La
crisis nuclear del Japón es una pesadilla, pero no una anomalía. De
hecho, solo es la última en una larga serie de accidentes nucleares
con fusiones de reactores, explosiones, incendios y pérdida de
refrigerante: accidentes que han ocurrido tanto con funcionamiento
normal como en situaciones de emergencia, como, por ejemplo, sequías
y terremotos.
La seguridad nuclear requiere claridad sobre los términos. La
Comisión Reguladora Nuclear de los Estados Unidos divide en general
los "sucesos" nucleares no planificados en dos clases: "incidentes"
y "accidentes".
Los incidentes son sucesos imprevistos y fallos técnicos que se
producen durante el funcionamiento normal de una central, y no
tienen como consecuencia fugas de radiación fuera de su
emplazamiento o daños graves a su equipo.
Los accidentes se refieren a fugas de radiación fuera de su
emplazamiento o a daños graves en el equipo de la central.
La Escala Internacional de Sucesos Nucleares y Radiológicos
utiliza un método de clasificación de siete niveles para calibrar la
importancia de los sucesos nucleares y radiológicos: los niveles 1-3
son "incidentes" y los 4-7 son "accidentes", y el "accidente muy
grave de nivel 7" consiste en "una fuga en gran escala de material
radioactivo con efectos generalizados en la salud y el medio
ambiente, que requieren la aplicación de amplias medidas
planificadas para contrarrestarlos".
Conforme a esas clasificaciones, el número de accidentes
nucleares, aun incluyendo las fusiones habidas en Fukushima Daiichi
y Fukushima Daini, es escaso, pero, si hacemos una nueva definición
de "accidente" para que incluya los incidentes que tuvieron como
consecuencia pérdidas de vidas humanas o más de 50 000 dólares de
daños materiales, surge un panorama muy diferente.
De 1952 a 2009, ocurrieron a escala mundial al menos 99
accidentes nucleares que se ajustan a esa definición y cuyos daños
sumaron más de 20 500 millones de dólares, es decir, más de un
incidente y 330 millones de dólares de daños, por término medio, al
año, en los tres últimos decenios, y, naturalmente, en ese término
medio no va incluida la catástrofe de Fukushima.
De hecho, en comparación con las demás fuentes de energía, a la
nuclear corresponde un número mayor de víctimas mortales que a los
sistemas de petróleo, carbón y gas natural y solo la superaron las
presas hidroeléctricas. Desde el desastre de Chernóbyl en 1986, ha
habido 57 accidentes. Si bien solo en unos pocos hubo víctimas
mortales, en aquellos en los que las hubo murieron en conjunto más
personas que en los accidentes de la aviación comercial de los
Estados Unidos habidos desde 1982.
Conforme a otro índice de accidentes de energía nuclear, que
incluye los costos distintos de la muerte o de los daños materiales,
como, por ejemplo, trabajadores heridos o irradiados y fallos de
funcionamiento que no tuvieron como consecuencia desconexiones ni
fugas, de 1942 a 2007 se documentaron 956 incidentes y, conforme a
otro, entre el accidente de 1979 en Three Mile Island, en
Pensilvania, y 2009 y tan solo en centrales nucleares de los EE.UU.
hubo más de 30 000 contratiempos, muchos de los cuales podrían haber
causado graves fusiones.
Los fallos no se limitan a los emplazamientos de los reactores.
En los accidentes ocurridos en la planta de reprocesamiento del río
Savannah hubo fugas de yodo radioactivo diez veces mayores que en el
accidente de Three Mile Island, y un incendio en las instalaciones
de Gulf United de Nueva York en 1972 esparció una cantidad no
revelada de plutonio, lo que obligó al cierre permanente de la
central.
En 1957, en el Complejo de Reprocesamiento Industrial de Mayak,
en la zona meridional de los Urales de Rusia, la explosión de un
depósito que contenía sales de acetato de nitrato produjo una fuga
en gran escala de material radioactivo sobre una superficie de más
de 20 000 kilómetros cuadrados, lo que obligó a la evacuación de 272
000 personas. En septiembre de 1994, la combustión de gas metano que
se había filtrado desde un almacén desencadenó una explosión en el
reactor de investigación de Serpong (Indonesia), cuando un
trabajador encendió un cigarrillo.
También han ocurrido accidentes cuando se han desconectado
reactores nucleares para recargar combustible o para trasladar
combustible nuclear gastado. En 1999, los técnicos que estaban
introduciendo combustible gastado en un depósíto de almacenamiento
en seco del reactor de la central de Trojan en Oregón, descubrieron
que la capa protectora de carbonato de zinc había empezado a
producir hidrógeno, lo que causó una pequeña explosión.
Lamentablemente, los accidentes in situ en reactores
nucleares e instalaciones de combustible no son el único motivo de
preocupación. El apagón eléctrico habido en agosto de 2003 en el
nordeste de los Estados Unidos reveló que en más de una docena de
reactores nucleares de los EE.UU. y del Canadá no había un
mantenimiento adecuado de los generadores diesel de reserva. En
Ontario, durante el apagón eléctrico, los reactores que debían
desconectarse automáticamente de la red eléctrica y permanecer en
reposo quedaron desconectados del todo y solo dos de los doce
reactores actuaron como se esperaba.
Como sostuvieron los abogados defensores del medio ambiente
Richard Webster y Julie LeMense en 2008, "la industria nuclear (...)
está como estaba el sector financiero antes de la crisis" que
estalló aquel año. "Hay muchos riesgos que no se gestionan ni se
reglamentan adecuadamente".
Ese estado de cosas es preocupante, por no decir algo peor, en
vista de la magnitud de los daños que un solo accidente grave puede
causar. La fusión de un reactor de 500 megavatios situado a
cincuenta kilómetros de una gran urbe causaría la muerte inmediata
de unas 45 000 personas, heriría a otras 70 000, aproximadamente, y
causaría grandes daños materiales.
Los defensores de la energía nuclear han logrado considerables
avances políticos en todo el mundo en los últimos años, al
presentarla como una opción substitutoria segura, limpia y fiable de
los combustibles fósiles, pero la documentación histórica muestra
claramente que no es así. Tal vez la tragedia que está
desarrollándose en el Japón sea suficiente por fin para meditar
sobre el renacimiento nuclear. (Fragmentos tomados de La Opinión
de Los Angeles).
(*) Profesor en la Escuela Lee Kuan Yew de Políticas Públicas de
la Universidad Nacional de Singapur.