Su capital es Jérémie, una hermosa ciudad colonial frente al mar,
a la que se llega por la siempre arriesgada carretera Les Cayes-Camp
Perrin-Jérémie, ahora en reconstrucción capital.
En la Grand’Anse el verde de su floresta y su suave clima
tropical hipnotizan a los visitantes.
Pero viajar a ese intrincado departamento, el octavo por
extensión territorial del país, es visitar una de las regiones
haitianas más atrasadas económica y socialmente, en donde lugareños
de magro aspecto viven en ruinosas kay (casa, en creole),
especie de chabolas fabricadas de barro y otros frágiles materiales,
dedicados a la producción artesanal de carbón, la agricultura de
subsistencia, la pesca, recolección de frutales, junto al comercio
informal de los marché (mercados).
Hasta allí también se extendió el manto letal del cólera.
Es un hecho que en Haití han disminuido el número de casos y la
letalidad de la enfermedad provocada por el Vibrio cholerae (se
contabilizan según el último parte más de 216 000 contagiados, de
ellos 4 131 muertos, y 1,91% de mortalidad), pero la epidemia no ha
concluido y la transmisión continúa.
La Grand’Anse es una de las regiones con las mayores tasas de
fallecidos por cólera (el segundo entre los diez departamentos del
país), con 639 haitianos hasta el presente.
Allí la Brigada Médica cubana, reforzada por el Contingente
Internacional de Médicos Especializados en Situaciones de Desastres
y Graves Epidemias Henry Reeve, atiende diez centros y unidades de
tratamiento, contribuyendo a cortarle el paso a la epidemia.
La doctora bayamesa Dalgis Villavicencio Ricard, al frente del
colectivo, explica a Granma que casi un centenar de
cooperantes, incluidos jóvenes de Perú, México, Argentina, Ecuador y
Honduras, graduados de la Escuela Latinoamericana de Medicina, no
reparan sacrificios personales para devolverle sosiego a la humilde
familia de la Grand’Anse.
Esta enérgica mujer, de aparente fragilidad, manifiesta que
nuestros brigadistas han atendido, desde finales de noviembre hasta
el pasado martes, a 3 881 personas, con una bajísima letalidad de
0,1%. "Ha sido un enorme trabajo en conjunto por la vida de este
pueblo", afirma.
La doctora Villavicencio Ricard menciona en particular la gran
utilidad demostrada en el terreno por los tres grupos de pesquisa
activa con que cuentan, desplegados en las zonas más intrincadas de
la Grand’Anse para buscar a los pacientes de cólera en las
paupérrimas kay, evitar que mueran, brindar educación para la
salud sobre cómo enfrentar el mal e informar medidas
higiénico-sanitarias imprescindibles, que permitan cortar la
transmisión.
Muchos lugareños se han quedado sorprendidos de que por primera
vez los visiten galenos y se preocupen por su salud, entregándoles,
además, medicamentos donados gratuitamente.
Pero estas manos amigas también atienden otras dolencias
centenarias en la Grand’Anse, como relatan las rehabilitadoras
granmenses María Magdalena Moreno Gallardo, de Niquero, y Migdalia
Bárbara Licea Vargas, de Manzanillo, quienes en el hospital
departamental de Saint Antoine de Jérémie lograron que el niño
Letuan, de cinco añitos, con hemiplejia derecha de su cuerpo,
volviera a caminar gracias al empleo de la magnoterapia, corrientes
estimulantes y la quinesioterapia (ejercicios).
O la historia "de película" del doctor Romel Hernández Frómeta,
de Guantánamo, quien extirpó a Harry Casaeunever nada menos que un
lipoma gigante de 4,5 kilogramos que llevaba en su muslo izquierdo
desde hacía más de tres décadas.
Y es que la Brigada Médica cubana trabaja día a día con mucha
ternura en la Grand’Anse, donde devuelve vida y es retribuida con un
afecto verdadero.