Esta primera edición estuvo matizada por la participación 
			numerosa de artistas de dos países: Cuba y los Estados Unidos. La 
			primera con cerca de 75 en casi todas las manifestaciones 
			contemporáneas del arte, mientras que la segunda con algo más de 
			150. Ambas representaciones se vieron acompañadas con artistas de 
			otros países de Europa y Asia pero en proporciones mucho menores, 
			casi imperceptibles.
			Su director fue el coleccionista portugués Miguel de Carvalho y 
			contó con la asesoría artística general del curador y productor 
			norteamericano Stefan Symchovitz, radicado en Los ángeles, 
			California, cuyos fundamentos estuvieron basados en la articulación 
			de ocho proyectos expositivos, o "reinas" como les llamó, que 
			respondieran a algunas preocupaciones de los artistas de hoy sin un 
			tema específico integrador o de búsqueda reflexiva.
			El evento se desarrolló en cinco ciudades del país, exhibiéndose 
			la mayor parte de las obras en Lisboa, tanto en espacios cerrados 
			como en plazas y parques. En esta ciudad se concentró el 99% de los 
			artistas norteamericanos, compartiendo el enorme espacio central del 
			Pabellón Portugal, obra del renombrado arquitecto Álvaro Siza para 
			la Feria Mundial de 1998, con varios de los artistas cubanos. En las 
			otras ciudades: Grándola, Troya, Portimao y Vila Real de Santo 
			Antonio, la primacía correspondió a los cubanos, quienes ocuparon 
			varios centros de arte, espacios de exhibición en teatros y centros 
			de congresos así como el aire libre en parques, paseos marítimos, 
			plazas. Realmente, a la participación de los artistas cubanos se 
			debió, en lo esencial, la extensión de la Bienal a otras ciudades 
			del país luso. De lo contrario, hubiera estado confinada solo a la 
			capital del país.
			Un equipo de curadores cubanos, conformado por Juan Delgado 
			Calzadilla, Elvia Rosa Castro y Nelson Herrera Ysla, tuvo a su cargo 
			la selección de los artistas, de las obras y proyectos a participar 
			y decidir la compleja y dispersa museografía en tantos sitios 
			abiertos y cerrados, lo cual constituía un quebradero de cabeza pues 
			esto último se llevó a cabo en apenas 25 días antes de la 
			inauguración.
			Uno de los logros importantes de nuestra participación —la más 
			numerosa de artistas cubanos vivos fuera del país en toda su 
			historia, y que resultaría extensísimo nombrarlos aquí a todos— fue 
			la presencia de varios de los artistas con el fin de montar sus 
			propias obras, la mayoría instalativas.
			Fue así que pudieron viajar Luis Gómez, Rodolfo Peraza, Duvier 
			del Dago, Humberto Díaz, Jorge Wellesley, Abel Barreto, Douglas 
			Argüelles, José Emlio Fuentes (JEFF), Antonio Margolles, Lidzie 
			Alvisa, Santiago R. Olazábal, Yoan e Iván Capote, Esterio Segura, 
			Roberto Diago, por invitación expresa de la dirección del evento y 
			de otras personalidades, lo cual contribuyó, sin dudas, a hacer 
			mucho más notoria la visibilidad de la producción simbólica cubana 
			en el evento.
			Las más complejas obras instalativas correspondieron, por esta 
			razón, a los artistas cubanos pues en el resto de las obras 
			participantes de otros países fueron mayoritarias la pintura, la 
			escultura, la gráfica, el objeto y el video en tanto soportes y 
			morfologías significativas.
			Llamó la atención, desde los días de montaje y preparación de los 
			espacios, la diferencia de las obras de Cuba respecto de las 
			exhibidas de otros países, pues en ellas vibraba una visión muy 
			particular y más profunda de los contextos en que se produjeron, a 
			lo que añadiría las resonancias particulares de cada una.
			En muchas de las obras de los artistas norteamericanos actuales 
			primó una tendencia neo pop que reformulaba algunas de las 
			conquistas de aquella corriente importantísima del espectro 
			artístico de los años 60, solo que sin la fuerza y trascendencia de 
			este. Más bien se trataba de, en algunos casos, una suerte de 
			parodia de lo que hoy observamos en la televisión, el video clip, el 
			cine, los conciertos de música, los periódicos, las revistas y, 
			sobre todo, en los artículos de consumo, esta vez de manera 
			chirriante, superficial y pomposa, atrapada en la necesidad de 
			llamar poderosamente la atención, de hacerse notar, muy por encima 
			de cualquier interés reflexivo o crítico.
			Colores de alta saturación, brillo excesivo de plateados y 
			dorados, formas "nuevas", ocultaban cualquier intento de discurso 
			racional aunque por debajo de muchas de ellas era notable un glamour 
			de nuevo tipo o, con mayores pretensiones quizás, una estética 
			nueva, al parecer condicionada por lo que circula hoy a través de 
			los diferentes canales masivos de comunicación.
			En el lado opuesto, como señalaba arriba, se hallaban las obras 
			de Cuba, directas y claras, transparentes en muchos casos, 
			trasmitiendo el pulso de una cultura viva, en constante proceso de 
			reformulación de sus propios discursos acerca de la sociedad, la 
			política, la economía, la religión, la información, la visualidad.
			Pudiera argumentarse, hablando en plata, de dos mundos 
			encontrados de cerca, casi frente a frente, dentro del panorama tan 
			heterogéneo y diverso de las artes visuales contemporáneas y que 
			esta Bienal de Portugal acogió para, en buena lid, ponernos a pensar 
			a todos acerca de caminos y tendencias que proliferan sin intereses 
			de dominación.
			No hubo foros de discusión o debates, algo que hubiese sido 
			necesario, creo, para arrojar ideas en torno a tan importantes 
			cuestiones. Tampoco talleres u otras estructuras participativas 
			tanto de expertos como de público. Pero se trató de la primera vez, 
			lo que se considera la "novatada", de ese primer intento de un país 
			apenas nombrado hoy en el mapa mundial del arte y que se propuso 
			empezar a hacerse ver de la mejor manera posible.
			Lisboa cuenta con una generosa red de espacios grandes de 
			exhibición, no así de galerías y centros alternativos. Dos de los 
			artistas portugueses notables participan activamente en grandes 
			eventos internacionales: pienso en Cabrita Reis, en Yoana Gonsalves 
			sobre todo. Pero no son suficientes para activar un cierto poder de 
			convocatoria tan necesario en este tipo de eventos.
			Aunque varios periodistas norteamericanos, de algunas revistas 
			influyentes en el panorama del arte actual y de periódicos 
			importantes, estuvieron presentes, se sintió la ausencia de otros de 
			diversas partes del mundo así como de sus críticos y curadores que 
			no escatiman tiempo ni dinero para trasladarse allí donde algo "está 
			pasando".
			Esperemos que la segunda edición pueda subsanar esto. Y que los 
			objetivos y principios curatoriales, tanto como los museográficos, 
			coloquen a esta nueva Bienal en el lugar que aspira.