El estudio de la Historia nos ratifica sin lugar a dudas que lo
formulado por Hegel como "dialéctica del amo y del esclavo" en tanto
figura que sintetiza las relaciones interhumanas, no se equivoca. La
historia de las relaciones sociales es una larga sumatoria de
conflictos, de luchas a muerte en torno al poder y a la apropiación
del trabajo del otro. En ese marco, es también indubitable que "la
violencia es la partera de la historia", como afirmara su discípulo
Marx.
Cuándo y por qué empezó a haber reyes (es decir: mandamases
únicos que se pusieron al frente de todo un colectivo), queda
entonces sin una respuesta categórica; lo cierto es que hoy, entrado
ya el siglo XXI, alrededor de 500 millones de personas en todo el
planeta (más o menos el 8% de la población global) viven aún bajo
monarquías.
Así las cosas, 29 países del mundo formalmente son reinos en
términos político-administrativos: diez en Europa (España, Bélgica,
Dinamarca, Liechtenstein, Luxemburgo, Mónaco, Noruega, Países Bajos,
Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y Suecia), 14 en
Asia (Brunei, Bután, Camboya, Japón, Malasia, Nepal, Tailandia,
Arabia Saudita, Bahrein, Emiratos Árabes, Jordania, Kuwait, Omán y
Qatar), tres en África (Lesotho, Marruecos y Suazilandia) y dos en
Oceanía (Samoa Occidental y Tonga).
En sentido estricto no los hay en el continente americano, a no
ser aquellos que hacen parte del Commonwealth británico y que tienen
como jefa de Estado a la Reina Isabel II de Inglaterra, los que
junto a otros países en Oceanía, forman el impreciso grupo de
antiguas colonias, más o menos independientes según los casos, en
situación de mayor o menor dependencia de sus antiguas metrópolis
(Antigua y Barbuda, Antillas Holandesas, Aruba, Bahamas, Barbados,
Belice, Canadá, Jamaica, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las
Granadinas, Santa Lucía, Australia, Islas Solomón, Nueva Zelanda y
Papua-Nueva Guinea).
Si bien todos estos son reinos, existen marcadas diferencias
entre unos y otros. Los europeos, por ejemplo, son formaciones casi
decorativas, donde el poder político efectivo pasa a años luz de las
casas reales. El poder económico de las empresas capitalistas
modernas las ha desplazado del centro de la dinámica social. En
muchos de estos países, no obstante, el monarca resulta clave para
mantener la unidad de la nación como centro aglutinador de la
concordia de las sociedades plurales de sus territorios. Si bien en
muchas de estas monarquías republicanas diversos sectores de la
población ven en las casas reales rémoras vergonzantes de un pasado
feudal que se resiste a terminar y un gasto absolutamente superfluo,
según indicadores de quienes han estudiado el fenómeno, en más de
algún país buena parte de la misma población no querría perder su
estatuto de reino. Así sean como comidilla para paparazzis y medios
periodísticos escandalosos, junto a gente que aborrece a estos
personajes acostumbrados, hay súbditos que aman a sus monarcas.
El caso de las petromonarquías del Golfo Pérsico (emiratos,
califatos, sultanatos) es una realidad diametralmente opuesta. Allí
efectivamente las casas reales son el centro del poder político y
económico, con una dinámica feudal donde se entrecruzan
indisolublemente Estado y religión. Después de ver lo que comienza
en Túnez y en Egipto, seguramente más de algún monarca de la región
debe estar pensando en su futuro. ¿Le bajarán el dedo las potencias
occidentales?, es decir: las verdaderas detentadoras del poder en el
mundo, las que, hoy por hoy, escriben los guiones del planeta.
¿Hasta cuándo se "tolerarán" estas casas reales? Cuando el Sha de
Irán ya no les "sirvió" más a los intereses imperiales de las
potencias, Estados Unidos ante todo, se le desechó. ¿Irá a pasar
algo así ahora en Oriente Medio con estas monarquías "atrasadas"?
Un caso distinto es el de Japón, siendo hoy el reino con mayor
cantidad de súbditos (130 millones de personas). Allí, pese a un
desarrollo espectacular de las relaciones capitalistas, la figura
del emperador continúa teniendo una importancia primordial en la
lógica de la nación, sin que soplen vientos de cambio a la vista.
Hay monarquías antiquísimas, como la japonesa (con más de 2 500
años de antigüedad), o muy recientes como las africanas o las de
Oceanía, creadas sobre la base de la organización social importada
de sus ex amos, los países que les dominaron como colonias hasta
hace algunas décadas atrás. ¿Por qué a la hora de inventar a un país
nuevo se toma la figura de una monarquía y no de una república? "El
esclavo piensa con la cabeza del amo"¼ ,
triste verdad inobjetable.
