Una película puede tener excelentes actuaciones, historia
interesante, fotografía de primera, música de virtuosos¼
pero si le falla el guión nunca será una buena película.
El asunto del tema como factor decisivo queda descartado cuando
uno se pregunta cuántas películas de amor continúan haciéndose con
acierto en el mundo.
El quid radica entonces en la agudeza artística y en saber
transitar lo que se cuenta con el aire suficiente en los pulmones
que demanda una buena dramaturgia¼
aplicada a cualquier tema.
Una novela se escribe, se guarda un año o dos, y al sacarla es
muy posible que el autor la transforme en un alto por ciento.
Un guión que se filme sin estar madurado, o con variaciones
sustanciales contra reloj no tendrá solución en imágenes una vez
filmado, a no ser esos remiendos "del último corte" a veces
detectables hasta por el espectador más entretenido.
El ejemplo de Casablanca (1942, M. Curtiz) cuyo guión se
hacía a diario sin saber los actores lo que vendría al día
siguiente, es una rara avis dentro del oficio, y más un acto de
magia que una obra artísticamente meditada (con todo lo de impulso
creativo inconsciente que pueda tener el arte).
En buena medida, "el tema" del cine cubano sigue estando
conformado por problemas de la sociedad, económicos y sociales a la
cabeza, y por ende del pensamiento. Sobran títulos al respecto y
variedad en el tratamiento, desde la comedia costumbrista que
insistía en la escena del apagón y el grito, hasta la estremecedora
y artísticamente convincente Suite Habana, de Fernando Pérez.
La reiteración del tema trae aparejado entonces el mayor reto de
la creación: el de resultar diferente, lo que de ningún modo se
asocia a un tipo de cine experimental, aunque tampoco se le excluye.
Se puede ser diferente lo mismo transitando los cánones
establecidos por Aristóteles que recurriendo a la vuelta y media. En
todos los casos lo que decide es la sensibilidad y el talento del
artista, sin olvidar el aporte de la experiencia, ese "oficio"
indispensable para no tentar en riegos (¡el plausible riesgo!) lo
que se sabe no funciona.
Tres de los largometrajes cubanos estrenados durante el último
Festival del Nuevo Cine (el cuarto, Afinidades, no pude
verlo) presentan, en diferentes formas, complicaciones en el guión.
Casa vieja (Lester Hamlet), tan bien recibido por el
espectador porque valores hay, mantiene con buen pulso su vuelo
realista nutrido del teatro, pero hay transiciones del personaje
central, Esteban, (y no me refiero a la actuación) que están
injustificadas en el devenir dramático, y ya de ello escribí cuando
se estrenó en el Festival.
Larga distancia (Esteban Insausti), acaso el más ambicioso de
todos en el plano formal, un filme al que hay que agregarle el
provocador calificativo de "pudo haber sido", quiere abarcar tanto
(incluyendo una mirada sociológica externa) que termina por no
concretar la unidad del discurso, a ratos algo confuso.
Y Boleto al paraíso (Gerardo Chijona) con una historia
contundente inspirada en hechos reales, no desarrolla de manera
convincente (exceptuando la primera parte) ni la narración, ni las
interioridades psico-sociales de sus personajes.
No hay que generalizar: hay películas cubanas que en diferente
medida sí lo han logrado.
Pero muchos años después de estarse discutiendo el asunto, el
guión sigue siendo el problema.