Ana Betancourt

Todavía resplandece

Raquel Marrero Yanes

El 7 de febrero de 1901 marcó un día de dolor para los cubanos: moría en Madrid, España, Ana Betancourt de Mora, extraordinaria mujer que trascendió en la historia no solo por su vibrante discurso pronunciado en la Asamblea Constituyente de Guáimaro; también por su acertado ejemplo, que a través de los siglos continúa guiándonos con sus ideas y acciones.

Remitirse solo a una faceta de su vida es minimizar su grandeza de mujer, esposa y patriota, es no verla tal cual era: defensora de todas las justas causas, arriesgada, educadora, revolucionaria y preclara pensadora.

Ana nació en Puerto Príncipe, hoy Camagüey, el 14 de diciembre de 1832. Brilló en los salones más elegantes de la sociedad camagüeyana. Fue una de las tantas cubanas que se adelantaron a su tiempo y que en el siglo XIX dieron pruebas de su valor, inteligencia y abnegación, no solo en la gesta de la independencia, sino también en la propia liberación de la mujer. Fue además, una de las insurrectas que desde la clandestinidad movilizaban a los cubanos al combate.

Su matrimonio con el abogado y patriota Ignacio Mora, el 17 de agosto de 1854, selló el amor de la pareja y el de la Patria. Junto a su esposo aprendió desde lengua y literatura hasta los grandes cambios históricos.

Ana tampoco vaciló, llegado el momento, para renunciar a la vida apacible; entre los riesgos de perder su fortuna y la vida misma, marchó junto a Ignacio al campo insurrecto, el 4 de noviembre de 1869, unidos al calor de una voluntad y un afán común: luchar por la libertad de Cuba.

Así, en la gloriosa Asamblea Constituyente de Guáimaro, en abril de 1869, aplaudió la designación de Carlos Manuel de Céspedes como Presidente de la República en Armas, y cuando subió a la improvisada tribuna, con oratoria vibrante clamó por la independencia de la Patria y también exigió la liberación de la mujer.

Sin embargo, no fue hasta casi un siglo después que los sueños de Ana fueron hechos realidad. La Revolución de 1959, encabezada por Fidel, retomó sus palabras, les infundió nuevos bríos y multiplicó su nombre en las muchachas campesinas que accedieron a la enseñanza y fueron conocidas como las Anitas, muchas de las cuales hoy son abuelas, testigos de la luz que iluminó para siempre el camino de sus vidas.

Su ejemplo florece en la actual mujer cubana: miliciana y combatiente, trabajadora y estudiante, compañera y madre, que ocupa un lugar digno en la sociedad y entre todas las féminas que en el mundo reclaman ideas justas y democráticas.

Su recio carácter nunca se doblegó y siempre estuvo dispuesta a aportar y luchar por Cuba, aun en las situaciones más adversas.

Viaja por distintos países, hasta que la sorprende la noticia de la muerte de su esposo en 1875, fecha en que regresa a la Patria, pero de nuevo es deportada.

Finalmente, en 1889 se asienta en Madrid a vivir con una hermana. Aun allá, aquella mujer de Guáimaro le fue útil a la nación: copió el Diario de Campaña de su esposo. Murió cuando preparaba el retorno a Cuba, y no fue hasta 1968 —cuando sus cenizas fueron trasladadas—, que pudo cumplirse su anhelo de regresar a la tierra natal libre, independiente y soberana.

A pesar de los años, la camagüeyana Ana Betancourt, como en los versos de Guillén, todavía resplandece y trabaja.

 

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