La agencia de noticias Prensa Latina que había sido inaugurada el
año anterior, en junio de 1959, consideró importantes ambas
reuniones, por lo que Jorge Ricardo Masetti, su director, decidió
encabezar un equipo de cinco periodistas para darles cobertura
informativa en San José, Costa Rica. Nadie hubiera podido imaginar
que allí iba a ser secuestrado el destacado periodista argentino,
quien se distinguió con sus reportajes sobre Fidel Castro y Che
Guevara en la Sierra Maestra, para la Radio El Mundo de su país y
volvió a La Habana en enero de 1959 para fundar esta agencia
latinoamericana de información.
El primer intento diplomático formal contra Cuba había tenido
lugar a partir del 12 de agosto de 1959, durante la Quinta
Conferencia de Cancilleres en Lima. Los hechos cotidianos ya
alarmaban a los dirigentes cubanos. Washington se mostraba hostil y
negaba cualquier facilidad a un gobierno que no se le sometía.
Pretendía aislar a Cuba y preparaba condiciones, enmascaradas en
acuerdos continentales, que justificasen eventualmente una
resolución condenatoria y una intervención colectiva.
Había suficientes motivos para sospechar que esa Conferencia
pretendía acusar a Cuba por las llamadas "tensiones". Desde el 26 de
marzo de 1959, a solo tres meses del triunfo revolucionario, se
conoció un importante indicio. "Fue descubierto por las autoridades
policiales un plan de atentado contra el Comandante Fidel Castro,
dirigido por Rolando Masferrer y Ernesto de la Fe" (1). Masferrer
fue jefe del grupo paramilitar "Los tigres", que asesinaba
revolucionarios durante la guerra cubana de liberación; Ernesto de
la Fe era uno de los voceros de la dictadura de Batista.
El plan fue generado entre el dictador dominicano general Rafael
L. Trujillo y el general Fulgencio Batista en Santo Domingo, donde
se había refugiado en primera instancia el fugitivo ex dictador, y
había recibido el visto bueno de la CIA: "Todo marcha de acuerdo a
lo planificado. Si tenemos suerte, en unos días habremos acabado con
Castro", (2) informó el coronel J.C. King a Richard Bissell,
subdirector de la agencia.
La delegación cubana presentó en un momento culminante de la
reunión en Perú, pruebas de una frustrada invasión organizada
también por el dictador dominicano Leonidas Trujillo que terminó con
la captura de los participantes, quienes llegaron en un avión C-47 a
Trinidad, pues se les había hecho creer que la ciudad estaba tomada
por fuerzas afines a ellos. Los principales dirigentes enviados
directamente por Trujillo, Luis Pozo, hijo del ex alcalde de La
Habana, y Roberto Martín Pérez, uno de los criminales de guerra
escapados el 31 de diciembre de 1958, fueron recibidos y apresados
en esa ciudad al centro de la isla, para su gran sorpresa, por el
propio Fidel Castro.
Las pruebas del complot fueron llevadas al Canciller Roa
personalmente por Raúl Castro, ministro de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias, en un vuelo especial desde La Habana a Santiago de
Chile, para ser presentadas en la Conferencia de Cancilleres, de
modo que Cuba lejos de ser acusada por esas tensiones, podía acusar
a sus enemigos de provocarlas. Y demostrar sus alegatos.
El domingo 14 de agosto, ya en vísperas del inicio de las
sesiones de la Sexta Conferencia de Cancilleres en San José, los
periodistas cubanos se percataron, de pronto, que los demás colegas
habían abandonado la sala de prensa. Era alrededor de las once de la
noche y, algo extrañados, decidieron concluir y salir.
Recuerdo cómo en el umbral del local de la prensa ubicada en el
propio Teatro Nacional —sede de las dos Conferencias de
Cancilleres—, un pequeño sujeto tropezó intencionalmente con Masetti
y acto seguido trató de agredirlo: gritaba que este se le había
encimado. En un santiamén entró un grupo de miembros armados de la
guardia nacional, enfundados en sus uniformes color beige y
forcejearon con los cubanos.
