Ya en la temprana fecha del 17 de diciembre de 1940, hace hoy 70
años, la soberbia imperial cobraba su primera víctima mortal en la
bahía de Caimanera, con el asesinato a palos del joven negro Lino
Rodríguez Grenot (Chicle), por el mero hecho de buscar empleo en el
enclave naval.
Chicle había nacido en Santiago de Cuba en el seno de una humilde
familia. Para sobrevivir en el sistema social imperante vendió
frutas, billetes de lotería y baratijas. También fue carretillero,
limpiabotas y hasta boxeador profesional.
Con 26 años, desesperado por la miseria, llega a Caimanera en
busca de contrato para trabajar en la Base Naval, donde por el temor
yanki al empuje nazifascista en Europa, África y el Medio Oriente se
construían apresuradamente un complejo aeronaval y otras
instalaciones necesitadas de mano de obra barata.
En Caimanera Rodríguez Grenot desempeñó diversos "oficios" para
poder reunir los 20 pesos exigidos para adquirir el pase de entrada
a la Base Naval, documento inventado allí por los jefes y sus
intermediarios cubanos para exprimir más a los miles de desesperados
que ante la carencia de hospedaje en Caimanera pernoctaban en
aceras, portales, parques, debajo de los árboles…, donde quiera que
un rincón lo permitiera.
Aun a costa de dejar de comer muchas veces, Lino no pudo ahorrar
el dinero. Por eso decidió dialogar con el inspector de aduana y
entregarle los cuatro pesos con 50 centavos reunidos. El
fiscalizador le prometió incluirlo en la lista de los que ese día
serían llamados para trabajar en la Base Naval.
Más de 500 desempleados cubanos aguardaban en Caimanera la
llegada de la embarcación procedente del enclave naval. Los marines,
empero, solo llamarían a 32. Una mezcla de asombro y dolor invadió a
Chicle al ver la lancha zarpar sin escuchar su nombre. Al saberse
estafado, decidió abordar la embarcación, la cual debía recoger en
otro muelle cercano a Robert Olson, capitán de los U. S. Marines.
Venció los 200 metros, pero al saltar a la lancha por la popa fue
descubierto por los esbirros, quienes descargaron todo su odio
contra el indefenso joven, apaleándolo salvajemente en la cabeza
hasta matarlo y arrojarlo al agua.
La reacción ante el crimen fue inmediata y contundente por los
buscavidas que quedaron en el muelle. Unos se lanzaron al agua para
tratar de salvar a Lino, otros insultaron a los yankis y comenzaron
a lanzarles botellas, piedras, palos y todo lo que estuviera a su
alcance, hasta que el teniente West, temeroso de la ira popular,
ordenó la partida de la embarcación apresuradamente.
En expresión exacerbada del cinismo imperial, el contraalmirante
George L. Weyler, máximo jefe de la Base Naval, no solo rehusó
presentar ante el juez cubano a los militares asesinos, sino que
también retuvo por la fuerza durante 13 días en el enclave a los 32
trabajadores cubanos que viajaron en la lancha y fueron testigos del
crimen.
Lino Rodríguez Grenot no sería el único cubano ultimado por
marines de la Base Naval yanki en Guantánamo. Militares de ese
sitio, en su intento por amedrentar a la naciente Revolución,
asesinaron posteriormente al trabajador Rubén López Sabariego
(1961), al pescador Rodolfo Rosell Salas (1962), y a los
combatientes de la Brigada de la Frontera, Ramón López Peña (1964) y
Luis Ramírez López (1966).
Convertida desde hace años en prisión y centro de tortura, esta
Base Naval adolece hace tiempo ya de importancia estratégica. Su
permanencia en territorio cubano obedece a la prepotencia del
imperio y a su errada política de humillación y chantaje contra
Cuba.