Cierto es que la finca —primero del abuelo, luego del padre y
ahora suya y de su hermano José— le fijó las raíces a las lomas de
Providencia, en el municipio granmense de Bartolomé Masó; pero no
por eso recorta las palabras, sino que dice las necesarias y más
francas, por las cuales vale la pena detener un instante la faena.
Por tal razón, para hablar con Salvador, Granma prefirió
el cafetal, su mejor parcela. "El café no es cosa de sembrarlo y
sentarse a verlo parir. Hay que cultivarlo bien, con el conocimiento
de cafetalero viejo, sí, pero también aplicando la ciencia",
respondió con pausa pero determinante.
"Por ejemplo, yo no violo la poda, la regulación de sombra ni la
limpia. Eso los productores lo saben, aunque no siempre lo hagan
bien y a tiempo; pero no todos conocen los beneficios de la
lombricultura, del estiércol, la conservación del suelo con barreras
muertas y vivas.
"A lo mejor tampoco cuentan con un extensionista o una empresa
que ayude de verdad en esto. Yo sí lo tengo, me dejo ayudar y aplico
todo lo que mencioné.
"En Cuba el café no debiera ser un problema. El pago por lata
antes era muy poco, es verdad, no valía la pena; pero hoy es
estimulante para volver al surco y renovar los campos".
La conversación sobre un fenómeno repetido en esas montañas,
donde varias familias se fueron a los llanos de Yara a cultivar
arroz, "porque es más negocio"; nos llevó a un cálculo de simple
aritmética que asombró a periodista y productor, y demostró la tesis
de que 13 hectáreas de café, bien atendidas, pueden ser igual de
beneficiosas que una de arroz.
Si en 1,34 hectáreas (para los cafetaleros un caró, del francés
caroe: 0,1 caballería) Salvador ha logrado hasta 600 latas,
todas de primera (pagadas a 50 pesos); entonces el rendimiento
supuesto de 13 hectáreas (una caballería) equivaldría a ¡6 000
latas!; nada más y nada menos que 300 000 pesos, con la ventaja
añadida de trabajar sin el sol permanente a la espalda, ni el fango
a media pierna que sí exige la gramínea llanera.
Tras la cuenta a cuatro manos, el campesino solo atinó a mover la
cabeza y afirmar: "Así mismito es".
En ese punto del diálogo, y atendiendo a la urgencia nacional de
producir el grano suficiente para el consumo, sobrevino la pregunta
que se volvió un bumerán contra el reportero: ¿por qué, si es así,
usted no dedica más hectáreas al café?
Entonces el mismo hombre, parco al hablar, midió sus palabras y
salió con un argumento rotundo, digno de su franqueza y más
inteligente que el gancho de la gran cifra en dinero:
"Yo creo que el campesino de la Sierra debe diversificar para
garantizar él mismo la alimentación de la familia y aportar varios
productos a los mercados. Debe tener cerdos, ovejos, vacas, viandas
y los cultivos que pueda. Aquí tengo de todo eso y hasta siembro un
poco de arroz; no es mucho, pero me alcanza para la casa.
"Si amplío el cafetal debo dedicarme por completo a él, y si
quiero diversificar tengo que repartir el tiempo para atender esto y
aquello. A lo mejor estoy equivocado, pero creo que pensar así
resolvería los problemas de la montaña, y la Sierra aportaría más al
país.
"Mire, si cada familia de la loma tuviera un ‘caró’ de café
parecido a este, tan solo dedicándole un rato del día a ese pedacito
de tierra, ganaría el campesino y Cuba tendría mucho más de la
cantidad que necesita".
Salvador Ferrales concluyó su hablar con la modestia natural de
esos lugares. Tanta franqueza no merece menos que el agradecimiento
por sugerir, desde su ejemplo magnífico, una forma de saldar con
éxito una urgencia nacional.