Sin escuchar a quienes trataban de explicar lo sucedido,
introdujeron al director de Prensa Latina en un jeep, al tiempo que
rechazaban al resto del grupo que trataba de abordarlo también.
Algunos logramos penetrar en el vehículo, pero nos sacaron a la
fuerza. Solo interesaba Masetti, quien protestaba por la detención.
Aún no repuestos del asombro, los cubanos nos dirigimos de
inmediato al auto que utilizábamos e indicamos al chofer, un tico de
confianza, que partiese raudo al lugar donde internaban a los
perseguidos políticos.
Las experiencias adquiridas en la lucha contra la tiranía de
Fulgencio Batista desde la Universidad de La Habana, hacían
comprender rápidamente que se trataba de una operación política
punitiva, y que debía hacerse todo lo posible para tratar de
frustrarla, pues se podía temer por la vida de Masetti. Francisco V.
Portela, corresponsal de PL en Nueva York, corrió a pasar aviso al
canciller Raúl Roa. También debía redactar una información en que se
denunciara el secuestro. Los tres restantes, Roberto Agudo, Ricardo
Sáenz y Gabriel Molina, miembros de la Redacción Internacional de
PL, abordamos el auto.
La policía política se hallaba enclavada en una especie de
castillo y allí entramos. Sáenz permaneció apostado en la puerta,
por si se nos retenía más de media hora.
Agudo y yo fuimos recibidos por un achaparrado teniente, quien
tras escucharnos y poner cara de sueco, trató ridículamente de
impresionarnos golpeando la pared con un vergajo, mientras negaba
que allí se encontrara Masetti. Lo dejamos con la palabra en la
boca.
Al llegar a la puerta, airados, dimos cuenta a Sáenz de la
infructuosa gestión y lo invitamos a irnos. Mas este nos sorprendió
con el notición de que vio entrar a Masetti conducido por los
guardias. La rápida actuación nos había hecho llegar minutos antes
de que arribaran aquellos guardias devenidos delincuentes.
Llamamos a Roa y ante el escándalo armado por el embajador cubano
Juan José Fuxá en el Departamento de Seguridad, no les quedó más
remedio a los secuestradores que soltar a Masetti, tres horas
después del rapto, pasadas las dos de la mañana. Allí el Director de
PL vio al pequeño asaltante revisando los papeles del portafolio que
le habían quitado. Relató que fue encerrado en una celda pequeña,
aislada y oscura y se puso a cantar el himno nacional de Cuba para
que otros presos supiesen que había allí un cubano. Lo primero que
hizo al ser liberado esa madrugada, fue llamar a La Habana para
confirmar que estaba bien. Le habían devuelto sus papeles, pero notó
la falta de algunos. Buscaban supuestas evidencias subversivas que
no hallaron.
Al día siguiente comenzó la Conferencia. El pequeño agresor de la
sala de prensa, siempre vestido de civil, con todo desparpajo se
sentó cerca de los periodistas cubanos. Sin dar muestras de haberlo
reconocido, dos de nosotros llegamos hasta él y le hicimos moverse
para ocupar un estrecho espacio a su lado. No reaccionó y poco
después desapareció para siempre. Masetti subrayó después que esa
fugaz presencia era un virtual reconocimiento a la intencionalidad
de la agresión. La delegación oficial cubana protestó airadamente y
exigió garantías para la vida de Masetti. Ya para entonces se sabía
que al aprobar la CIA los planes de atentados, se emplearía
cualquier medio para debilitar a Cuba o provocar reacciones que
justificasen una agresión directa.
Y no se sabía algo peor aun. Mientras esto ocurría: "en agosto de
1960 la CIA dio pasos para enrolar miembros del bajo mundo criminal
en contacto con el sindicato del juego para que ayudasen a asesinar
a Castro ". (3) Otra prueba de lo peligroso de la situación se
produciría al día siguiente en San José, en la persona de Raúl Roa.