En un Teatro Heredia repleto, velada a la que asistió Lázaro
Expósito, miembro del Comité Central y primer secretario del Partido
en la provincia, el público aplaudió largamente un programa que en
su primera parte enalteció el legado sonero.
La Orquesta Sinfónica de Oriente, ahora bajo la dirección de una
joven de evidente talento, Cosette Justo Valdés, reforzada por
cuerdas procedentes de Holguín, paseó por sones que en su momento
hicieron época y definieron de algún modo la identidad del género,
debidos a los saberes criollos de Miguel Matamoros y Faustino Oramas,
Ñico Saquito y Adalberto Álvarez, y otros autores emblemáticos, esta
vez arropados por ingeniosas e inteligentes orquestaciones de
Joaquín Betancourt (laureado aquí con el Premio de Honor Cubadisco),
Orlando Vistel y Rafael Guedes.
La segunda parte de la jornada sobrepasó las expectativas de un
auditorio que acudió a celebrar lo que el maestro Frank Fernández
había anticipado al anunciar su participación en el concierto
inaugural y reafirmó al irrumpir en el escenario: "Yo creo que la
música es para sentirla —dijo—, no para entenderla" y así transitó
él mismo y llevó al público del sentimiento a la emoción, y de la
emoción al éxtasis, y del éxtasis a la explosión, tanto por su
entrega solista como por el acompañamiento orquestal conducido por
Enrique Pérez Mesa, en obras de Mozart, Lecuona y el propio
Fernández.
Más allá de los momentos espectaculares que aportó, para este
cronista lo más interesante pasó por la audición integral de su
Suite para dos pianos (uno en vivo, otro previamente grabado),
que completó un lustro atrás. Bien conocida su pieza final,
Zapateo por derecho, en el cual sin lugar a dudas es
sorprendente la articulación de los diversos géneros que discurren a
lo largo de la obra, con destaque muy especial para la sección
central, en la que recrea, a partir de intensidades rítmicas, la
conga santiaguera. En el lunetario se hallaban los inspiradores de
ese segmento, los formidables congueros de Los Hoyos.
En cuanto a lo sucedido en la Sala Dolores, hubo más de un motivo
de satisfacción: la pronta identificación de los jóvenes del Berklee
con los del Conservatorio Esteban Salas, fundado hace medio siglo
por el venerable Electo Silva, el excelente estado de la banda de
conciertos de la institución —sencillamente brillante y con temprana
altura profesional prefigurada en el rigor de las prácticas de
atril—, la comunidad de intereses en la exploración de nuevas rutas
para la conjunción de las llamadas músicas populares y eruditas, y
la vocación por derribar prejuicios y barreras, como lo hicieron al
combinar el hip hop con la generación de sonidos electroacústicos o
al jazzear a cuatro manos en el piano sobre el estándar Hojas
muertas.
Este también fue el reencuentro con el talento autoral e
interpretativo del profesor norteamericano Neil Leonard, quien
además de intervenir en el concierto entregó obras de difícil
ejecución pero alentador resultado al Cuarteto de Saxofones de
Santiago.
El Berklee College of Music, radicado en Boston, había merecido
el Premio Internacional Cubadisco 2011 por una compilación de obras
de los estudiantes.
Y si de honores se trata, Cubadisco honró y fue honrada. Su
presidente, Ciro Benemelis, recibió el título de Visitante
Distinguido de la Ciudad, y a su vez, en compañía de Orlando Vistel,
presidente del Instituto Cubano de la Música, otorgó el Premio de
Honor a la orquesta Chepín Choven, con casi 80 años de fundada. La
agrupación también fue reconocida por las autoridades locales con la
Bandera de la Ciudad.