¡Se
dice Bolívar y decimos Libertador! Fue el título que más amó en vida
el hombre genial; y el que distingue, más allá de la muerte, al que
fundó cinco naciones, dio batallas, conoció la opulencia y casi la
mendicidad; al Estadista y al Legislador que redactó constituciones,
valoró la importancia de la enseñanza universal y de la educación de
los indios y luchó por la emancipación de los esclavos africanos.
Su epistolario y documentos políticos nos han hecho depositarios
de un arsenal de ideas al mismo tiempo que nos revelan en el autor a
un hombre sencillo y complejo: metálico cuando decide y ordena,
conmovedor y tierno ante la mujer y el niño, magnífico en la
desventura, seguro de sí, y firme en sus convicciones.
Cuando vino al mundo Simón Bolívar y Palacios el 24 de julio de
1783, ya había sido derramada en el Cuzco la sangre de Tupac Amaru
II. Su rebeldía y las fuerzas que desencadenó el inca fueron un
chispazo en la noche.
Un venezolano, con justicia llamado el Precursor, Francisco de
Miranda, daba a conocer su nombre, que legaría a la Revolución
Francesa y a la norteamericana como prólogo de sus proyectos
emancipadores que cimentaron el camino que solo a Bolívar le sería
dado recorrer después.
Hijo de una clase prepotente e intocable, que se distinguía por
el privilegio de vestir manto sobre sus hombros, Bolívar acreditaba
además una ascendencia que en América estuvo presente desde el siglo
XVI, su mismo nombre aparece en la inscripción funeraria de su más
lejano predecesor sepultado en la catedral primada de Santo Domingo.
Pero su clase culta e ilustrada, arrinconada por las exigencias
de una metrópoli insaciable, aprovechó los primeros síntomas de
debilidad y el vacío de poder producido por la invasión napoleónica
a España para soñar con un régimen de libertad absoluta para sí que,
por supuesto, no incluía la de sus siervos africanos ni las justas
reivindicaciones que ansiaban los llaneros, los pardos e indios y
demás venezolanos humildes. Así se constituyó la Suprema Junta
Gubernativa que devendría independiente, el 19 de abril de 1810.
Investido de representatividad diplomática, y junto a Andrés
Bello, Bolívar viaja a Londres ese mismo año como portador de la
demanda de reconocimiento del movimiento político venezolano. Pero
resultó notorio que poniéndose más allá de las instrucciones
recibidas, expresó claramente su criterio de que la independencia
absoluta era la más alta aspiración de los insurgentes.
La reacción realista encabezada por el General Monteverde gana
terreno aceleradamente; la capitulación con que concluyen aquellos
sucesos fue solamente el anticipo de crueles persecuciones y de la
restitución de todos los fueros e injusticias contra los cuales se
había luchado. Quizás la imagen de Miranda, entregado a los
españoles en La Guaira, cargado de cadenas, resulte por sí misma la
más dramática explicación de lo que las contradicciones, rivalidades
y ausencias de unidad entre los patriotas inmaduros, significó para
la revolución venezolana.
A la proclamación y caída de la Primera República, (la de los
mantuanos) sucedió un largo proceso en el cual Bolívar vivirá sus
primeras y controvertidas experiencias políticas.
Ante él se abre la ruta del exilio, primero en Curazao y luego en
Cartagena de Indias, aquella ciudad inexpugnablemente fortificada
por los mismos alarifes que habían comenzado su obra en La Habana a
finales del siglo XVI.
De aquí regresaría Bolívar para dar inicio a su "Campaña
Admirable". Marcha que compartirá día a día y jornada a jornada,
hasta penetrar en Caracas el 7 de agosto de 1813 y ser proclamado
Libertador.
A diferencia de la Primera República, la Segunda nació de la
lucha armada y con una mayor y más amplia base social. Además, se
había sentado un precedente importante en la trayectoria futura de
los acontecimientos: numerosos contingentes de la Nueva Granada le
habían acompañado y muchos de aquellos fieles seguidores quedaron en
el camino.
A partir de su regreso a nuestro continente, Bolívar extraerá de
reveses y desalientos, y también de sus primeras victorias, la idea
que habría de ser la piedra angular de su pensamiento político: la
necesidad de la unidad revolucionaria continental.
No pudo evitar el Libertador, sin embargo, que reviviesen las
enconadas querellas de antaño; destituido y cautivo, logra fugarse a
las Antillas en 1814.
