Matanzas es la provincia que más tiene con 83, seguida de
Guantánamo (49), Pinar del Río (34), Sancti Spíritus (23), y
Mayabaque (19). Las Tunas es la única que hasta el momento no tiene
ninguna.
Las estaciones rupestres se clasifican en tres categorías:
pictográficas, cuando de manera exclusiva presentan alguna forma de
pintura o dibujo; petroglíficas, si solo contienen talla o grabado,
y las llamadas combinadas, que albergan ambas modalidades. En el
caso de Cuba, predominan las pictográficas, pues representan el
62,77% de las censadas en el territorio nacional.
El máster en Ciencias Divaldo Gutiérrez Calvache, vicecoordinador
nacional del Grupo Cubano de Investigaciones del Arte Rupestre (GCIAR),
adjunto al Instituto Cubano de Antropología del Ministerio de
Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA), explicó a Granma
que en el 2006 comenzaron los trabajos para evaluar el potencial
daño de la elevación del nivel del mar sobre los sitios asentados en
la llanura costera Judas-Aguada, del Parque Nacional Caguanes, en
Sancti Spíritus.
Los estudios fueron desarrollados por especialistas del propio
Instituto de Antropología del CITMA, del Centro de Estudios
Ambientales de Sancti Spíritus, del Instituto de Geofísica y
Astronomía, y de la Sociedad Espeleológica de Cuba.
Indicó que, desde el punto de vista arqueológico, es una de las
zonas más interesantes del país al atesorar 18 estaciones, con un
total de 288 dibujos rupestres.
Tiene la ventaja de ostentar las categorías de Reserva de la
Biosfera, otorgada por la UNESCO, y la de Sitio RAMSAR. Lo anterior
explica que la totalidad de ellas esté cuidada por un sistema de
regulaciones internacionales. Catorce de esos sitios poseen, además,
la condición de Monumento Local, aseveró.
"Ningún otro agrupamiento regional en el arte rupestre cubano
reúne tantas variantes de protección, y eso le propicia condiciones
muy favorables para convertir la zona en un polígono de estudio
dirigido a la conservación y cuidado de este recurso cultural y
patrimonial."
De acuerdo con las investigaciones encabezadas por Divaldo
Gutiérrez Calvache, y los expertos José Chirino Camacho, Efrén
Jaimez Salgado y José González Tendero, el arte rupestre de la
llanura costera Judas-Aguada presenta un alto grado de
vulnerabilidad ante el ascenso del nivel del mar pronosticado en los
próximos 300 años.
Incluso, ya en el 2100 podrían ser notablemente perjudicados algo
más del 16% de los sitios existentes en la región. Los cálculos
sugieren que para el 2200 habrán quedado inundados por el agua entre
27 y 135 dibujos rupestres.
Otras evaluaciones hechas en la costa suroeste de la Isla de la
Juventud, y en el litoral sur de la Península de Guahanacabibes,
Pinar del Río, muestran que aun bajo los más conservadores
estimados, buena parte de las estaciones pictográficas localizadas
en esos lugares recibiría significativos perjuicios, pues algunas de
sus pinturas están situadas hoy a menos de 0,30 metros sobre el
nivel del mar.
La experiencia acumulada demuestra la necesidad de desarrollar
estudios más precisos y detallados para esta y otras regiones del
país con arte rupestre, a fin de obtener una visión integral y
confiable de los grados de vulnerabilidad frente a los efectos del
cambio climático.
Ello permitiría adoptar acciones dirigidas a preservar el
patrimonio histórico cultural de la nación no solo de la agresión
del mar, sino también de las variaciones que pueden ocurrir en los
registros medios de temperatura, humedad absoluta y relativa,
salinidad, frecuencia de eventos meteorológicos extremos, y otros
indicadores, a partir de la confección de mapas de riesgo y modelos
de adaptación referidos al impacto del calentamiento global sobre
los sitios arqueológicos.
Sin embargo, en la actualidad el mayor desafío que enfrenta el
arte rupestre nacional son las agresiones del hombre, ya sean de
manera voluntaria o inconsciente.
Entre ellas aparecen la ejecución de gra-fiti sobre las pinturas,
el borrarlas deliberadamente, y usar las pictografías como blancos
de prácticas de tiro. Así sucedió en la Cueva Número 1, de Punta del
Este, Isla de la Juventud, y en la Cueva de la Virgen, en el este de
La Habana.
También figura la extracción de petroglifos, cuyo ejemplo más
lamentable tuvo lugar en la Cueva de los Paredones, en Ceiba del
Agua, provincia de Artemisa, cuando estos fueron sacados para
adaptar el lugar con fines agroindustriales.
Este peligro está latente en nuestros días —no hay que esperar
demasiados años para constatar sus nocivos efectos— y, más que
prevención, clama por medidas ejemplarizantes.