Cien años con Buesa

PEDRO DE LA HOZ

José Ángel Buesa es y está. Ahora mismo, sin que sea menester recordar cómo este 2 de septiembre el calendario marcó el primer centenario de su nacimiento, algún adolescente, sin la menor memoria del poeta, puede que se adjudique los versos del Poema del renunciamiento, o que alguien de mayor edad, transido por la melancolía, recuerde aquello de "pero te digo adiós para toda la vida / aunque toda la vida siga pensando en ti".

Algo sucede cuando se advierte cómo las piezas líricas de este bardo, nacido en Cruces, localidad cercana a Cienfuegos y fallecido en 1982 en República Dominicana, pasan de una a otra generación, de la voz al oído, de las páginas amarillentas de algún libro deshojado a los cuadernos escolares y los diarios íntimos.

¿Será porque una zona de su poesía es fácil y pegadiza? ¿Por la influencia de ciertos declamadores de la radio? ¿O porque, bien o mal que nos pese, expresó ese lado sensiblero por el que todos, o casi todos pues no hay que ser absolutos, en esta tierra de boleros, hemos sangrado alguna vez?

El poeta y ensayista Virgilio López Lemus recordaba justo ayer: "El pueblo no solo no lo ha olvidado, sino que lo sigue leyendo. No fue el poeta genial que afirmaron sus admiradores a toda costa. Pero tampoco fue el pésimo poeta cursi del que no pocos hicieron mofa, o lo omitieron en sus estudios. Cien años es bastante tiempo para resistir en la memoria".

Ciertamente, escribió versos execrables: "Yo la amé y era de otro que también la quería. / Perdónala, Señor, porque la culpa es mía. / Después de haber besado sus cabellos de trigo / nada importa la culpa, pues no importa el castigo". Pero también otros de fina textura conversacional: "Ella no fue, entre todas, la más bella, / pero me dio el amor más hondo y largo. / Otras me amaron más y, sin embargo, / a ninguna la quise como a ella".

El entrañable salvadoreño Roque Dalton, en uno de sus tantos poemas malditos (por lo de hacer, como decimos entre nosotros, bromas malvadas) toma a Buesa como referencia anecdótica. A una muchacha le dice: "¼ qué largo camino anduve / para llegar hasta a ti / y tú me dijiste que ya parecía José Ángel Buesa / y entonces reí francamente / y te dije que los versos eran de Nicolás Guillén / y tú (que recién salías de tus clases de francés) / me contestaste que entonces era Nicolás Guillén / quien se parecía a José Ángel Buesa / yo te dije que te excusaras inmediatamente con / Nicolás Guillén y conmigo / y entonces me dijiste / que el verdadero culpable era yo / por llegar al José Ángel Buesa esencial / a través de Nicolás Guillen".

Todo parece indicar que luego de libros iniciales como La fuga de las horas (1932) y Misas paganas (1933) y Babel (1936), la poesía de Buesa se fue abaratando en la medida que se convirtió en un éxito comercial y no al revés.

Quizás haya llegado la hora de hacer una criba consecuente de su copiosa producción poética para separar la paja del grano. Porque Buesa es y está. Y si no que lo digan los que se emocionan hasta los tuétanos al recitar "pasarás por mi vida sin saber que pasaste, / pasarás en silencio por mi amor, y al pasar, / fingiré una sonrisa, como un dulce contraste / del dolor de quererte... y jamás lo sabrás".

 

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