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De cuando Arguedas entró a la obra de Santiago
PEDRO DE LA HOZ
Es bueno volver a mirar y sentir la obra del peruano José María
Arguedas justo cuando se conmemora el centenario de su nacimiento
—Andahuaylas, 18 de enero de 1911— y el universo andino que padeció,
interpretó y defendió destaca como una fuerza singular en el magma
revolucionario que aflora en la América Latina de los primeros años
del siglo XXI.
Santiago
Álvarez.
En Cuba, la Casa de las Américas siempre lo ha tenido en cuenta.
Ahora mismo, bajo su advocación, acaba de poner en marcha el
Programa de Estudios de las Culturas de los Pueblos Originarios de
las Américas —sí, en plural, porque caben tanto los de los Andes y
el sur del continente, los de la gran familia mayense en Yucatán y
Centroamérica, las comunidades de la Amazonía y la Orinoquia como
las naciones aborígenes norteamericanas, tan sufridas y devastadas
como las que más—, y planea una reedición de la novela Los ríos
profundos. Una Casa que lo ha honrado también, desde hace una
década, al colocar su nombre al frente del Premio Honorífico que
todos los años concede a la que considera la mejor novela publicada
durante el plazo precedente en la región.
Pero quizás sea este un excelente momento para recordar un muy
interesante reflejo de la obra arguediana entre nosotros, en el que
estuvieron implicados Santiago Álvarez y Roberto Fernández Retamar:
el brevísimo y revelador filme El sueño del pongo (1970).
José
María Arguedas.
Arguedas escuchó ese cuento en Lima a un comunero del Cusco.
Trata de un pongo (sirviente), de cuerpo disminuido, al que su
patrón maltrata y humilla. Hasta que le narra a este un sueño que
tuvo, en el que el gran Padre San Francisco ordena al ángel más
hermoso que untara con la miel más pura y dorada el cuerpo del amo y
al ángel más ruinoso que trajera un bidón de gasolina lleno de
excretas para embadurnar al indiecito. Llegado a ese punto, el
patrón dijo: "Así es como debe ser. Continúa. ¿O todo concluye
allí?". "No, padrecito mío, señor mío. Cuando nuevamente, aunque ya
de otro modo, nos vimos juntos, los dos, ante nuestro gran Padre San
Francisco, él volvió a mirarnos, también nuevamente, ya a ti, ya a
mí, largo rato. Con sus ojos que colmaban el cielo, no sé hasta que
honduras nos alcanzó, juntando la noche con el día, el olvido con la
memoria. Y luego dijo: ‘Todo cuanto los ángeles debían hacer con
ustedes ya está hecho. Ahora. ¡lámanse el uno al otro! Despacio, por
mucho tiempo’. El viejo ángel rejuveneció a esa misma hora: sus alas
recuperaron su color negro, su gran fuerza. Nuestro Padre le
encomendó vigilar que su voluntad se cumpliera".
Fábula vindicante, mordaz, metáfora de rebeldía, El sueño del
pongo, a partir de la adaptación de Retamar, estimuló la
imaginación de Santiago, quien ya era un maestro indiscutido del
género documental. Retamar había colaborado con Santiago en sus
filmaciones de la guerra de liberación de Viet Nam. Pero El sueño
del pongo no sería un documental, sino un experimento narrativo
de imágenes fijas animadas.
En el orden de la evolución del lenguaje fílmico de Santiago,
esta pieza de apenas ocho minutos de duración se sitúa en la línea
de desarrollo de Now y LBJ y antecede el salto a la
ficción que dio con Los refugiados de la Cueva del Muerto,
basada en el relato testimonial de Marta Rojas sobre los
sobrevivientes de los asaltos a los cuarteles orientales el 26 de
julio de 1953.
En el centenario de Arguedas valdría la pena relanzar esa joya de
la filmografía cubana. |
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