Soy el único artillero que queda con vida de los que compartimos
estudios y misiones con Eduardo García Delgado.
Yo, un año mayor que él, ingresé en las milicias desde que se
fundaron en 1959, y a fines del 60 fui uno de aquellos jóvenes que
respondió al llamado de Fidel para formarnos como artilleros.
Nos llevaron desde el estadio de la Universidad de La Habana
hasta Ciudad Libertad, y allí nos estaba esperando el Comandante de
la Revolución Juan Almeida Bosque, quien fue nuestro primer jefe.
Se orientó formar dos grupos, y yo caí en el de los que teníamos
más de 17 años de edad. Allí habíamos albañiles, plomeros,
estibadores, mecánicos y algunos estudiantes.
Nos ubicaron en los hangares de la línea aérea Aerovías Q, donde
dormíamos en colchonetas sobre el piso y comenzamos a estudiar los
armamentos como las cuatro bocas chinas y los cañones de 75 y 85
milímetros, y tanto el Comandante Almeida como después Antonio Núñez
Jiménez y Universo Sánchez, que también fueron nuestros jefes,
insistían siempre en apresurarnos porque algo grande estaba al
pasar.
Allí conocí a Eduardo García Delgado, que por su forma de ser y
de darse a respetar y a querer, lo apodábamos El Profe, porque era
un verdadero maestro para todos nosotros, por sus conocimientos y su
ejemplo en todas las tareas que se nos encomendaban.
Fuimos juntos para la escuela de Instructores Revolucionarios en
Casa Blanca, y allí, además de El Profe, comenzamos a llamarlo
Político, y ese fue el cargo que se le asignó cuando regresamos a
Ciudad Libertad, el de Político de las baterías antiaéreas.
Yo era barbero y por eso me dicen El Fígaro, y los barberos
tenemos fama de conversadores, y yo siempre buscaba la manera de
conversar mucho con Eduardo, porque aprendía con él y sus análisis.
Ahora que han pasado ya 50 años, yo digo que Eduardo García
Delgado era un verdadero comunista, a pesar de que Fidel proclamó el
socialismo precisamente el día en que sepultamos los restos de
Eduardito y los otros compañeros que cayeron víctimas de los
bombardeos mercenarios.
Y es que Fidel fue haciendo comunista a Eduardo, porque no se
perdía ningún discurso, los debatía después con nosotros y nos decía
siempre que había que ser fidelista hasta las últimas consecuencias.
Y cumplió con sus palabras.
Tenía razón entonces el poeta Nacional Nicolás Guillén cuando
escribió en su poema: "cuando con sangre escribe Fidel/ ese
soldado que por la Patria muere/ no digáis miserere/ esa sangre es
el símbolo de la Patria que vive".
Juró con su vidaCANDELARIA
GARCÍA DELGADO
Hace ya 50 años, y me parece que mi hermano Pocholo va a volver a
entrar por la puerta de casa para abrazarme, darme un beso y
contarme cómo le van sus cosas de milicias y de ideas para más
adelante.
Eduardo era un muchacho así, de esos que se dan a querer desde
nada más conocerlo, porque a decir verdad, era como todos los demás
de su edad, juguetón, alegre, muy estudioso y responsable, y siempre
de su casa.
Tuvo que hacerse hombre antes de tiempo, porque nuestros padres
murieron cuando él solamente tenía unos 14 años. Él nació el 13 de
octubre de 1937 en Cienfuegos, cerca del Puesto Naval de Cayo Loco,
donde estaba la casita en la cual vivíamos mamá, papá y nueve
hermanos: siete varones y dos hembras.
Él era el más chiquito y sin embargo, fue el primero de nosotros
en morir.
Como la situación estaba muy dura en todos los sentidos, él sin
dejar los estudios vino para La Habana y aquí vivió con mi hermano
Osiris, ya fallecido, en el apartamento 2 del edificio que está en
23 entre 28 y 30, en El Vedado, donde hay puesta una tarja para
recordarlo.
Eduardo logró colocarse como secretario o mecanógrafo en una
fábrica de pegamentos que estaba donde radica hoy el Poder Popular
del municipio de Playa, en 42 y Séptima, y era tanta la necesidad
que también hacía labores domésticas en la casa del dueño.
Entonces cuando triunfó la Revolución, me dijo: "Cándida, tú
veras que ahora sí vamos a cambiar, porque Fidel dice que esto es
para los pobres".
En una carta me hablaba de que ya era artillero antiaéreo, que yo
no sabía lo que era, pero sí que él sería capaz de cumplir donde
quiera que estuviera.
Como había estudiado y siempre andaba leyendo libros, lo mandaron
para la escuela de Instructores Revolucionarios, y allí sus
compañeros empezaron a llamarlo El Profe, porque él era el que leía
la prensa, comentaba las noticias, analizaba todo lo que ocurría y
tenía ese don de atraer y convencer.
Después que terminó ese curso lo nombraron Instructor Político de
la artillería antiaérea en Ciudad Libertad.
Entonces llegó el trágico amanecer del 15 de abril de 1961.
Mi hermano debió haber salido de pase la noche antes, pero uno de
sus compañeros de apellido Gándara le solicitó que se quedara por él
para darle una vuelta a su esposa e hija, y Pocholo enseguida le
dijo que sí, porque era muy servicial y muy buen amigo.
Al amanecer, antes de las seis de la mañana, los aviones
mercenarios comenzaron el bombardeo a los aeropuertos de Santiago de
Cuba, San Antonio de los Baños y Ciudad Libertad.
Me contaban que al sentir las explosiones y las ráfagas, se
levantó de inmediato y se dirigía a ocupar su puesto cuando un
rocket entró por una ventana del segundo piso y lo hirió de muerte.
No había cumplido los 23 años. Con la sangre que le brotaba de las
heridas escribió el nombre de Fidel.