Otros, apenas enumeran los ocho Objetivos de Desarrollo del
Milenio (ODM), sin voluntad política para concretar el contenido de
una denominación ambiciosa, aunque con muy modestas propuestas y aún
más tímidas respuestas. Solo unos pocos han hecho centro de su
estrategia de desarrollo el mejorar las condiciones de vida de los
ciudadanos.
A todos, la ONU los volvió a convocar entre los días 20 y 22 de
septiembre, para analizar en reunión plenaria "el progreso" en el
camino hacia las metas acordadas en el año 2000, durante la Cumbre
del Milenio.
En aquella oportunidad los líderes mundiales reconocieron su
"responsabilidad colectiva con los principios de la dignidad humana,
la igualdad y la equidad" para todos los habitantes del planeta, y
su deber, en especial, con los más vulnerables. Como colofón, la
firma de la Declaración del Milenio patentizó el compromiso de todos
los ministros, jefes de Estado, de Gobierno y de delegación
asistentes de alcanzar antes del 2015 la reducción a la mitad de la
pobreza extrema y el hambre, lograr la enseñanza primaria universal,
promover la equidad de género y la autonomía de la mujer, reducir la
mortalidad infantil, mejorar la salud materna, combatir el VIH/Sida
y otras enfermedades, garantizar la sostenibilidad ambiental y
fomentar la asociación global para el desarrollo.
Unos días antes de la nueva cita, el relator especial de la ONU
sobre el derecho a la alimentación, Olivier de Schutter, reconoció
que "los ODM han sido útiles para movilizar dinero y energías, pero
solo atacan los síntomas de la pobreza, como la malnutrición
infantil, la mortalidad materna o las enfermedades, e ignoran las
causas más profundas del subdesarrollo y del hambre, por lo que se
centran en objetivos meramente estadísticos".
Cuando se han cumplido las dos terceras partes del plazo, aquella
"noble declaración de intenciones" se traduce en estadísticas
globales vergonzosas, inexcusables a pesar de la aparición de nuevos
factores, como el aumento del precio de los alimentos, el
agravamiento de los efectos del cambio climático o la crisis
económica mundial.
Las "obligaciones", diluidas con el tiempo, han dejado de serlo.
Los países "en desarrollo" siguen arrastrando el peso de las
desigualdades; y los ricos, ante la disyuntiva de salvar vidas o
bancos, inclinan la balanza invariablemente hacia el lado de los
rescates financieros.
Hoy la miseria no toca a las puertas, porque la mayoría de los
pobres no tienen hogar. La cantidad de personas que vive en la
pobreza extrema aumentó en unos 36 millones, pero cuando se habla de
los nuevos pobres, los adinerados de siempre dan la espalda. Ni
siquiera se dignan a cumplir con la entrega del 0,7% de su Producto
Interno Bruto (Ayuda Oficial para el Desarrollo), y las eventuales
migajas de los países donantes —en función de sus intereses
políticos— siguen siendo muy inferiores a la cifra necesaria para
cumplir los compromisos vigentes.
Al escándalo de los 1 020 millones de seres humanos viviendo con
hambre, se suma el de los más de 2 000 millones que la padecen
"silenciosamente", y mueren por la carencia de micronutrientes.
En lugar de escuelas primarias, 126 millones de niños tienen
trabajos peligrosos con retribución precaria, y los menores
pertenecientes al 20% más pobre de la población, representan más del
40% de todos los que no asisten a los centros de enseñanza.
En cuanto a la igualdad de género en las matrículas, solo 53 de
los 171 países de los que se dispone de datos la habían alcanzado
tanto en la enseñanza primaria como en la secundaria.
En el 2008, apenas una de cada cinco mujeres embarazadas recibió
servicios de análisis y de asesoramiento sobre el VIH, y solo la
tercera parte de las seropositivas fueron consideradas elegibles
para recibir tratamiento antirretroviral.
Cerca de un millón de personas mueren debido a la malaria cada
año, el 95% de ellas en África subsahariana, y la gran mayoría
menores de cinco años.
Dentro del objetivo de garantizar la sostenibilidad ambiental se
pierden oportunidades de concertación, como en la fracasada Cumbre
de Copenhague, cuando no se logró ningún acuerdo concreto para
reducir la producción de gases de efecto invernadero por la
confabulación de los países desarrollados, que intentaron presentar
un informe que habían discutido a puertas cerradas, excluyendo las
demandas del Sur.
Mientras, se calcula que la velocidad del aumento de las
emisiones de dióxido de carbono ha sido mucho mayor en el periodo
1995-2004 que en el periodo 1970-1994, tendencia que no se ha
modificado.
El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, en el informe para
esta reunión, reconoció que "la posibilidad de no llegar a alcanzar
los Objetivos de Desarrollo del Milenio por falta de compromiso es
muy real. Ello sería un fracaso inaceptable, tanto en sentido moral
como práctico. Si fracasamos, se multiplicarán los peligros que
acechan al mundo: inestabilidad, violencia, epidemias, deterioro
ambiental y crecimiento demográfico descontrolado".
Pese al desalentador panorama, el documento destacó el éxito de
algunos países pobres en el cumplimiento de los ODM, lo que
demuestra que las metas son alcanzables si se cuenta con la voluntad
política de los gobiernos. No obstante, el tan anhelado cambio
sustancial que recupere en el próximo quinquenio el tiempo perdido
en regateos y mezquindades durante los últimos diez años,
necesariamente implica subvertir el injusto orden económico y
político internacional.
La construcción de un mundo en el que primen los principios de
solidaridad y justicia social, es una añosa exigencia de los países
subdesarrollados que volvió a escucharse en la ONU en las voces de
naciones como Cuba, Irán, Bolivia y Venezuela.
El ministro cubano de Relaciones Exteriores, Bruno Rodríguez
Parrilla, demandó "construir un nuevo orden económico y político
internacional, basado en los principios de solidaridad, justicia
social, equidad y respeto a los derechos de los pueblos y de cada
ser humano" como única alternativa para salvar la especie.
El presidente iraní, Mahmud Ahmadinejad, propuso sostener
relaciones justas y prósperas entre los países para establecer un
orden mundial que rechace el capitalismo; mientras, su par de
Bolivia, Evo Morales, señaló que las naciones del mundo deben acabar
primero con la desigualdad que ha existido durante años, para
superar las metas que se plantean.
La intervención del representante permanente de Venezuela ante el
organismo internacional, Jorge Valero, evidenció que se puede
avanzar con estrategias nacionales con el ser humano como fin y
punto de partida.
"Frente a la globalización neoliberal proponemos la globalización
de la justicia y la equidad. Ante el saqueo y el vasallaje de países
proponemos el comercio justo en un mundo en el cual todos ganemos, a
través de la cooperación solidaria", puntualizó.
Se trata de aspiraciones hasta hoy epidérmicas, modestas,
tímidas, limitadas¼ en buena medida por
la propia naturaleza del organismo que las impulsa, cuya reforma es
también un reclamo de los desposeídos de este mundo.
Los Objetivos de Desarrollo del Milenio necesitan urgentemente
dejar de ser "papel mojado" o excepciones de países cuyos logros la
comunidad internacional y los grandes medios escamotean, para
convertirse en acciones concretas por la dignidad y el desarrollo
humano. De no ser así, la anterior habrá sido una década perdida y
el 2015 pasará a la historia como el año del gran fracaso.