Si uno mira bien los titulares de los diarios, espejos muy
imperfectos de nuestros tiempos, la palabra globalización no aparece
como un fenómeno de referencia histórica, sino como una visión sin
alternativas, que tiene como fin único mutar el destino de la
economía y de las sociedades mundiales de una manera definitiva.
Antes de seguir avanzando, quizás, sería útil reflexionar sobre
dos aspectos del debate relativo al término globalización. El
primero sería un debate semiológico y el segundo, conceptual. El
término globalización no es sinónimo de mundialización. Global es un
término, especialmente en lengua inglesa, idioma de la
globalización, con un sentido más total y definitivo que la palabra
mundial. Global lleva implícito en su sentido una voluntad, una
estrategia. Mundial es un término más vinculado a medir espacios y
dimensiones: el calentamiento de la tierra decimos que es mundial;
sin embargo, solo una acción global puede solucionarlo.
El proceso de mundialización, por lo tanto, es un proceso
natural, ancestral y saludable, siempre que se respeten las
identidades culturales y la riqueza multicultural. Pero, la
globalización a la que nos referimos no es el resultado de un
proceso histórico natural: es una visión cosmogónica de un camino
económico, cultural, político y social basada en los principios y
visiones neoliberales. Esta es la razón por la que el Foro Social
Mundial de Porto Alegre se reúne bajo el lema "otro mundo es
posible", y plantea una globalización alternativa, por ejemplo, una
globalización solidaria.
El Libre Mercado conlleva una serie de corolarios de hondo
calado: la obsolescencia del estado como gestor de la economía, ya
que el Libre Mercado funciona solo si nadie se mete en el camino; la
idea de que la sociedad no se mueve por intereses ideales, sino que
la mano invisible del Mercado solucionará todo, inclusive el hambre
y las injusticias; por último y de vital importancia para el Tercer
Mundo, es la necesidad de eliminar toda barrera y defensa nacional,
ya que la integración mundial solo funciona si se deja todo abierto
a la competencia.
El Tercer Mundo, bajo presiones absolutas, acepta los llamados
ajustes estructurales, comprimiendo los gastos públicos para reducir
el déficit presupuestario, reduciendo sus presupuestos destinados a
educación y salud.
Pero, al final de la década de los noventa, nada se ha hecho para
eliminar los subsidios agrícolas de Estados Unidos y Europa, que
pesan sobre las economías en desarrollo nueve veces más que la ayuda
que se les concede: el comercio internacional es todo menos libre,
por las prebendas que el Norte guarda para sí mismo.
Los 300 000 millones de dólares de subsidios agrícolas anuales
destinados a EE.UU. y Europa constituyen una cantidad nueve veces
superior a la que ellos mismos dedican al desarrollo. Así, el
espejismo sobre la reducción de la deuda del Tercer Mundo se
transforma en un ritual.
El capital de esta deuda ya ha sido devuelto dos veces: pero el
servicio de los intereses sigue creciendo. Los gastos militares
siguen siendo casi 40 veces más altos que la ayuda internacional.
Mientras tanto, cerca de 80 países del Tercer Mundo están peor
ahora que hace diez años.
Los gastos de educación y de salud han caído, como promedio, en
un 30%. El gran flujo de las inversiones privadas se ha ido
distribuyendo en el mundo no según las necesidades, sino según las
oportunidades.
Las empresas las ha comprado el capital extranjero, para casi
siempre cerrarlas y utilizarlas como base local de empresas
internacionales, aumentando el desempleo. La eliminación de las
barreras aduaneras ha hecho entrar todo tipo de mercadería que es
más barata que lo que se pueda producir en el país, con reducción de
la artesanía y la microeconomía.
En lugar de armonizar el mundo, el capitalismo incontrolado lo ha
quebrantado aún más de lo que ya estaba. En el 1960, el 20% de la
gente más rica de la humanidad era 30 veces más rica que el 20% más
pobre: ahora es 60 veces más rica.
