Aun
cuando los largometrajes de ficción siguen llamando la atención de
los espacios promocionales y del público, el 32 Festival
Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano exhibirá un muestrario
muy completo y revelador de lo que el género documental aporta en
estos momentos a la construcción de una imagen profunda y radical,
no exenta de aristas polémicas, en torno a los avatares políticos,
sociales y culturales del continente.
La admisión de 24 películas de este tipo en el apartado oficial
referencia tanto el interés como el rigor con el cual los
organizadores de la cita valoran el género.
Algunas de las producciones vienen precedidas por un notable
seguimiento publicitario. Y no es para menos en el caso del filme
argentino Pecados de mi padre, de Nicolás Entel, puesto que
tiene por protagonista a Juan Sebastián Marroquín Santos, hijo del
tristemente célebre capo de la mafia narcotraficante Pablo Escobar,
quien exorciza los demonios de su filiación, mediante un testimonio
desgarrador.
La recuperación de la memoria marca la factura de El edificio
de los chilenos, en el que la propia directora Macarena Aguiló
revisa su pasado y el de otros niños que crecieron entre afectos
solidarios impedidos de estar con sus padres durante los años de la
dictadura pinochetista. La cinta se remonta a finales de los años
setenta, cuando militantes del Movimiento de Izquierda
Revolucionaria (MIR) exiliados regresaron a Chile a luchar
clandestinamente contra la satrapía. Varios de esos militantes
tenían hijos que no podrían llevar con ellos, por lo que
implementaron el Proyecto Hogares, un espacio de vida comunitaria
que reunió cerca de 60 niños quienes fueron cuidados por 20 adultos,
llamados "padres sociales".
Otro ángulo de la secuela de los años del terror de la Operación
Cóndor, cifrada en el Cono Sur con el respaldo de las
administraciones norteamericanas y sus servicios de inteligencia, lo
ofrece Cuchillo de palo, de la paraguaya Renate Costa, quien
descubre cómo un tío suyo, que soñaba con ser bailarín, fue fichado,
vejado y eliminado por la policía del tirano Alfredo Stroessner.
Cuba desembarcará con producciones estrenadas en meses recientes,
entre ellas dos muy atendibles: Adónde vamos, de Ariagba
Fajardo Nuviola, acerca de la migración de los jóvenes montañeses y
su impacto en la economía rural; y En el cuerpo equivocado,
de Marilyn Solaya, testimonio de las vicisitudes de una persona
antes y después de su reasignación sexual por vía quirúrgica.
El tema cubano aparece en otros dos documentales: Operación
Peter Pan: cerrando el círculo en Cuba, de la destacada
realizadora norteamericana Estela Bravo, quien confronta la
experiencia en la adultez de los niños arrancados de su patria a
principios de los sesenta, víctimas de una pérfida manipulación de
la CIA y la contrarrevolución; y Will the real terrorist please
stand up, del también estadounidense Saul Landau, que será
proyectado en una presentación especial fuera de concurso, y trata
sobre la verdadera naturaleza de la hostilidad de la Casa Blanca
hacia la Revolución cubana a lo largo de más de medio siglo.
Veintiocho documentales serán exhibidos como parte del ciclo
Latinoamérica en perspectiva, en un serio intento por reflejar
tanto un amplio abanico temático como las múltiples poéticas que
caracterizan al género en la hora actual.
De interés por la inmediatez con que sus realizadores han pasmado
el reflejo de continencias presentes se prefiguran Crónica de una
catástrofe anunciada, del haitiano Arnold Antonin, y Haití,
la apuesta por la vida, del guatemalteco Alejandro Ramírez, dos
acercamientos diferentes al terremoto que asoló a Puerto Príncipe y
sus alrededores en enero pasado; y Quién dijo miedo, de la
hondureña Katia Lara, cuyas imágenes apuntan al esfuerzo emancipador
tronchado por la asonada golpista del año pasado y la resistencia
inextinguible del pueblo de esa nación centroamericana.