La
noticia se esparció desde comienzos de semana a los cuatro vientos:
Benicio del Toro está en la capital cubana para estrenarse como
director de cine. Los detalles de su iniciación se hicieron públicos
desde el pasado enero, cuando la productora española Morena Films
anunció que el actor puertorriqueño sería uno de los siete
realizadores fichados para rodar cada uno de los relatos de la
película colectiva Siete días en La Habana.
En la parte que le toca, Del Toro contará la historia de un actor
norteamericano que descubre la ciudad y su gente al margen de los
tópicos turísticos. El protagonista de la saga de Steven Soderbergh
sobre el Che estará por primera vez detrás de la cámara. "Rodar aquí
mi primer proyecto como cineasta es un privilegio", declaró a los
medios de prensa.
Pero lo que no reveló en su rápido intercambio con los
comunicadores fue que esa empatía con la Isla comenzó antes de que
imaginara ser uno de los pesos pesados de la actuación en la
industria fílmica norteamericana, incluso mucho antes del primero de
sus 12 viajes a Cuba.
Hay que situar el punto de partida en San Juan, 1979, escenario
de los Juegos Deportivos Panamericanos. Benicio vivía una
extraordinaria pasión por el baloncesto, tanta que se veía un día en
la cancha defendiendo los colores de su patria. Cuba y Puerto Rico
mantenían por entonces una férrea rivalidad en el deporte de los
encestes. Apenas siete años antes, Cuba conquistaba una medalla de
bronce olímpica.
De aquel momento, Benicio recuerda: "El viejo mío nos compró
entradas para todos los partidos a mi hermano y a mí. No quería que
estuviésemos por ahí dando vueltas. Llegábamos al estadio por la
mañana y él nos recogía por la tarde. Me hice amigo de todos los
jugadores, sobre todo de los cubanos, que eran muy simpáticos. Me
peleaba con ellos. Todavía conservo algunas fotos. Los deportistas
me veían, un muchachito, y jugaban conmigo. Había otros que no te
hablaban, no te daban un autógrafo, pero los cubanos eran muy
normales".
Apenas diez años después, Benicio llegaba a los sets de
filmación. Paso a paso, de papeles menores a otros más complejos,
construyó una carrera, que tuvo un alto reconocimiento al conquistar
en el 2001 por su interpretación del policía Javier Rodríguez en
Traffic, también de Soderbergh, el Globo de Oro, el Premio del
Sindicato de Actores y el Oscar al Mejor Actor de Reparto.
Aficionado al baloncesto, apareció también en la pantalla en una
película relacionada con el otro deporte nacional puertorriqueño, el
béisbol. Sucedió cuando compartió el elenco con Robert de Niro en
El fanático, de Tony Scott (1996), en un cartel en el que
figuraron además John Leguizamo, Lauren Bacall y Wesley Snipes.
En su debut como director de una de las historias del filme que
cobra vida en La Habana, con argumentos aportados por el escritor
cubano Leonardo Padura, Del Toro tendrá por compañía en la
realización de los restantes cuentos al francés Laurent Cantet
(conocido por La clase), el español Julio Medem (Vacas
y Lucía y el sexo), el francoargentino Gaspar Noé (Irreversible),
el argentino Pablo Trapero (Leonera y Carancho), el
cubano Juan Carlos Tabío (Plaff! y codirector de Fresa y
chocolate) y el palestino Elia Suleiman (Intervención divina,
Premio Especial del Jurado de Cannes 2002).