En Seattle, durante la Conferencia de la Organización Mundial del
Comercio, una coalición improvisada de sindicatos, activistas
sociales, ecologistas y pacifistas, hizo fracasar la Conferencia. Y
nadie ignora actualmente la existencia del Foro Social Mundial, que
se reunió en Porto Alegre por primera vez en el 2001, para denunciar
la deshumanizada situación internacional, y al Foro Económico
Mundial de Davos como una reunión ilegítima, donde algunos cientos
de personas, solo en base a su fuerza económica, se reúnen y toman
decisiones mundiales sin mandato de los pueblos sobre los que se
aplican dichas disposiciones.
En Porto Alegre esperábamos unas 10 000 personas el primer año, y
llegaron cerca de 15 000. Hoy el Foro Social Mundial reúne cerca de
130 000 personas.
En el Foro Social Mundial, confluyen dos componentes históricos
de lo que hoy se llama Sociedad Civil Global o Movimiento
Altermundista.
La primera generación de la sociedad civil nace en el marco del
paradigma del desarrollo. Grupos de ciudadanos que se identifican
con los temas de desarrollo (derechos humanos, mujeres, medio
ambiente, lucha en contra de la pobreza).
Frente a la incapacidad del sistema público para incidir en estos
temas, se organizan en lo que se llamarán Organizaciones No
Gubernamentales, para recalcar el carácter voluntario y asociativo.
Algunas, como Greenpeace, se transforman rápidamente en nuevos
actores internacionales, muchas veces más importantes que las
cancillerías correspondientes.
Uno de los temas centrales del último Foro Social Mundial fue
defender a Naciones Unidas del declive al cual la condenó
inexorablemente la administración Bush, y solicitar su reapropiación
para los pueblos que la integran, más allá de los gobiernos. El
informe de la OIT tuvo un gran eco, y fue objeto de un diálogo entre
representantes de la sociedad civil y del mundo sindical, que
trabajaban sobre la necesidad de nuevas alianzas para buscar
mecanismos de contrapeso en el declive de la justicia social y del
desarrollo humano.
Indiscutiblemente detrás del concepto de economía social está el
de cooperación, sostenido por un uso compartido de la información.
El crecimiento de la economía social no contiene visibilidad, por
su falta de atracción política relevante, pero no por esto es menos
trascendente, sino mucho más: lo verdaderamente importante es
invisible a los ojos.
Podemos traducir todo este debate en los términos de la sociedad
civil, que es una aliada natural de la economía social, pero no en
los hechos. Esta discusión viene presentada sobre un debate de
valores, como son la equidad, la justicia, la participación y la
defensa de la humanidad. Son estos los valores que animan a la
sociedad civil y son, dicho de otra manera, los mismos valores que
mueven al mundo de la economía social.
La prueba de fuego es que ambos sectores rechazan los valores de
la globalización neoliberal: el provecho como fin último y legítimo,
la competencia como elemento fundamental de las relaciones
económicas, el Mercado como dios, como ley, como mecanismo
exclusivamente dirigido al enriquecimiento capitalista. Y, sobre
todo, el capital como valor y medida última de la sociedad, lo que
relega al ser humano a convertirse en mero factor marginal de la
producción y en un factor esencial del consumo.
El camino de la participación de la economía social en el debate
de la gobernabilidad mundial es urgente e indispensable. Bien que
mal, un sector tan estratégico está ausente de los foros mundiales
y, por lo tanto, del debate de las ideas que en ellos surgen.
si seguimos sin crear una estrategia mundial se corre el riesgo
de que la globalización neoliberal le siga pasando a la economía
solidaria por encima como una apisonadora. De abrirse, esta nueva
vía de trabajo tendría el apoyo de la sociedad civil global, del
Foro Social Mundial y de todo el gran movimiento mundial que busca
una sociedad más participativa y justa. (Fragmentos tomados de
IPS)