Retratos cubanos

VIRGINIA ALBERDI BENÍTEZ

Seis años después de que el fotógrafo francoespañol Luis Areñas pisara por primera vez tierra cubana, el Centro Wifredo Lam despliega en sus paredes una exposición que resume un proyecto que nace de la curiosidad y culmina con dos interrogantes mayúsculas: ¿son así verdaderamente los protagonistas de la aventura artística insular de nuestra época?, ¿estas son efectivamente sus poéticas?

Ernesto garcía Peña reinterpretó creativamente el retrato que le tomara Areñas.

Retratos cubanos presenta una colección de imágenes captadas por Areñas en los talleres y espacios de creación de 31 artistas. Evidentemente hubo una química en la relación del fotógrafo con los sujetos fotografiados, manifiesta en la intimidad y la mezcla de confianza y respeto mutuos. La mayoría de las fotos de Areñas posee valores intrínsecos de significado y composición, incluso en aquellas más manipuladas, como la que muestra a Juan Padrón investido con los atributos de su imprescindible Elpidio Valdés.

Pero en la correspondencia entre los retratos de los artistas y su producción especialmente destinada para esta colección se halla el punto de combustión del proyecto. Una correspondencia que pretende explicar por qué este o aquel hacen esto y aquello.

Como ha explicado el crítico Nelson Herrera Ysla en la nota que acompaña el catálogo, "conscientes de que quizás el retrato fotográfico no fuese lo suficientemente satisfactorio en esa búsqueda del alma del sujeto (¼ ), los artistas se dedicaron a intervenir libremente sobre el lienzo, usando los materiales que estimasen convenientes.(¼ ) De modo que cada artista ejerció su derecho a conformar aquella imagen que creía mejor de sí al respaldar la libertad creadora que el fotógrafo quiso compartir y que, por cierto, no ha sido frecuente en la historia de las relaciones entre sujeto y objeto".

En todos los casos se estableció una compleja e inquietante dialéctica entre lo que Areñas quiso ver y fijar en la impresión y lo que cada artista quiso revelar de su propio modo de hacer, en una escala que varía de la sinceridad al artificio, en un juego de concesiones y simulaciones evidentes o esquivas a los ojos del espectador, que también, en la medida que ha podido ser testigo de los trazos artísticos de los creadores representados, extrae sus propias conclusiones.

Así, en el plano personal, me identifico con la traslación de la imagen a contraluz de Ever Fonseca y su propia inserción en la imaginería fabulosa de sus jigües, con la fuerte y para nada complaciente autodefinición afirmativa de René Peña, con la atmósfera lírica que transpira la foto y la realización pictórica de Ernesto García Peña, y con la desafiante zoomorfosis de Rocío García, con la teatral confidencia del fotógrafo y artista en la mascarada de Manuel López Oliva, con las apropiaciones ingeniosas de Eduardo Abela, con el ascetismo de la visiòn de Aimée García, por citar algunos ejemplos.

En cuanto a las interrogantes inicialmente planteadas, no es cosa de responder de golpe y porrazo. Hay mucha tela por donde cortar. Entiendo estos retratos de Areñas y las proposiciones que le acompañan como marcas de un experimento necesario y promisorio.

 

| Portada  | Nacionales | Internacionales | Cultura | Deportes | Cuba en el mundo |
| Comentarios | Opinión Gráfica | Ciencia y Tecnología | Consulta Médica | Cartas| Especiales |

SubirSubir