Cuando el maestro Guillermo González Camejo, o para decirlo como
el pueblo manda, Guillermo Rubalcaba, recibió en días pasados el
diploma Nicolás Guillén que otorga la Asociación de Músicos de la
Unión de Escritores y Artistas de Cuba, debió pensar en la suerte de
haber nacido hace 83 años bajo la tutela de un padre charanguero y
de contar a la vez con una descendencia que siguió sus pasos.
Porque a lo largo de una velada que comenzó con la proyección del
documental Rubalcaba, 80 y mucho más, de María Elena
Pérez Reyes, y continuó en el espacio La Trova sin Traba, proyecto
de Andrés Pedroso con la asistencia artística de William Sotopozo,
la pasión del músico por los aires de su tierra, y sobre todo por
los que encarnan el espíritu de la charanga, hallaron los mejores
argumentos en la continuidad y expansión de un tronco familiar.
Hijo del pinareño Jacobo Rubalcaba, creador del célebre danzón
El cadete constitucional, y padre de Jesús, pianista; William,
contrabajista —ambos lamentablemente fallecidos—; y Gonzalo, uno de
los monstruos sagrados de la escena internacional del jazz,
Guillermo conservó el legado del maestro Odilio Urfé al frente de la
Charanga Típica de Conciertos, que desde hace tres décadas,
rebautizada como Charanga Rubalcaba, no solo ha mantenido intactas
las columnas sonoras de una formación, sino las ha revitalizado a
tono con la época.
Músico integral, pródigo fue en el piano, instrumento en el que
logra un toque peculiar, y en el violín, donde pulsa el arco con muy
precisos acentos. Al definirse en el estilo charanguero, consiguió,
como es habitual, el empaque tímbrico de puro sabor tradicional en
la ejecución de sones, cha cha chas y danzones, sazonados, entre
otros, por la flauta de Policarpo Tamayo y la paila de Eduardo
(Boniatillo) López, hasta desembocar en un sorpresivo conjunto de
esos que alguna vez llamaron combo, con una sólida base de percusión
cubana a cargo de Adel González y Luis (Betún) Valiente.
Las versiones de la Andalucía, de Lecuona, abierta a la
descarga cubana, y de La chica de Ipanema, de Jobim-Moraes,
arrimada al son, valieron por mil.