Poesía
del sonido, virtuosismo atemperado, noción de estilo. Tales son las
coordenadas de la dimensión artística del violinista italiano
Francesco Manara, huésped de lujo de la Orquesta Sinfónica Nacional
en su más reciente ofrenda dominical, cuando interpretó, con el
servicio del maestro Enrique Pérez Mesa al frente de la agrupación,
el no por conocido menos impactante Concierto para violín en Re
Mayor, de Chaikovski, y regaló un par de encores, el
último, para satisfacción de quienes se enervan con la pirotecnia de
Paganini.
Manara sobrepasó las expectativas enunciadas en su rica hoja de
servicio. Seleccionado en 1992, apenas al término de sus estudios,
por Ricardo Muti para ocupar el primer atril de la cuerda de
violines de la orquesta del Teatro Alla Scala de Milán; avalado por
su desempeño como concertino en realizaciones operáticas de Lorin
Maazel, Zubin Mehta, Colin Davis, Seiji Ozawa, Kart Masur y Daniel
Barenboim; laureado en concursos como el Chaikovski, de Moscú, el
Spohr, de Friburgo, y el CEM, de Ginebra; líder del cuarteto de
cuerdas del celebérrimo recinto milanés, ha crecido profesionalmente
a lo largo de dos décadas quemando etapas, desde la práctica de
conjunto al fogueo camelístico hasta llegar a cimentar su fama de
solista.
Todo esto ha redundado en su concepción del hecho sonoro como
proceso integral, en la que su voz individual —alta y ceñida voz—
encaja con la entrega colectiva, como se hizo evidente en su
relación con el maestro Pérez Mesa y la orquesta cubana.
Tratar con Chaikovski equivalió a recordar a no pocos de los
presentes en el auditorio la más entrañable referencia de la
ejecución de la partitura. En Cuba tuvimos la dicha de contar alguna
vez con David Oistraj, y de que circulen sus grabaciones. Pero como
predijo Alfredo Muñoz, el gran violinista cubano, antes de que
Manara ocupara el proscenio de la sala Covarrubias: "Vamos a
escuchar a un ángel".
Y así fue. El ángel hizo arte de la música mediante una lectura
precisa, pletórica en detalles, de la pieza de Chaikovski;
brillantez balanceada, dicción impecable, sutileza en la intención.
Culminación de un programa preludiado por la desbordada Quinta
sinfonía, del propio Chaikovski, con su grandilocuente mezcla de
dramatismo y ensoñación romántica.