Desde la invasión yanki en el 2003, la mayoría de las salas de
cine iraquíes han cerrado. Únicamente en mayo se proyectó en un cine
de Bagdad Hijo de Babilonia, la historia dirigida por
Mohammed Al Daradji sobre un chico y su abuela en busca de su padre,
desaparecido desde 1991.
Un comentario de la agencia DPA consignó cómo apenas se han
rodado un puñado de filmes desde la invasión. En el 2004, Uday
Rashid intentó reavivar la industria cinematográfica con
Underexposure, la historia de un cineasta, un poeta y un soldado
herido filmada entre los escombros de Bagdad. Le siguieron Sueños,
de Al Daradji un año después. Pero aunque ambas películas lograron
el reconocimiento internacional, no fueron exhibidas en los cines
iraquíes.
"El cine es una industria que necesita financiación, y la
financiación del gobierno se detuvo desde la ocupación. Creo que la
invasión liderada por Estados Unidos es plenamente responsable de lo
que ocurre ahora en el país", afirmó la actriz Awatef Naeem.
Ciudadanos como Amjad Daoud, de 52 años, cuentan que no han
llevado a su familia al cine desde mediados de los 80. Y en esa
época "nuestro estado mental no estaba preparado para ver películas,
aunque la situación de seguridad era normal y los cines mostraban
las últimas novedades".
"Cada vez que hoy veo las salas de cine, me da pena de su bonito
pasado, porque su presente está lleno de tristeza después de que
muchas acabaran convirtiéndose en almacenes llenos de basura",
añadió.
También muchos dirían que la oferta es basura. Y lo cierto es que
entre sagas de taquillazos y comedias de humor escabroso hay poco
espacio para reflexionar, en Iraq y EE.UU., sobre la guerra más
larga que ha vivido el país.
Un sentimiento de desidia que apenas sacudió un poco el éxito de
The Hurt Locker en los Oscar. El drama de un experto
desactivador de bombas a las órdenes de un sargento que no considera
los riesgos fue elegida mejor película del año, pero se celebró más
que su directora fuera la primera mujer en conseguirlo que la mirada
arrojada sobre un conflicto que la mayoría prefiere ignorar.
"La gente no quiere enfrentarse a algunas de las duras verdades
de lo que ocurre allí", dice el crítico de cine estadounidense
Stephen Farber. Y es que en una era de taquilleras sagas vampíricas
y comedias facilonas hollywoodenses, el público parece querer
escapar de la realidad, no analizarla.