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Vuelve a empinarse la montura
PASTOR BATISTA VALDÉS
LAS TUNAS.— Después de toda su vida entre surcos, reses, ferias,
rodeos y caballos, al jubilado Luis Surí Batista le duele ver a un
ganadero o a algún campesino trotando "casi al pelo" sobre la
bestia, encima de un saco de yute doblado a modo de basto, por falta
de una buena montura.
Yoel
se siente cada vez más seguro en este oficio.
"En ese caso —afirma— el animal sufre mucho, y si es el jinete...
¡Ni hablar! Hay que estar horas enhorquetado encima de un caballo
sin montura para saber de verdad lo que eso agota".
Por ello, Surí aplaude el rescate de la pequeña fábrica con que
siempre contó la agricultura en Las Tunas, cuyas producciones
llegaron a ser premiadas por su calidad en el recinto ferial de
ExpoCuba, a finales de los años ochenta.
CAÍDA
Según explica el joven Adolfo Velázquez Concepción, director de
producción y servicios de la empresa de suministros agropecuarios en
la provincia, cuando la economía cubana irrumpió en la crucial
década de 1990 la entidad se vio "muy afectada por materia prima,
dificultades para curtir el cuero, inestabilidad en los cuadros,
descenso e incluso desaparición de muchas producciones...
¿Qué
impide rescatar o iniciar en otras partes del país esta necesaria
producción?
"Y lo peor: poco a poco se fueron hacia otros sectores hombres,
como Elio Jiménez, que acumulaban muchos años de experiencia aquí en
el trabajo de talabartería".
Resultado: la situación se agravó en torno a un implemento tan
necesario como la montura para la actividad ganadera, campesina y
agropecuaria en general, mientras, contradictoriamente, el entorno
rural tenía que recurrir cada vez más al caballo.
AL RESCATE
Nadie tuvo que convencer a Elio. La nostalgia de tantos años como
talabartero y su comprensión de que urgía producir monturas otra
vez, lo convirtieron de repente en profesor.
Dos meses después, la pequeña entidad reiniciaba su trote
laboral, con rostros totalmente nuevos, salidos "de la nada" pero
dispuestos "a darlo todo".
Ese es el caso de Heimer Echemendía, joven de apenas 33 años que
cambió sus herramientas del sector eléctrico por la chaveta, y hoy
afirma que después de estas primeras experiencias no hay marcha
atrás.
Tampoco en sus 30 abriles Yoel Serrano Hidalgo había tocado una
montura. Su mayor acercamiento a la talabartería se limitaba al
corte y preparación de alguna que otra billetera, un pequeño
cinto... nada que encerrara alta complejidad.
"Y no es que hacer una montura sea en extremo difícil —opina—
pero lleva trabajo, esmero. Ya por mis manos han pasado varias. Al
principio me preocupaba hacer mal un corte y echar a perder el
material, pero ya me siento más seguro".
Similar le sucede a René Velázquez, quien hasta hace poco tiempo
ejercía por cuenta propia el oficio de las chavetas y hoy agradece
formar parte y encabezar este colectivo, cuyos integrantes (siete
obreros ahora) "se pegan a trabajar desde las 7:30 de la mañana y a
las 5:00 de la tarde todavía suelen estar en acción".
¿CINCHAS BIEN AJUSTADAS?
Sin restar mérito al ímpetu con que el taller ha reiniciado su
marcha (ojalá nunca se hubiera interrumpido), tal vez lo más
importante no sea la reapertura como tal, sino la capacidad de
mantener el paso.
"Hay condiciones para lograrlo —dice Adolfo—, porque tenemos
suficiente cuero aquí mismo, de las reses que van a sacrificio;
tampoco nos desvela con qué material curtir, ya que empleamos
fundamentalmente productos naturales o ecológicos de fácil
adquisición, como el mangle rojo (que existe en nuestras costas), la
cáscara de la guinga (también común en esta zona), la cal, que no es
un problema hoy...
"Lo principal es que los trabajadores están motivados con las
condiciones que hemos podido crear hasta ahora y con el sistema de
pago: ganan según lo que sean capaces de producir.
"Junio fue un buen mes. El taller produjo 27 000 pesos, con una
utilidad neta de 15 000. Esas ganancias deben sentar bases para
mejorar el taller, ampliar la producción, adquirir hilo, fieltro o
gamuza y otros insumos.
De hecho, se aspira a fabricar polainas, pantalonetas y hasta
abrir una unidad para hacer fustes (pequeño soporte o "esqueleto" de
la montura, en madera, recubierto inicialmente con fino cuero de
ovejo), mientras los estribos pueden correr a cuenta de talleres
agropecuarios del territorio. Eso es: sin depender de fuera.
Por ello, aunque jubilado ya, a Luis Surí se le ve contento.
"Estas monturas —dice mirando un lote ya terminado— no tienen
nada que envidiarles a las que se hacían antes. El cuero fue curtido
con gran cuidado y hasta se les puede aplicar una grasita para
conservarlas más. Basta mirarlas para ver que están fuertes, bien
hechas, con calidad y tienen presencia... De todos modos lo
importante ahora es que todo esto se mantenga y siga adelante". |