdenes del día" lo que debiera
estar regulado, pactado, santificado, en documentos rectores que
casi siempre resbalan de sus manos al cajón de los papeles.
Pareciera entonces que la reunión es el momento divino para pegar
curitas al asunto, para poner en aprietos (casi siempre con guantes
de seda) a los incumplidores, esos que en la próxima cita volverán a
decir que les faltó previsión, que el problema se les escapó de las
manos, que están trabajando en su solución: argumentos ideales para
de nuevo convocar a otro cenáculo "salvador".
No es una reunión, tampoco en una cuota de quince mensuales,
donde se resolverán los problemas del país. La convocatoria es a
trabajar, no a reunirse como un reflejo incondicionado. Cuántas
veces ponemos pausa al contenido real de nuestro quehacer para
zambullirnos en una que "sabrá Dios cuándo termine". ¿Acaso no será
más provechoso acabar de sembrar el orden, la disciplina, la
vergüenza ante lo mal hecho, el sentido de pertenencia, el respeto
por la jornada laboral, la exigencia contra todo lo mal hecho? A
nadie le quedarán dudas de que esa sería la siembra más útil,
también la más difícil, porque el marabú del mal ejemplo pincha
también por estos escenarios.
Y si quisiéramos eternizar estas líneas, al estilo de cualquier
reunión, entonces podríamos escribir de tipologías, ramificaciones,
conceptos que definen cada cita. Las hay para implementar tareas,
para chequear acuerdos, para pasar revista, para idear iniciativas,
para convocar a trabajos voluntarios (muchas veces impuestos e
improductivos), para regañar, para debatir las noticias del día...
Están también las que se desatan en plena jornada laboral, esa que
debiera ser sagrada, en primer lugar para los comunistas, como
dijera Raúl en el Congreso. Y qué decir de aquellas adonde vamos
solo a levantar la mano porque lo que se discute nos es tan ajeno
como la vida en Marte.
No pongo en duda el hecho de que algunas de estas convocatorias
son certeras, oportunas, productivas... , pero desgraciadamente esa
no es la generalidad. En estos días, cuando urge ahorrarlo todo,
hasta el tiempo, cuando urge invertir bien todo, hasta el tiempo,
sería aconsejable que quienes están habituados a "encerrarse" con
tanta frecuencia, pasen más horas con los pies pegados al suelo, con
el oído presto a escuchar, para que no sea una carta publicada en
cualquier periódico el modo de enterarse de lo que no se dijo, o se
escondió, en alguna reunión.
No olvidemos aquello que dijo Eduardo Galeano: El burócrata para
cada solución tiene siempre un problema.
Se trata, en fin, de ser racionales; de reducir a lo
imprescindible el número de reuniones, como opinaran muchos cubanos
en la discusión de los Lineamientos; de proscribir el exceso de
chequeos, las visitas "del nivel superior"... artimañas para
controlar lo mal hecho que terminan sumándose a las arrancadas en
falso, pues el problema es de raíz. Mientras sigamos desempolvando
la palabra EXIGENCIA solo cuando la visita sorpresa es anunciada
(paradójicamente) o cuando llegaron todos los participantes a la
reunión, entonces seguirá lloviendo sobre mojado. Y el título de
este comentario seguirá siendo el comienzo de un cuento de hadas.
Claro está, de hadas siempre reunidas, pero sin varitas mágicas.