"No sabemos cuál es el punto de no retorno", cuando se vuelva
irreversible la degradación forestal, y la consecuente
desertificación de tierras beneficiadas por las lluvias exportadas
desde la Amazonía, arguyó el agrónomo que vivió 22 años en esa
región como investigador, antes de incorporarse al INPE, en São José
dos Campos, a 100 kilómetros de la sureña ciudad de São Paulo.
La floresta amazónica y la barrera de la cordillera de los Andes,
que recorren, de norte a sur el territorio sudamericano, reorienta
los vientos húmedos, ahora también llamados "ríos voladores", que
aseguran lluvias a la región que más exporta carnes y varios granos
y frutas en el continente, o incluso en el mundo, si se considera el
azúcar, la soja y el jugo de naranja.
Ese mecanismo, ya descrito por varios investigadores climáticos,
obtuvo con Nobre y con otros científicos dispersos por el mundo una
nueva teoría, la de la "bomba biótica", que explica fenómenos
climáticos, equilibrios y desequilibrios en un sistema planetario en
el que los biomas forestales juegan un papel clave.
La llamada circulación de Hadley es otro componente del proceso.
El aire se eleva en la zona ecuatorial, calentado por el sol,
formando las nubes que aseguran fuertes lluvias que alimentan los
bosques tropicales. A cierta altura ese aire se desplaza al norte y
al sur, descendiendo cerca de los 30 grados de latitud en los dos
hemisferios.
En la superficie terrestre los vientos se dirigen al ecuador para
ocupar el lugar que deja el aire que sube, en un movimiento circular
que le quita humedad a una faja terrestre donde se ubican los
desiertos de Atacama, en Chile, de Namibia y del centro de
Australia, en el Sur, y el Sahara, parte de Oriente Medio y el sur
de Estados Unidos, en el hemisferio Norte.
De ese destino escapó, hasta ahora, gran parte del Cono Sur,
gracias a las lluvias procedentes de la Amazonía. Pero la
deforestación está afectando esa irrigación natural a larga
distancia. La desertificación que sufre parte del estado de Río
Grande do Sul, en el extremo meridional de Brasil, es un síntoma de
ello, advierte Nobre.
Otra excepción es el sur de China, de bosques subtropicales. La
cordillera del Himalaya, en el noroeste, cumple una función similar
a la de los Andes, redirigiendo los vientos húmedos o monzones.
Brasil es "el país del agua antes que del carnaval o del fútbol",
pues registra una caída de 13 400 kilómetros cúbicos de agua por
año, destacó. En ciudades centrales, como Brasilia, cerca de 30% de
las lluvias provienen del "reciclaje amazónico", si bien este es un
dato que aún debe probarse, dijo Moss.
Los bosques son "bombas de agua" que humedecen los vientos,
superando proporcionalmente a los océanos, según Nobre. Las muchas
hojas que tiene una sola planta multiplican las superficies de
evaporación, mientras que la del mar es única, explicó.
Así, un gran árbol amazónico puede evaporar hasta 300 litros de
agua al día. Una medición indica que la Amazonía aporta cada día 20
000 millones de toneladas de vapor de agua. El río Amazonas, por
ejemplo, echa al mar 17 000 millones de toneladas de agua.
La deforestación y las "quemadas" reducen las lluvias locales y
hacen más vulnerables e inflamables los bosques amazónicos que
tienen baja resistencia al fuego y a la sequía, por sus raíces
superficiales, al contrario de las especies típicas del Cerrado, la
sabana brasileña, adaptadas a largos periodos de escasez hídrica.
Para Nobre, el planeta está en una "unidad de terapia intensiva,
con falencia múltiple de órganos".
Su esperanza se asienta en la creciente conciencia de los
problemas y en el conocimiento científico, que permite incluso
"revertir la desertificación", por ejemplo con experiencias como la
de Egipto, que está reforestando algunas áreas del Sahara.