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Desde Haití
Corran la voz, llegaron los médicos cubanos
JUAN DIEGO NUSA PEÑALVER, enviado especial
La vida en Pointe des Lataniers parece haberse detenido en el
tiempo muchas centurias atrás. Allí no hay televisión, ni escuelas,
ni calles pavimentadas, ni sistemas de acueducto y alcantarillado,
ni luz eléctrica, como tampoco médicos u otros muchos servicios de
la vida moderna. La pobreza es pavorosa.
El
doctor Alexander Torres Serrano, de Camagüey, examina a uno de los
niños de la comunidad de Pointe des Lataniers.
Allí parece no suceder nada, mientras languidece el día y la
madre de una inmensa prole (unos 8-9 hijos como promedio) prepara un
magro plato a base de un pequeño pescado de color rosado, capturado
por el hijo mayor y su padre, al que adicionan arroz con coco y
frijoles.
Sin embargo, desde hacía mucho tiempo en el misérrimo villorrio,
de apenas 3 000 habitantes y ubicado en el extremo norte de la
deforestada y "seca" isla haitiana de La Gonave, no había tanta
agitación por una visita imprevista.
La causa: un grupo de pesquisa activa de galenos y enfermeros
cubanos llegó al remoto lugar en busca de infectados con la epidemia
de cólera —para informar cómo se controla ese peligroso
padecimiento, que mata fulminantemente si no es atendido a tiempo—,
y brindar consultas médicas.
Y la noticia corrió como pólvora, pues desde ruinosas casuchas de
piso de tierra, que tienen por todo mobiliario un desvencijado catre
de cuatro patas sin colchón, salían "incrédulos" a contarles a los
médicos cubanos sus dolencias humanas de siglos de desatención
sanitaria.
El grupo de pesquisa activa, integrado por el doctor Alexander
Torres Serrano, de Camagüey, y los enfermeros Manuel de Jesús Pérez
(Holguín) y Manuel Yunior Castro García (Matanzas), no tuv o
un minuto de descanso bajo el abrasador sol caribeño. La mortalidad
infantil y otros males endémicos en Pointe des Lataniers no dan
tiempo para el cansancio.
Así el anciano Lifet Wilmer expresa a Yunior que se recuperó bien
del cólera, que no tiene más malestares (fue el primero que enfermó
del terrible mal en la comunidad), pero que necesita algo para la
picazón en una hernia gigante instalada en sus genitales.
En casa de Imosia Maxie, con sus seis "vejigos", todos menores de
diez años, el doctor Alexander y el enfermero Manuel, tras la
revisión, le entregan el medicamento y le indican como desparasitar
a sus vástagos, que han crecido silvestres, como la floresta.
Otro anciano se queja de fuertes dolores en su espalda —el
haitiano soporta grandes cargas de trabajo pesado casi infrahumano
durante toda su vida—, y le prescriben un antinflamatorio, mientras
en la choza de Ulice Manila y Wilme Yosle se les recomienda dar
mucho líquido a sus dos críos para atajarles un incipiente catarro.
En más de siete agotadoras horas, este equipo móvil, de los que
la Brigada Médica cubana tiene desplegados 47 en Haití, revisó a 379
personas, de ellos 273 niños, en quienes diagnosticaron enfermedades
como catarata bilateral congénita, diarreas virales y parasitarias,
gripes, escabiosis y varicela.
En la mayoría de los casos, los brigadistas sanitarios cubanos
dejaron el tratamiento con el medicamento de donación
correspondiente y también un consuelo. Esta noche, en Pointe des
Lataniers se dormirá con menos angustia.
Casi a la hora de retirarnos, el joven haitiano Jackson Fregat
Vil, quien estuvo un buen tiempo junto a nosotros, me sorprende y
pregunta por Fidel y por el estado de su salud. Y gracias a un
adolescente haitiano que habla bastante bien el español, le respondo
que sí, que Fidel está bien, como un Caguairán.
Ni corto ni perezoso, otro joven, Nazaire Dieudonne, me señala
que él sabe de Raúl Castro. Los pueblos son sabios, no se equivocan. |