Con vocación de monje

Conversación con Rolando Estévez, Premio Nacional de Diseño del Libro 2010

VENTURA DE JESÚS

MATANZAS.— En el ámbito editorial, el Premio Nacional de Diseño del Libro 2010 a Rolando Estévez pareció muy justo, homenaje merecido. Tan pronto la noticia se conoció sus amigos lo colmaron de saludos, y hasta personas desconocidas le tendieron la mano en demostración de afecto. Él da la impresión, sin embargo, de haberse desahogado por completo de toda vanidad.

Al artista de la plástica le fue conferido el mencionado galardón en virtud básicamente de Ediciones Vigía, un proyecto que pone en un peldaño bien alto el diseño integral y la creatividad apoyada en un uso casi excepcional de minúsculos recursos.

A pesar de ser un creador multifacético, el producto atractivo y distinto que logra con Vigía, una editorial para la que ha concebido más de doscientos títulos, es lo que más aprecia la gente en Estévez.

—¿Cómo nació esa relación, te atrae la tendencia a la austeridad que le dio origen o es por la libertad de poder inventar sin miramientos?

"Nació de la amistad con Alfredo Zaldívar, de mi fe en su tesón, en su creatividad como poeta y promotor. Vigía es desde sus inicios un espacio de libertad; cada libro es en sí único, distinto".

—¿Cómo se complementan en tu caso el poeta, el escritor y el diseñador escénico?

"Todo mi arte es muy teatral, un defecto que me achacan mis compañeros de la plástica pura, entonces me conformo con ser un impuro, un artista de la fusión. Salvando las inconmensurables distancias, como ese hombre; medida de todos los hombres: Leonardo.

—¿Cómo es esa rutina de creación en el diseño de un libro, lleva mucho tiempo?

"Me lleva mucho tiempo pensarlo, entrar en una suerte de comunicación especial con el texto y el autor. Realizarlo es cosa de tres o cuatro días. Después que creo la parcela mental, y está bien abonada y removida, lo otro es plantar el árbol."

—En ese largo aprendizaje que es la creación, ¿quiénes te han sido más útiles en el oficio de diseñador?

"Los pocos profesores que tuve, como Pepe Fundora y Agustín Drake; Marisol Trujillo y Estela Laborde, entre otros. Mis alumnos de diseño cada día me enseñan algo. Los poetas que leo, los bailarines y coreógrafos que admiro. Los actores —esos seres monstruosos y tiernos. Los artistas de la plástica más recientes y los maestros de todos los tiempos. También los tres ancianos que limpian la plaza de la Vigía cada día, ellos me enseñan que siempre hay que hacerlo todo bien".

—¿Qué angustia más, una hoja en blanco o la encomienda de un diseño?

"La poesía me la dictan; yo trato solamente de afinar el oído; después viene el trabajo mío, limpiar, desbrozar. El diseño es un trabajo por encargo, no por eso menos creativo, como piensan ahora algunos limitados. La Capilla Sixtina fue un encargo. Miguel Ángel debe haberse angustiado también, pero ya nadie recuerda al que se la encargó".

—¿Cómo son tus relaciones de diseñador con editores y autores?

"El editor para mí es un ente fundamental. Primero fue Zaldívar y ahora Laura Ruiz. Entre ellos y yo se ha creado siempre una comunicación involuntaria y silenciosa; una complicidad. Sin complicidad no hay éxito en el trabajo colectivo. Con el autor es otro el proceso, trato de entablar con ellos —a distancia— una comunicación medio espiritista, tratando de encontrar las claves de sus textos y decir con la imagen lo que el libro necesita para ser entonces una obra de arte completa".

—¿Cuál suele ser el punto de partida de un diseño, acaso alguna imagen visual?

"Sí, una imagen mental, un material, un color, una textura, un desecho virtuoso que encontré en la calle... ".

—¿Cuál es la magia de un buen diseñador: mesura, imaginación, fantasía... ?

"Mesura para poner solo lo necesario. Imaginación, esa que hace falta para que el coito texto-imagen termine en la preñez. Fantasía, como el niño que se asombra ante la caja de crayolas y quiere dibujar el animal que nunca ha acariciado. Y también trabajo; perder visión ocular de tanto luchar con la cartulina que finalmente deja de ser blanca para tener todo lo que necesita y hacerse expresiva, útil".

—¿Qué diseño te proporciona mayores alegrías: diseño para teatro, diseño gráfico de carteles, plaquettes, libros, plegables... ?

"La vida es una hermosa ley de vasos comunicantes. Amo la polifonía de las aguas que en vasijas distintas toman el mismo nivel. Disfruto la fusión, la contaminación de todo lo que hago. A veces el coro tiene un solista hoy y otro mañana. Pero la poesía, no como género literario, sino como magnitud abarcadora, es la que ha signado mi vida como creador".

Estévez ha realizado exposiciones personales en innumerables muestras colectivas. Su obra se ha expuesto en casi una veintena de naciones. Es autor de los poemarios El dios tardío (Letras Cubanas, 1990); La cáscara profunda (Ediciones Vigía, 1991); Suite para voz y corazón en traje negro (Ediciones de La Ciudad, 1997); Mar Mediante (Ediciones Vigía, 2007) y La vena rota (Ediciones Aldabón, 2010).

—Volviendo a Vigía, ¿qué significa para ti, háblanos de las influencias?

"He dicho muchas veces que de todas las cosas que hago en el arte, la que quiero hacer hasta el último día de mi vida es el diseño de estos libros. Mi mayor influencia, y la de Vigía toda es la cita de los libros incunables del Medioevo; los hacemos con vocación de monje. Pero hay otro antecedente glorioso: la emblemática figura de Fayad Jamís; poeta de la palabra y la imagen".

 

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