La
capacidad de fabulación de Joel Jover parece ilimitada. Sus telas de
grandes dimensiones desplegadas este diciembre en la planta alta del
Centro de Desarrollo de las Artes Visuales de La Habana indican cómo
la imaginación de este pintor camagüeyano destaca con peculiar
fuerza, sin ceder un ápice, a las tentaciones de las modas ni al
mercado. Joel pinta no para gustar ni para "estar al día"; lo hace
porque quiere expresar ideas y convicciones, transmitir al
espectador problemáticas para las que no tiene respuestas fáciles;
pinta para dejar testimonio de otra noción de la belleza, aquella
que se relaciona con las miradas más profundas a su entorno.
Cuestión de naturaleza nos sitúa en el territorio mítico de una
ciudad —en este caso Camagüey— que ha dejado de ser la imagen
bucólica que alguna vez definió uno de sus hijos ilustres, Nicolás
Guillén: "suave comarca de pastores y sombreros". Más bien tendría
que hablarse de la transgresión del mito —la que implica a los
tópicos de la arquitectura colonial y sus visiones costumbristas—
que da paso a una nueva leyenda urbana, en la que el propio pintor
es protagonista.
Pero no hay que atarse a la referencia camagüeyana para dialogar
con las imágenes de Joel. Puede ser esta cualquier ciudad y
cualesquiera las criaturas que se sobreponen al paisaje. Es sobre
las tribulaciones de la condición humana, el contrapeso entre sus
iluminaciones y pesadillas, y la transmutación de la realidad a la
fantasía, que estas telas hablan.
De ahí que hasta el propio artista, nada complaciente consigo
mismo, se vea como perro que holla una plaza; o que reinvente una
Atlántida sumergida en medio de la llanura, o que cifre los códigos
de una fauna especial en los confines de una espiral. Todo eso dicho
plásticamente de un modo que elude la simplificación simbólica.
Si bien esta incursión temática de Joel es novedosa, sigue siendo
fiel el artista a su sentido de la composición metafórica, que ha
hecho época en series como las de sus Madonnas.