Se trató de versátiles instrumentistas que se las arreglan para
explorar territorios inusuales dentro de la creación sonora insular
y para descifrar las múltiples posibilidades rítmicas de su
instrumento y concebirlas de acuerdo con sus propios estilos e
intereses.
Pero más allá de un concierto se convirtió en una especie de
encuentro informal entre amigos que se reunieron para repasar los
motivos que los llevaron a plantarse fuerte detrás de la batería. El
primero en pasar al frente fue el conocido Enrique Pla, y sobre los
hombros de Rodney Barreto, uno de los bateristas jóvenes de mayor
empuje, recayó la responsabilidad de cerrar la "fiesta del drum". En
el curso del cartel alternaron Ruy López-Nussa, Giraldo Piloto, Ruy
Adrián López-Nussa, Roisel Riverón, Keisel Jiménez, Roelvis Reyes y
Oliver Valdés.
Combinando sabiamente la tradición de la batería en Cuba con sus
propias inclinaciones creativas, los músicos ofrecieron un
performance marcado por un magnetismo casi animal, en el que
corrieron el riesgo de mezclar en el "en vivo" múltiples fuentes
rítmicas; mostraron las diversas formas en que se relacionan con el
instrumento y, de cierta manera, dedicaron su homenaje personal a
todos los bateristas que llegaron antes que ellos.
Tomaron, además, ánimo de su curiosidad para decantarse por un
cruce de géneros en el que se reconoció la herencia de los patrones
rítmicos de la percusión cubana, esa que se conecta con las
historias tan grandes como leyendas que gravitan en el centro de la
presencia de los tambores batá en la cultura insular. No por gusto
el concierto abrió con la trama sonora de los tambores, ejecutados
por percusionistas de la compañía JJ que acompañaron las voces de
Vania Borges y Verónica Velazquez.
El único desaguisado, hay que decirlo, fue el lamentable diseño
artístico del espectáculo, que no supo darle prominencia a la
inclusión en el concierto de la célebre orquesta Aragón y de Carlos
Ruiz de la Tejera, un humorista que ha sentado cátedra entre
nosotros. La presencia de estas representativas figuras no debía
haber sido relegada para el final, sino que hubiera funcionado como
una notable antesala para la exposición musical de los bateristas.
Cuando Giraldo Piloto le dio cuerpo a la idea de enhebrar las
coordenadas de un evento tan revelador como la Fiesta del Tambor,
enraizado en lo más genuino de la identidad insular, posiblemente
tuvo presente la importancia de que el público conociera a fondo las
potencialidades de los "drummers" cubanos, y de mostrar al mundo la
vigencia y vitalidad de la escuela cubana de percusión.
Y, a juzgar por lo visto en el teatro Mella, se trata de una
escuela que sigue cargando la energía y el sentimiento de la
tradición y exhibe, a su vez, una música viva y radicalmente
contemporánea. ¿Qué más?