En
la memoria afectiva de los que crecimos en el rock and roll hay
varios grupos esenciales cuando se habla de la música en Irlanda.
Los ya legendarios U2, The Cranberries, y los cantantes Van Morrison
y Sinéad O'Connor, por solo mencionar algunos, pertenecen a esos
nombres que sostienen una parte fundamental del mapa sonoro que no
pocos hemos construido durante varias décadas. De ello dan fe
grandes himnos del "rock irlandés" como One, Zombie o
Nothing Compares 2 U, que, a pesar de haberse escuchado una y
otra vez, no dejan de despertar sensaciones muy fuertes que a veces
creíamos en el olvido.
Con la propia evolución que debe traer el paso de los años,
también hay muchos que han descubierto en esa cultura otras
auténticas joyas musicales que resguardan con celo cientos de años
de tradiciones populares. Son grupos que sacan a flote géneros y
leyendas que se dejan oír desde las épocas de sus antepasados, y que
los han sabido llevar con dignidad hasta las puertas del siglo XXI.
Invitada a la Isla como parte de las primeras jornadas culturales
con Irlanda, la agrupación Cómhaltas Ceólteóirí Éireann calificó en
ese rubro de las bandas que no utilizan el folclor como una mera vía
de entrada al circuito comercial, sino como progreso de la
certidumbre interior de que la mejor manera de hacerse justicia,
como creadores, es recuperar y mantener en pie el legado artístico
de su lugar de origen.
El concierto de esta agrupación, integrada por la flautista
Siobhán ni Chonorain, el gaitero Tim Doyle, la arpista Niamh Denmead,
la violinista Eilen O'brien, y el cantante Sean O'se, acompañados
del bailarín argentino Fernando Marcos, fue un valioso testimonio de
la fortaleza de una cultura que se ha expandido a toda Europa,
convirtiéndose en referencia vital para artistas de primer nivel en
el llamado viejo continente. Sus miembros presentaron en la Sala
Covarrubias del Teatro Nacional un repertorio a contrapelo de todas
las modas, que engarzó cardinales etapas de su ruta creativa
iniciada hace 60 años. Dieron testimonio de sus dotes de
"investigadores sonoros" mediante canciones que se asomaron al lago
de la riqueza musical irlandesa arropadas por un collage melódico
que permitió viajar, con solo cerrar los ojos, por leyendas
ancestrales y parajes míticos. Por ahí, entonces, se perfilaron
imágenes de historias contadas por juglares de pueblo en pueblo, de
tragedias amorosas, de añoranzas por aquel que fue a probar fortuna
en otro lugar, de hazañas de navegantes, de celebraciones
religiosas, de vidas de héroes¼ Temas
épicos y líricos que sustentan un imaginario de alto valor simbólico
transmitido de generación en generación y que, de cierta forma,
establecen una especie de diálogo con el futuro.
La puesta en escena de la banda estuvo respaldada por el virtuoso
desempeño de sus instrumentistas y por las excelentes cualidades
vocales del veterano cantante Sean O'se, quien ejerció un dominio
total del escenario como si estuviera en el cuerpo de un joven. El
artista, en efecto, tomó a los espectadores por sorpresa cuando
ofreció una intensa interpretación de temas de largo alcance del
repertorio de su país, logrando, asimismo, incrementar la
intencionalidad artística de la agrupación.
El entendimiento entre todos los músicos también fue claro; pero
lo que amplificó sobre manera la aventura cubana del grupo irlandés
fue la seductora sonoridad del arpa —símbolo nacional de Irlanda—,
ejecutada por la talentosa Niamh Denmead. El encanto y la
sensualidad de su ejercicio creativo dejaron rendido al público, que
agradeció la oportunidad de escuchar un instrumento que parecía
tocado por los dioses. O, mejor dicho, por una mismísima diosa.