En pocas palabras, buen café

Dilbert Reyes Rodríguez

A juzgar por la salud y la germinación de sus cafetos, las pocas palabras de Salvador Ferrales tienen que ver con la máxima popular de "hace más quien habla menos", y no tanto con la típica introversión del guajiro "amarra’o" a la Sierra.

Foto: Félix A. LópezSalvador Ferrales debe los rendimientos extraordinarios a la disciplina en la atención al cafeto.

Cierto es que la finca —primero del abuelo, luego del padre y ahora suya y de su hermano José— le fijó las raíces a las lomas de Providencia, en el municipio granmense de Bartolomé Masó; pero no por eso recorta las palabras, sino que dice las necesarias y más francas, por las cuales vale la pena detener un instante la faena.

Por tal razón, para hablar con Salvador, Granma prefirió el cafetal, su mejor parcela. "El café no es cosa de sembrarlo y sentarse a verlo parir. Hay que cultivarlo bien, con el conocimiento de cafetalero viejo, sí, pero también aplicando la ciencia", respondió con pausa pero determinante.

"Por ejemplo, yo no violo la poda, la regulación de sombra ni la limpia. Eso los productores lo saben, aunque no siempre lo hagan bien y a tiempo; pero no todos conocen los beneficios de la lombricultura, del estiércol, la conservación del suelo con barreras muertas y vivas.

"A lo mejor tampoco cuentan con un extensionista o una empresa que ayude de verdad en esto. Yo sí lo tengo, me dejo ayudar y aplico todo lo que mencioné.

"En Cuba el café no debiera ser un problema. El pago por lata antes era muy poco, es verdad, no valía la pena; pero hoy es estimulante para volver al surco y renovar los campos".

UNA CUENTA RENTABLE

La conversación sobre un fenómeno repetido en esas montañas, donde varias familias se fueron a los llanos de Yara a cultivar arroz, "porque es más negocio"; nos llevó a un cálculo de simple aritmética que asombró a periodista y productor, y demostró la tesis de que 13 hectáreas de café, bien atendidas, pueden ser igual de beneficiosas que una de arroz.

Si en 1,34 hectáreas (para los cafetaleros un caró, del francés caroe: 0,1 caballería) Salvador ha logrado hasta 600 latas, todas de primera (pagadas a 50 pesos); entonces el rendimiento supuesto de 13 hectáreas (una caballería) equivaldría a ¡6 000 latas!; nada más y nada menos que 300 000 pesos, con la ventaja añadida de trabajar sin el sol permanente a la espalda, ni el fango a media pierna que sí exige la gramínea llanera.

Tras la cuenta a cuatro manos, el campesino solo atinó a mover la cabeza y afirmar: "Así mismito es".

En ese punto del diálogo, y atendiendo a la urgencia nacional de producir el grano suficiente para el consumo, sobrevino la pregunta que se volvió un bumerán contra el reportero: ¿por qué, si es así, usted no dedica más hectáreas al café?

Entonces el mismo hombre, parco al hablar, midió sus palabras y salió con un argumento rotundo, digno de su franqueza y más inteligente que el gancho de la gran cifra en dinero:

"Yo creo que el campesino de la Sierra debe diversificar para garantizar él mismo la alimentación de la familia y aportar varios productos a los mercados. Debe tener cerdos, ovejos, vacas, viandas y los cultivos que pueda. Aquí tengo de todo eso y hasta siembro un poco de arroz; no es mucho, pero me alcanza para la casa.

"Si amplío el cafetal debo dedicarme por completo a él, y si quiero diversificar tengo que repartir el tiempo para atender esto y aquello. A lo mejor estoy equivocado, pero creo que pensar así resolvería los problemas de la montaña, y la Sierra aportaría más al país.

"Mire, si cada familia de la loma tuviera un ‘caró’ de café parecido a este, tan solo dedicándole un rato del día a ese pedacito de tierra, ganaría el campesino y Cuba tendría mucho más de la cantidad que necesita".

Salvador Ferrales concluyó su hablar con la modestia natural de esos lugares. Tanta franqueza no merece menos que el agradecimiento por sugerir, desde su ejemplo magnífico, una forma de saldar con éxito una urgencia nacional.

 

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