Mapa de los sonidos en Tokio

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT
rolando.pb@granma.cip.cu

De la española Isabel Coixet se exhibe en cines y salas de video el denominado thriller erótico Mapa de los sonidos de Tokio (2009), acerca de una asesina a sueldo, la bella Rinko Kikuchi (la de Babel), que se enamora del hombre al que debe fulminar a balazos (Sergi López).

A la Coixet le gusta cruzar los océanos y filmar en otros países y romper mediante su cosmopolitismo ciertas atmósferas costumbristas que se le achacan al cine español. Su obra suele caracterizarse por un innegable dominio visual, banda sonora de primera y un guión en el que podemos encontrar lo mismo el riesgo artístico ––a partir de un intimismo de cine de autor conectado a ratos con la Nueva Ola francesa–– que los caminos más transitados, incluyendo sentimentalismos y lágrimas. Un cine con ciertas características aglutinadoras ––tomo de aquí, tomo de allá, conformo películas "profesionales" en el mejor sentido del término, películas donde pueden coincidir tanto el aliento del artista verdadero como el recurso más sobado.

Todo en función de no lucir una extraña en casa ajena.

Lo último de ella visto en nuestro país lo pasó la televisión, Elegía, del año 2008, una nada desdeñable historia de amor entre un profesor sesentón (Ben Kingsley) y su alumna, Penélope Cruz.

Se ha dicho que con su Mapa de los sonidos de Tokio, la Coixet le ha querido rendir homenaje al cine de Wong Kar-Wai, pero está lejos de lograrlo, al menos como cabe imaginarse hubiera concebido el director chino esta película.

Sí narra a ratos la Coixet con una morosidad propia del cine asiático y su fotografía y banda sonora resultan destacadas. Pero mucho de "lo otro" son intentos no cuajados, como el erotismo que se pretende recrear en los encuentros de los protagonistas y que no aparece por ninguna parte por culpa de la cámara, y de la historia que no anticipa ese clima, y de la falta de química entre el español y la japonesa, y porque nunca Sergi López, que es un buen actor, estuvo tan "ido".

El narrador que cuenta la historia es un recurso fácil y sobra, como sobra —por manido–– el final del hombre disparando sobre la pareja y también, por sensiblero y con ánimo de "redondear", el cierre parlante acerca de lo que sería la vida del protagonista¼ después de concluida la película.

Un final que posiblemente traiga a la mente de muchos espectadores la noción de que han faltado justificaciones dramáticas para esta historia de envoltura tan bella, pero carente de una verosimilitud e intensidad que pedía a gritos.

 

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