Podemos, entonces, retomar la pregunta con que abríamos el
artículo. ¿Qué es el progreso social? Difícil responderlo con una
sola, o pocas palabras. Al intentar analizarlo se corre el riesgo de
hacerlo desde referentes que podríamos tomar como modélicos, como
arquetípicos. En otros términos, se puede utilizar a el parámetro de
"mi" sociedad para evaluar a otras distintas, pasando por el
prejuicio de que mi referente es más avanzado que el de otros. En
ese caso, entonces: ¿se progresa porque se siguen los lineamientos
del modelo dominante? Cuando se encuentran (encontronazo sangriento,
por cierto) americanos y europeos a fines del siglo XV, ¿quiénes
eran más "avanzados"? ¿Son más "avanzadas" las democracias
representativas surgidas en Europa que la organización tribal
africana?
Hecha esta consideración, y sabiendo del peligro que anida en la
universalización de los modelos con que se mide y evalúa al otro
distinto, debemos apurarnos a remarcar la consideración que progreso
social no es lo mismo que progreso económico. La noción de
desarrollo humano —de reciente factura, poco más de dos décadas—,
intenta abrir una interrogante sobre la multiplicidad de aspectos a
considerar en este tema; no se trata solo de acceso a bienes
materiales y confort para tener progreso. En la idea de desarrollo
son igualmente importantes las libertades y la democratización de
los poderes. En las petromonarquías árabes hay, al menos en
promedio, niveles de ingreso per cápita increíblemente altos; ¿son
avanzadas por tanto?
Para hablar de progreso, entonces, habrá que hablar de un
conjunto de transformaciones que se van operando en las sociedades,
en sus instituciones y en su cultura ciudadana del día a día. El
alejamiento del pensamiento mágico-religioso es, indudablemente, un
pilar de gran importancia en tanto abre la posibilidad de un mayor
desarrollo de la productividad, de la técnica. El mundo que inaugura
la cosmovisión científica permite mayor confort material. Ahí está
el capitalismo desarrollado recordándonoslo. Pero eso solo, el
desarrollo imparable de máquinas cada vez más avanzadas, no
significa por fuerza, haber alcanzado "la felicidad". La catástrofe
medioambiental que ya tenemos encima nos lo recuerda de modo
patético.
Paralelo a esto encontramos la forma en que se reparten los
poderes; todos los poderes, no solo el político: entre géneros,
entre etnias, entre grupos sociales varios (¿por qué hay los
llamados grupos de riesgo o vulnerables? De hecho, cualquiera puede
caer en esa categoría y perder poder: minorías étnicas, mujeres,
niños, homosexuales, drogodependientes, pobres, etc., etc.) La
horizontalización de los poderes es otro gran requisito para hablar
de progreso.
La permanencia de regímenes políticos donde el poder está
concentrado en una sola persona (llámese emperador, rey, zar,
faraón, sha, sultán, gran jefe, soberano, etc.) o en una casa real,
poder autárquico, indiscutido, impune, absoluto, nos remite así a
una forma menos evolucionada de organización social. El progreso
social, en definitiva, pasa por la democratización en el ejercicio
de los poderes. Si no, reafirmamos que la lógica en juego nos
permite pensar en gente común y gente VIP (very important persons).
Pero ¿hay gente VIP? Los nazis hablaban de "raza superior". ¿Hay
raza superior entonces? ¿Hay sangre azul? ¿Podríamos creer acaso,
con Ernest Renan, que "la monarquía hereditaria es una concepción
política tan profunda que no está al alcance de todas las
inteligencias el comprenderla"?
Lo anterior puede llevar a cuestionarnos lo siguiente:
poblaciones donde, además de altos estándares de satisfacción
material, se ha llegado a modelos de organización social armónicos,
con seguros de salud, de desempleo, con altos niveles educativos,
con la valentía de legislar temas como el divorcio, el aborto, la
eutanasia, donde se ha erradicado la tortura o la pena de muerte
como política de Estado, persisten aún en el mantenimiento de
monarquías (pensemos en los países europeos). ¿Por qué? ¿Necesitamos
creer que efectivamente hay gente VIP? ¿Tan lenta es la evolución
social entonces?
Todo indicaría que, pese a que el desciframiento del genoma
humano nos enseña lo contrario, que todos somos en todo iguales,
lamentablemente sí es lenta esa evolución, muy lenta, tremendamente
lenta y difícil. "Es más fácil desintegrar un átomo que un
prejuicio", dijo Einstein. (Fragmentos tomados de ARGENPRESS.info)