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El misterio del “Cohete matavaca”
LÁZARO BARREDO MEDINA
Es el miércoles 30 de noviembre de 1960. Polígono de lanzamiento
coheteril de Cabo Cañaveral: desde el amanecer la febrilidad agita
al personal en la rampa de lanzamiento donde refulge el aluminio
especial del cohete de dos etapas Meridiam, portador de dos
satélites con los últimos adelantos electrónicos de la tecnología
norteamericana.
En el puesto de mando se reúnen los especialistas principales y
los invitados del Pentágono. Todos están esperanzados en que haya
éxito en esta oportunidad. Los comunistas rusos han avanzado mucho
en el camino hacia las estrellas. El general Ike (x) está muy
preocupado con ciertos informes de la Agencia Central de
Inteligencia (CIA), donde se habla de que en Moscú están preparando
un posible lanzamiento con un hombre hacia el espacio. Para Estados
Unidos eso sería humillante. Hacen falta más resultados.
Restos
del cohete encontrado en la zona.
El instante del lanzamiento se acerca. Son las 14 y 50 horas. Se
inicia el conteo regresivo... 5, 4, 3, 2, 1, 0.
La intensa llamarada se adueña de Cabo Cañaveral, el cohete
empieza a tomar altura. La tensión se apodera de todos: es el
momento en que debe dispararse la primera etapa. ¡El cohete se sale
de su órbita! Efectivamente, en las pantallas de los radares se
aprecia el desvío del artefacto.
—¿Ponemos sobre aviso al sistema de defensa antiaérea?, le
preguntan al general encargado por el Pentágono del lanzamiento.
—¿Hace falta?, inquiere él.
—El cohete puede ser autodestruido sobre el mar, le comenta el
jefe del lanzamiento; puede ser sobre el Atlántico o el Mar Caribe.
—¿Hay alguna zona poblada en esa región?, interroga el hombre de
uniforme.
—Por los cálculos, dice el especialista principal, están Haití y
la parte oriental de Cuba.
—¿Puede explotar sobre Cuba?, interroga de nuevo el general.
—Es posible, le explica otra vez el dirigente del vuelo.
—¡Háganlo!, ¡que se jodan los castrocomunistas! Es su orden. El
cohete está al estallar.
Ciudad de Holguín
Los holguineros han amanecido bajo una gran sorpresa. Durante
toda la mañana se ha posado sobre la ciudad una densa niebla. Como
nunca, recuerdan los más viejos.
En el poblado de Cacocum la gente se ha volcado al campo de
manera masiva, y por la tarde se conmemoraría el cuarto aniversario
del alzamiento en Santiago de Cuba en apoyo al desembarco del
Granma. Está al iniciarse la zafra azucarera. En el cuartel de la
milicia campesina hay convocada una reunión para las 15:00 horas. Se
dice que para "amarrar" todas las medidas posibles y evitar los
sabotajes sobre las plantaciones de caña. No pocos aviones piratas
han penetrado desde el norte lanzando materiales inflamables para
lograr esos criminales propósitos.
Sobre las 14 y 55 horas, los campesinos y milicianos Pedro
Landove, Ramón Torres y Rubén Ramírez están llegando al cuartel. De
pronto sienten sobre el cielo un ruido estrepitoso y varias
explosiones similares a los truenos. Boquiabiertos contemplan la
escena y, como si se hubieran puesto de acuerdo, la única
exclamación que brota de sus gargantas asombradas es un ¡Ñooooo!
Lo que ocurrió
Aquel 30 de noviembre en las ciudades de Holguín, Victoria de las
Tunas y Puerto Padre se escucharon las fuertes explosiones y de
inmediato sus habitantes contemplaron cómo caían del cielo
fragmentos metálicos. Los "guajiros" que fueron testigos de los
acontecimientos hubieran pasado en otra época de la estupefacción al
pánico, pero ahora, por el contrario, se lanzaban a investigar con
todas las armas que tuvieran a mano: escopetas, San Cristóbal o
Springfield o con machetes: a caballo, a pie, en yipis, para dar una
amplia batida.
En varias partes aparecieron piezas retorcidas, extrañas esferas
metálicas, pedazos de motor, turbinas, bujías. Algunos fragmentos de
hasta 20 kilogramos de peso se habían incrustado profundamente en la
tierra por la fuerza del impacto.
La jefatura del Ejército Rebelde y la incipiente Dirección de
Seguridad (G-2) comenzaron a operar inmediatamente. Había que
revisar todos los poblados ante el temor de una catástrofe.
"Si esta mierda cayó en algún lugar poblado debe haber un carajal
de muertos y heridos", se dijo consternado Grave de Peralta, el jefe
de Información del G-2 en la Dirección Costa Norte de Oriente. La
airada indignación de la población era visible en las calles cuando
salió apresurado desde Holguín, a investigar lo ocurrido y dio
instrucciones a sus hombres de que se movieran en distintas
direcciones para verificar los daños.
Más tarde corroborarían que todo lo que parecía indicar que era
un cohete, había estallado a campo abierto y por suerte no hizo
blanco en una casa o en una calle. La única víctima del experimento
de Cabo Cañaveral consistió en una vaca del INRA (xx), muerta en la
finca Yaguaramas, de Holguín.
