Manara con ángel

PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu

Poesía del sonido, virtuosismo atemperado, noción de estilo. Tales son las coordenadas de la dimensión artística del violinista italiano Francesco Manara, huésped de lujo de la Orquesta Sinfónica Nacional en su más reciente ofrenda dominical, cuando interpretó, con el servicio del maestro Enrique Pérez Mesa al frente de la agrupación, el no por conocido menos impactante Concierto para violín en Re Mayor, de Chaikovski, y regaló un par de encores, el último, para satisfacción de quienes se enervan con la pirotecnia de Paganini.

Manara sobrepasó las expectativas enunciadas en su rica hoja de servicio. Seleccionado en 1992, apenas al término de sus estudios, por Ricardo Muti para ocupar el primer atril de la cuerda de violines de la orquesta del Teatro Alla Scala de Milán; avalado por su desempeño como concertino en realizaciones operáticas de Lorin Maazel, Zubin Mehta, Colin Davis, Seiji Ozawa, Kart Masur y Daniel Barenboim; laureado en concursos como el Chaikovski, de Moscú, el Spohr, de Friburgo, y el CEM, de Ginebra; líder del cuarteto de cuerdas del celebérrimo recinto milanés, ha crecido profesionalmente a lo largo de dos décadas quemando etapas, desde la práctica de conjunto al fogueo camelístico hasta llegar a cimentar su fama de solista.

Todo esto ha redundado en su concepción del hecho sonoro como proceso integral, en la que su voz individual —alta y ceñida voz— encaja con la entrega colectiva, como se hizo evidente en su relación con el maestro Pérez Mesa y la orquesta cubana.

Tratar con Chaikovski equivalió a recordar a no pocos de los presentes en el auditorio la más entrañable referencia de la ejecución de la partitura. En Cuba tuvimos la dicha de contar alguna vez con David Oistraj, y de que circulen sus grabaciones. Pero como predijo Alfredo Muñoz, el gran violinista cubano, antes de que Manara ocupara el proscenio de la sala Covarrubias: "Vamos a escuchar a un ángel".

Y así fue. El ángel hizo arte de la música mediante una lectura precisa, pletórica en detalles, de la pieza de Chaikovski; brillantez balanceada, dicción impecable, sutileza en la intención. Culminación de un programa preludiado por la desbordada Quinta sinfonía, del propio Chaikovski, con su grandilocuente mezcla de dramatismo y ensoñación romántica.

 

| Portada  | Nacionales | Internacionales | Cultura | Deportes | Cuba en el mundo |
| Comentarios | Opinión Gráfica | Ciencia y Tecnología | Consulta Médica | Cartas| Especiales |

SubirSubir