Más de medio siglo después vuelvo a escuchar de manera íntegra el
corrido mexicano Juan Charrasqueado, renovado en la voz de Alejandro
Fernández, y debajo de mis pies se abre la trampa del tiempo.
Juan
era borracho, parrandero y jugador y, tan enamorado, que "a las
mujeres más bonitas se llevaba". Cuando vinieron a pedirle cuentas,
quizá por el deshoje de una de aquellas flores con trenzas y dulce
mirada, Juan estaba en la cantina, los ojos nublados por el tequila
y apenas sin poder dar un paso. Poco antes, unos amigos le habían
avisado que lo matarían pero, como dice el corrido: No tuvo
tiempo de montar en su caballo / Pistola en mano se le echaron de a
montón / Estoy borracho les gritaba y soy buen gallo/ Cuando una
bala atravesó su corazón.
Nadie puede asegurar que Juan Charrasqueado existiera y lo más
probable es que el corrido estuviera inspirado en uno de esos hechos
reales que corren de boca en boca y terminan convertidos en leyenda.
Oyendo a los cantantes que interpretaban la tragedia, allá en los
años cincuenta, entre ellos Jorge Negrete, a los muchachos se nos
inflamaba el corazón. Y llegada la hora de cantar, era la apoteosis
emotiva tratando de alcanzar inútilmente las alturas del tenor
mexicano, mientras nos golpeábamos el pecho con los puños, como
diciendo "vengan balas¼ , que aquí hay un
macho".
Identificación absoluta con el romántico charrasqueado, aunque en
aquel entonces nadie pudo explicarnos, o quizá ni lo preguntamos,
que la extraña palabrita, a continuación de su nombre, venía de
charrasca, una de esas navajas con muelle, impresionantes, causante
de la cicatriz en el pómulo del héroe, algo que se pudo advertir a
mediado de los cincuenta, cuando corrimos en tropel al cine del
barrio a ver Juan Charrasqueado, el filme realizado en 1948
con Pedro Armendáriz y Miroslova en los papeles principales.
El personaje sirvió de inspiración para otras muchas cintas,
entre ellas Yo maté a Juan Charrasqueado, que nos negamos a
ver, y hasta boicoteamos en propaganda de escuela, porque ya
teníamos bastante con sufrir la muerte del héroe cada vez que oíamos
la canción, como para pagar veinte centavos en la matiné por
conocerle la cara al traidor que le dispara por la espalda.
Muchos son los corridos que enriquecieron la cultura mexicana al
narrar de manera popular sucesos heroicos o galantes de los tiempos
de la Revolución, pero casi me atrevo a asegurar que tanto en ese
país como en América Latina ningún otro ––gracias a la efectiva, o
mágica combinación de letra y música de Juan Charrasqueado–– ha sido
capaz de despertar tantas emociones, todavía al paso del tiempo.
Lo comprobé al volver a escuchar la versión del corrido que hace
Alejandro Fernández.
Y ello no obstante estar convencido, a esta altura de la vida,
que las borracheras minan la salud, que el juego es un vicio
condenable con el peligro, además, de dañar el sistema nervioso, que
las parrandas repetidas terminan siendo un aburrimiento, que es una
locura enfrentarse a tiros con una cuadrilla de vengadores (como lo
hizo Juan) y, por supuesto, que hay maneras más románticas de ser
apasionadamente feliz con una mujer, que raptándola en el lomo de un
caballo bajo una luna llena.