Estas semanas el mundo ha sido testigo de cómo la Francia del
presidente Nicolas Sarkozy —judío de origen húngaro— ha pasado por
encima de convencionalismos y ha deportado sin miramientos a niños,
mujeres y ancianos por el único "delito" de ser gitanos a sus países
de origen, Rumanía y Bulgaria.
Se repiten las prácticas del pasado cuando el régimen nazista de
Adolfo Hitler cometió todo tipo de crímenes y abusos contra estos
seres humanos bajo la cacareada teoría de la supuesta superioridad
de la raza aria y su necesidad de "espacio vital", que supuso el
asesinato de millones de personas, entre ellos millón y medio de
gitanos.
Muchos se preguntan ¿cómo quedan los derechos humanos de esos
desplazados en pleno siglo XXI, en el corazón de una de las
principales culturas europeas?
La historia recoge que los primeros indicios de la llegada de los
gitanos a Europa se ubican a finales del siglo XIV y principios del
XV. Es probable que la expansión musulmana por el subcontinente
asiático empujara a las distintas poblaciones y ejércitos
organizados para la defensa de la región hacia otros lugares,
convirtiéndose en un pueblo nómada.
Los decretos españoles emitidos desde el siglo XVIII contra esta
desfavorecida comunidad los logró arrinconar en ghettos urbanos.
Nunca se les permitió vivir en grandes grupos. Se les impedía vivir
y vestirse con arreglo a sus costumbres, con una clara voluntad de
apartarles de la vida social y religiosa; y hasta se llegó a
prohibirles casarse entre sí.
Como antaño, vuelve la historia de vejaciones con las masivas
deportaciones de gitanos practicadas por París y otros países
miembros de la Unión Europea (UE) desde enero del 2007. Su expulsión
supone una actitud inhumana en franca contradicción con los valores
encarnados por la nación gala de libertad, igualdad y fraternidad.
El pretexto hoy es el mismo: la lucha contra la delincuencia y la
marginalidad, que presuntamente fomentan estos "no europeos".
Francia deportó en el 2009 a 25 gitanos por día, de acuerdo con
la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH), y se estima
que la cifra de expulsados en el 2010 alcanza los 8 000, los cuales
según el programa serán alejados de sus vidas en tierras galas y
regresados a sus lugares de origen, donde también son discriminados
y excluidos.
Se desbarata y finalmente se desvanece así la supuesta validez
del criterio jurídico y social de acceso a los derechos contemplado
en la idea originaria de uno de los pilares comunitarios, que
diferenciaba a los ciudadanos de la UE de otros bloques de
integración como el Tratado de Libre Comercio para América del Norte
(TLCAN), en el cual se privilegia solo el libre movimiento de
capitales y mercancías y no de personas.
A través del poder mediático, Europa quiere hacer ver a una
población gitana no incorporada al trabajo, que prefiere ser nómada;
que no matricula a sus niños en la escuela; o peor aún, que es
fuente de delitos y violencia.
No se dice que por la marginación a que se les somete, son los
más vulnerables al hambre, los que peor viven o los que menos
esperanza de vida tienen. Las medidas discriminatorias que están
emprendiendo países como Francia, Italia, Dinamarca, Alemania o
Suecia contra ese pueblo, así lo demuestran.
Ahora la intolerancia y la xenofobia se apoderan de algunos
gobiernos europeos para los que expulsar a los gitanos constituye
una prerrogativa... aunque para nada les importe violar un derecho
humano, de esos que la culta Europa se jacta de defender.