Bolívar está en Kingston. El 6 de septiembre de 1815 es fechado
el histórico documento que hoy conocemos con el nombre de la Carta
de Jamaica, en la cual el Libertador anuncia el nacimiento de
Colombia como un Estado en el que se unirán los vastos territorios
donde el despotismo colonial ha sido derrotado. Analiza política y
socialmente la situación general de América y propone un programa de
acción. Desestima la monarquía como forma de gobierno y no excluye
la posibilidad de que cubanos y puertorriqueños se integren al
movimiento libertador. Bolívar analiza las posibilidades de la lucha
en sentido global.
La permanencia de El Libertador en Haití, la amistad del
Presidente Petión y el apoyo que este le prestó en nombre de la
República negra, proscrita y acorralada, resulta uno de los más
nobles antecedentes del internacionalismo y el desinterés.
Cuando desembarca en Barcelona (Venezuela) en 1817, pudo muy bien
recordar el día en que sobre el Monte Sacro en Roma, solo con su
maestro Simón Rodríguez, contemplando los templos y foros de la
gloriosa antigüedad convertidos en un bosque ruinoso, juró consagrar
su vida a la libertad de América.
De nuevo en el campo de batalla, rodeado de cuantos habían
mantenido la llama de la rebeldía, unido a Páez, a los llaneros,
compartiendo la vida dura del soldado, se entrega a la organización
del Estado tan pronto las circunstancias se lo permiten.
El 7 de agosto de 1819 la victoria de Boyacá anuncia el
nacimiento de Colombia, que sería proclamada en el Congreso de
Angostura el 17 de diciembre del mismo año.
El 24 de junio de 1821 la batalla de Carabobo precipita la
liberación de Venezuela, a excepción de Puerto Cabello, y cinco días
más tarde entra Bolívar triunfante en la ciudad de Caracas.
A la epopeya de la Guerra de Independencia en este continente
Bolívar imprimió un sello indeleble: las marchas y contramarchas,
las inmensas distancias recorridas bajo el sol abrasador, a la
humedad insoportable o el frío de alturas inimaginables.
El Congreso de Cúcuta le erige Presidente de la República y
cuando convoca, el 7 de diciembre de 1824, a la magna reunión de los
países independientes de nuestra América en el istmo de Panamá,
faltan solo 48 horas para que Antonio José de Sucre alcanzase en la
pampa de Quinua la victoria de Ayacucho, por la cual dejó de existir
definitivamente el Virreynato colonial y nació la república del
Perú. A esta altura de su carrera política y militar el Libertador
debía enfrentar la difícil tarea de salvar la obra de la Revolución
de dos mortales acechanzas. La que surgía de adentro con las
sobrevivencias del regionalismo por la visión limitada de los que
solo podían concebir patrias pequeñas y, desde luego, la herencia de
siglos de dominación, que se traduce en incultura, incomunicación,
fanatismo religioso y pobreza que, si aún nos sobrecogen en nuestra
América, más nos impresiona imaginarlas entonces.
En segundo lugar el Libertador enfrentaría los intereses y
desavenencias de las potencias europeas en cuanto a la mutación del
equilibrio de fuerzas en la América meridional, incluyendo el
Caribe. La terca política de España que envía la fuerte expedición
encabezada por Morillo tratando de reconquistar lo definitivamente
perdido. En general, la estrategia de la Santa Alianza, que veía con
horror Repúblicas e independencias. El duelo sordo entre la Gran
Bretaña y la República norteamericana, cuya posición ambigua en la
forma y en el fondo se aliaba con el colonialismo español. De hecho,
los Estados Unidos bloquearon al Congreso Anfictiónico de Panamá,
influyendo para desviar la atención de las Delegaciones de la
posibilidad de analizar el destino de Cuba y Puerto Rico. En la
correspondencia reservada de los agentes diplomáticos
norteamericanos y el Gobierno se evidencia una red de maquinaciones
cuyo último objetivo no era otro que el descabezamiento de la Gran
Colombia y, desde luego, la liquidación de El Libertador y de toda
influencia bolivariana.
Desde el 22 de junio de 1826 en que se constituye el Congreso en
Panamá, y hasta 1830, Bolívar luchó con todas sus fuerzas ya
sensiblemente disminuidas para lograr la sobrevivencia del sistema
político que había creado contra las más adversas circunstancias.
En cuanto a Norteamérica, ninguna palabra define mejor su
criterio que las dirigidas a Patricio Campbell: "Los Estados
Unidos parecen destinados por la providencia para plagar la América
de miseria en nombre de la libertad".