En
una primera impresión, el título mordazmente elocuente de la novela
Sangra por la herida, de Mirta Yáñez, pudiera resultar
espeluznante y propiciar escalofríos hasta al más recio de los
lectores. Y no se equivoca si, al tomarla inicialmente en sus manos,
supone que abordará un itinerario textual donde el dolor asume un
papel prominente. Sin embargo, a pesar de ser la muerte un ente
vertebrador del discurso argumentativo, no se trata de una apología
del padecimiento.
Una peculiar estructura articula esta deliciosa narración que
ensarta personajes cuyos nombres dan, a su vez, título a los
capítulos donde historias aparentemente individuales hacen posible,
junto a la materia descriptiva y al propio hilo conductor, una bien
lograda amalgama de cotidianidad, sueños y frustraciones.
Aunque las añoranzas de los seres que habitan estas páginas rayan
con un pasado intenso y tormentoso del que no pueden zafarse ("el
día a día no tiene banda sonora pero el pasado sí"), y en gran
medida son ellos mismos el resultado de esa hostilidad, intentan
diseñar un presente que cobra como escenario La Habana actual donde
se explaya en todo su deteriorado esplendor el periférico municipio
Habana del Este, específicamente el área correspondiente a Alamar, a
la que se le interpone a ratos la barriada del Vedado, que llega con
exquisitas siluetas desde la memoria de algunos personajes,
adolescentes como su autora en los años 60.
El perfecto abordaje de expresiones populares y anécdotas
simpáticas y espontáneas que refrescan las tensiones producidas por
la presencia en la narración de funerales, pesadillas, homicidios,
suicidios y ruinas —también espirituales—, viene oportunamente a
balancear el sarcasmo casi naturalista que se respira entre líneas.
No por breves son menos contundentes los parlamentos de la mujer
que habla sola en el parque (personaje esbozado de la trama),
encargada de advertir y constatar las fealdades y destrucciones no
solo de la ciudad, mientras la muerte tintinea, la soledad amenaza,
la frustración ahoga y la ira amordazada se desdobla en
reiteraciones de términos que la liberan.
Hay acierto en quienes han visto en la nueva entrega de Mirta
Yáñez su propia novela; no se trata de una creación meramente
ficticia. No ha podido despojarse demasiado —aunque nadie pondría en
duda su naturaleza artística— de sus apreciaciones vivenciales, que
se cuestionan permanentemente la razón del sufrimiento inútil.
Por eso, al dedicar su obra "a los amigos que dejaron de pintar,
de tocar el piano, de hacer teatro, de escribir un poema, de soñar
sus sueños, por las razones que fuesen", invita a pensar, induce a
cuestionamientos, propone examen de conciencia.
"Yo quiero hablar de los sentimientos que provocan la
intolerancia, los prejuicios de las personas que actúan en la vida
cotidiana como verdugos de otras, y contarlos, para que mucho de
esos sufrimientos y tragedias personales no caigan en el olvido, o
al menos que nos preguntemos cuál fue el sentido de algunos actos."
Así, escrita con dolor, ve la luz esta novela que a la par que
engrosa el catálogo de la buena literatura cubana, deviene canto a
una generación, la de su autora, a la que "aspira a dar vida para
que sangre por la herida".