La abstracción también tiene mucho que decir

VIRGINIA ALBERDI BENÍTEZ

¿Qué quiere decir un cuadro? ¿Qué historia nos cuenta? ¿Una mancha o una textura representan algo en concreto? Estas y otras preguntas por el estilo suelen hacerse los espectadores cuando tropiezan con una pintura abstracta.

Obra de la etapa abstracta de Raúl Martínez.

Siglos de convenciones de un arte figurativo, en el que se plasman escenas sagradas y profanas, retratos de gente ilustre o anónima, paisajes reconocibles, gravitan todavía sobre los hábitos más extendidos de lectura de un hecho pictórico determinado.

Ese mismo espectador reacciona de un modo diferente ante otras manifestaciones artísticas o incluso de la naturaleza. No se cuestionan cuál es el significado de una partita de Bach o una sinfonía de Mozart, ejemplos supremos de estructuras armónicas a las cuales se les asocia con estados de ánimo que para nada tienen que ver con la arquitectura interna de las obras. Como tampoco se cuestionan por lo que nos dicen los cantos de las aves o la simple irrupción de un chorro de luz a través de una claraboya.

Lo cierto es que la pintura, luego de la invención de la fotografía, trató menos de copiar la realidad e intentó reinterpretarla. La pintura se hizo más libre —los efectos luminosos de los impresionistas, las exageraciones gestuales de los expresionistas, la descomposición geométrica de los cubistas, el delirio subversivo de los surrealistas— hasta llegar a lo que conocemos como abstracción pictórica.

Es necesario tomar en cuenta esos elementos para entender la hazaña intelectual que por estos días tiene lugar en el Museo Nacional de Bellas Artes: la exposición La otra realidad: una historia del arte abstracto cubano, curada por Elsa Vega Dopico.

Carmen Herrera, redescubierta.

Allí se nos presenta un recorrido por el arte no figurativo nacional a través de las distintas generaciones de creadores que han desarrollado su discurso estético dentro de esta tendencia.

La muestra comienza por los precursores, artistas que como Amelia Peláez, Marcelo Pogolotti, Roberto Diago y José Manuel Acosta tempranamente insinuaron que la abstracción era una posibilidad expresiva.

Convencionalmente se admite que con la irrupción del grupo Los Once, la pintura abstracta cobró sus más altas credenciales como movimiento en la isla. Es el momento de Hugo Consuegra, Guido Llinás, Antonio Vidal y un muy joven Raúl Martínez. Es también el plazo de revolucionar la escultura como lo hicieron Agustín Cárdenas, Tomás Oliva y Pancho Antigua.

Pero ya en Cuba vivía por entonces Sandú Darié. Y Luis Martínez Pedro se desembarazaba de los moldes académicos para introducir una noción diversa de planos, círculos y colores. Y Loló Soldevilla desataba sus ímpetus sobre lienzos y telas.

No sería extraño que los ecos de esas vanguardias se convirtieran en una zona ampliamente visitada por creadores que eligieron los modos no figurativos en los sesenta, en medio de una gran eclosión del arte a escala nacional, cimentada a su vez por la formación de los primeros talentos producto del sistema de docencia artística fomentado por la Revolución.

Llegaba la hora de los pintores concretos, con la muy sorprendente obra de Pedro de Oraá; del arte óptico en las voces de Armando Morales y Ernesto Briel, del entusiasmo y la constancia de Raúl Santoserpa, Carlos Trillo y Juan Vázquez Martín; de las señales promisorias, tronchadas en plena juventud, de Waldo Luis.

En las últimas décadas la abstracción siguió sumando aportes sustanciales desde diversos estilos, como los de Julia Valdés, Rigoberto Mena, Eduardo Rubén, Carlos García, Manolo Comas y Andy Rivero. Y hasta un novísimo, Reyner Ferrer, se adscribe. Mientras que a partir de los volúmenes escultóricos la abstracción alza el vuelo en obras de José Villa Soberón y Tomás Lara.

La muestra del Museo redescubre a una artista cubana en sus orígenes: Carmen Herrera. Nacida en 1915, con estudios parisinos en el momento de ebullición de las vanguardias de entreguerras y establecida en Nueva York desde la mitad del siglo pasado, su presencia en este repertorio promueve el asombro y la interrogación.

Poéticas diferentes, incluso contrapuestas, animan estas visiones que dan una idea lo más completa posible, aunque susceptible de corrección, acerca de lo mucho que dice también la abstracción cubana.

 

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