Los Opus y los pueblos

PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu

Ya se sabía que el ejercicio de Opus 4, el cuarteto argentino que concluyó ayer domingo su ciclo de presentaciones en La Habana, venía precedido por la aureola de la excelencia: 43 años de práctica continua y equilibrada entre las expresiones del cancionero popular y la armonización de músicos con una acertada formación coral.

Pero lo acontecido en la sala Covarrubias sobrepasó las expectativas, tanto por la intensidad y calidez de la entrega, la atmósfera que reinó en un público cómplice y agradecido, y el entendimiento con la Orquesta Sinfónica Nacional, al mando del colombiano Germán Gutiérrez, antiguo admirador y alguna vez discípulo del trabajo del cuarteto y hoy día una de las batutas de mayor reputación de su país, que considera ese mérito aun cuando por más de una década haya sentado cátedra en los medios musicales de Texas.

Además de cantar bien, empastar las voces como se debe y faenar con vocación de orfebre las líneas dinámicas de cada partitura, Opus 4 demostró sensibilidad para penetrar en la esencia de los pueblos representados en la geografía continental de su canto; primero, como entidad solista, en el huayno Diga la mazamorra, de Carvajal y Esteban; Volver a los 17, de la inefable chilena Violeta Parra (tan diferente y a la vez tan conmovedora como la versión de Mercedes Sosa y Milton Nascimento); Vamos a andar, de Silvio Rodríguez, y una pieza del Duke Ellington de la era del swing, I don’t mean nothing, y luego, arropados por la OSN, en el infaltable El día que me quieras, de Gardel y La Pera y su torrente sentimental; la galopante Alma llanera, del venezolano Pedro Elías Gutiérrez; el encrespado y exultante Libertango, del argentino Astor Piazzolla; el criollísimo vals peruano La flor de la canela, de Chabuca Granda y, en trance de apoteosis, la Guadalajara, del mexicano Pepe Guízar.

Al principio, el buen oficio y la diligente mano de Gutiérrez fue de la altura a la medianía con la OSN, con cotas notables en la obertura Festival académico, de Johannes Brahms y La valse, de Maurice Ravel ("vals de valses y de todos los valses", le llamó en su tiempo Igor Stravinski), sin embargo algo disminuidas, no por la batuta sino por el propio empaque de los arreglos, al acometer una versión conjugada de El choclo, de Villoldo, y La cumparsita, de Matos, con cierto sabor midcult. Y al final, Opus 4 se convirtió en Opus 5, pues Gutiérrez se sumó al cuarteto en una muy disfrutable Fina estampa, de la Granda.

Dejo para cerrar una especulación retrospectiva. Si Los Cañas, aquella agrupación vocal que a fines de los 60 entrenó Luis Carbonell y en la que militaba Tony Pinelli, hubiera tenido la constancia de los argentinos, tendríamos un Opus 4 cubano. ¿O no?

 

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