Por primera vez en 65 años, Budapest tendrá un alcalde de extrema
derecha, cuyo partido se ha hecho con casi 600 de los 649 puestos de
alcalde y jefe de administración del país. En tres distritos del
oeste los neofascistas del Jobbik se han convertido en la segunda
fuerza política de Hungría, por delante de los socialdemócratas.
En Alemania, más de una tercera parte de los ciudadanos cree que
una Alemania sin Islam sería mejor, un 55% declara que los árabes le
son "de-sagradables", y un 58% considera que "habría que prohibir la
práctica de su religión".
La crisis está derechizando el espacio de centro en toda Europa,
colando concepciones "ultras" en el centro del discurso político,
sugiere un estudio que acaba de publicar en Berlín la Fundación
Friedrich-Ebert, situada en la órbita del Partido Socialdemócrata,
SPD. La conclusión del estudio es que las posiciones ultras,
"decididamente antidemocráticas y racistas", así como la aceptación
del darwinismo social (sobreviven los más fuertes) y de la de-sigualdad,
han conocido un incremento en el 2010. Aumenta el "potencial
antidemocrático" de la sociedad, y el antiislamismo podría ser su
termómetro esencial.
El 3 de octubre, con motivo de la fiesta nacional alemana, el
Presidente alemán, Christian Wulff, un católico conservador,
pronunció un discurso institucional en el que entre otras cosas dijo
que, "el Islam también pertenece a Alemania". Fue un discurso para
contentar a todos, en el que Wulff también se refirió a las
"ilusiones multiculturales" y denunció las supuestas resistencias de
los emigrantes a adaptarse, así como a los pobres que viven del
Estado social de forma indolente.
Hace cuatro años, en el 2006, el actual Ministro de Finanzas,
Wolfgang Schäuble, dijo en el Bundestag algo muy parecido a lo de
Wulff ("el Islam es parte de Alemania y parte de Europa, parte de
nuestro presente y de nuestro futuro"), pero entonces la declaración
no provocó reacciones. Ahora la derecha, e incluso sectores de la
socialdemocracia, han expresado su desagrado por esa banal
afirmación, que no hace sino reconocer la realidad de cuatro
millones de musulmanes viviendo en Alemania, la mitad de ellos con
pasaporte alemán.
"Los intentos de construir una sociedad multi cultural en
Alemania han fracasado, por completo", dijo después la canciller
Merkel. "La imagen cristiana de humanidad es lo que nos define,
quienes no lo acepten están de más aquí", ha dicho. El Presidente
del Land de Hesse (CDU), Volker Bouffier dice que "el Islam no
pertenece a la república". Toda una legión de políticos
conservadores han rivalizado en consideraciones sobre la
incompatibilidad del Islam con la constitución alemana, cuyo
artículo cuarto consagra la libertad de culto y pensamiento, y se
han llenado la boca con referencias a la "tradición judeocristiana"
del país.
El panorama europeo sugiere una enfermedad continental en la que
las ideas de la extrema derecha se están instalando en el centro del
espacio y del discurso político. El filósofo esloveno Slavoj Zizek
constata un "reajuste del espacio político europeo" en el que la
tradicional bipolaridad de una fuerza política de centro-derecha
(democristiana, liberal o popular), alternando con otra de centro
izquierda (socialdemócrata o socialista), está siendo sustituida por
otra en la que una fuerza centrista liberal en asuntos de minorías,
compite con una fuerza antiinmigrante, flanqueada por grupos
neofascistas. Esa nueva constelación ya es una realidad en países
como Polonia, Holanda, Noruega, Suecia y Hungría, dice.
El contexto, explica Zizek en el semanario alemán Der Freitag, es
una crisis que ha instalado a Europa en una especie de "estado
económico de excepción permanente" dominado por políticas de
austeridad y recortes sociales que escapan a toda soberanía y opción
electoral.
Esta Europa del bostezo, socialmente malhumorada por los
recortes, hostil a todos los políticos y, al mismo tiempo,
manifiestamente pasiva, presenta un óptimo terreno para la extrema
derecha.
Esta "nueva barbarie contra los trabajadores emigrantes y, en
especial los musulmanes, es regresiva respecto al amor al prójimo
cristiano", dice Zizek. "Aunque se presente como una defensa de
valores cristianos, contiene la mayor amenaza al legado cristiano",
señala el filósofo de Liubliana.