Ya relajados ante las noticias de que el hecho no provocó una
catástrofe, los hombres del G-2 concentraron su atención en las
pesquisas de las partes del extraño objeto diseminadas desde Puerto
Padre hasta Cacocum.
Aparecieron en la finca Caobal, de Cacocum, según las
descripciones que informaron a su jefatura, "de una parte grande
enterrada con forma de punta de cohete, con un largo aproximadamente
de siete a ocho pies, construcción de material especial, ya que a
pesar de su tamaño tiene poco peso". Otra segunda parte "tiene la
forma de armazón de hierro al parecer, donde iban montado los
equipos que daban impulso al cohete; esta armazón tiene en su
interior una serie de bolas, que tienen la figura semejante a las
que utilizan los herreros para echar aire a la fragua, además
algunos codos y pedazos de tubos, y de cuatro o cinco pulgadas de
grueso una bola de un cierre especial, ocupada por un líquido
desconocido".
Las partes del cohete podían contemplarse por dondequiera, "pues
estuvieron echando humo largo rato", según describía Grave de
Peralta a la jefatura del G-2. Se ordenó recogerlas y conducirlas al
71 Escuadrón del Ejército Rebelde en Holguín.
Muchas armazones tenían inscripciones en inglés: Meridiam
whippier calis. Perk, 1665, decía una de las esferas y otros números
a continuación: 523260—441 assem D-TE 4 a 59.
Otra esfera estaba marcada: Light-tank-awy-park 5693830-660-hidrotext-4
000. También se encontró un motor con la inscripción: 30-19-58.
La preocupación de las autoridades cubanas, desconociendo aún la
irresponsabilidad de aquellos militares y funcionarios de Estados
Unidos que habían tomado la iniciativa de hacer explotar el fallido
lanzamiento coheteril sobre Cuba, era despejar las probables causas.
Por ejemplo, algunos de los fragmentos fueron analizados, al
menos de forma superficial, por técnicos soviéticos que trabajaban
en la planta niquelífera de Nicaro, los cuales aconsejaron custodiar
los lugares donde cayeron los restos del cohete ante la eventualidad
de que en los mismos hubiera elementos radioactivos.
El despeje de la peligrosidad durante las 48 horas siguientes al
estallido fueron de gran tensión por el desconocimiento y ante la
posibilidad de una hecatombe, solo mitigadas por la serenidad y el
apoyo ofrecido por la población.
Esta
foto es del desfile del 1ro. de Mayo de 1961
La Repercusión
"Muerta una vaca del INRA por cohete yanqui", diría en un
cintillo en primera plana el periódico Revolución, al escribir los
acontecimientos el 3 de diciembre de 1960.
La agencia UPI en un despacho fechado en Washington informaba que
"el cohete se hizo pedazos adrede a los pocos minutos de vuelo
cuando debería estar en las cercanías de Cuba". Informantes
autorizados dijeron "que los restos del satélite doble pudieron
haber caído al menos, en parte, en Cuba", aunque añadieron que no se
había podido averiguar nada positivo al respecto.
Al comentar estas declaraciones, la revista Bohemia, en su número
del 11 de diciembre de 1960, decía que un vocero del Pentágono
admitió, como posibilidad, lo que era un hecho avalado con gruesos
testimonios de 50 libras, que el cohete se había deshecho sobre
territorio cubano.
Pero también refería cómo en su prepotencia las autoridades
norteamericanas no habían ofrecido a Cuba ni una sola expresión de
excusa o de preocupación, ni siquiera un boletín técnico explicando
qué hacía sobre Holguín una nave facturada a los espacios siderales.
El recuento de todo este incidente no es aún historia. Incluso no
terminó en el episodio mismo.
Varios tipos de publicaciones en Estados Unidos describen los
distintos momentos de la conquista del espacio y en ella se recogen
datos sobre los cohetes, satélites, polígonos de lanzamiento, e
incluso de los éxitos y fracasos de ese empeño humano.
Llama la atención que en varios libros estadounidenses se puedan
obtener datos de no menos de 16 lanzamientos coheteriles durante el
año 1960, de los cuales solamente en una ocasión se reconoce
públicamente que fallaron.
Sin embargo, el cohete que cayó sobre la zona holguinera aquel 30
de noviembre de 1960 no aparece registrado en ninguno de los
materiales consultados, de lo cual se desprende que existe un
marcado interés por parte del gobierno norteamericano de negar este
lanzamiento y sus objetivos y ocultar aquella criminal
responsabilidad que asumieron en Cabo Cañaveral, a pesar de la
información que brindó públicamente el Departamento de Defensa
mediante la agencia UPI en esa oportunidad.
Aquel hecho también fue subestimado por las autoridades
norteamericanas. Porque fue un momento avizor de que en Cuba ni a
los cohetes la gente temía. Sucesos de tanta magnitud el cubano los
tomaría con el desenfado de una burla.
Al año siguiente, durante el desfile por la celebración del
Primero de Mayo en la Plaza de la Revolución, se pasearía aquel
"trofeo" bautizado como el "Cohete matavaca".
Notas:
(x): Dwight Eisenhower, general de cuatro estrellas, presidente de
Estados Unidos en esa época.
(xx) INRA: Instituto Nacional de la Reforma agraria. |