Un
músico puede cruzar a lo largo de la vida por caminos esenciales que
definan sus prácticas creativas, pero nunca debe perder la capacidad
de admiración ni la curiosidad.
Esas cualidades estuvieron en el centro del concierto que ofreció
recientemente la Camerata Romeu en la Basílica de San Francisco de
Asis. En la instalación, del Centro Histórico de La Habana Vieja, la
directora del conjunto de cuerdas se dio el gusto de traer
nuevamente a la realidad uno de sus proyectos más caros de los
últimos años: traducir al lenguaje de su orquesta un grupo de obras
del renombrado compositor y pianista, Egberto Gismonti, una de las
grandes figuras de ese "planeta musical" que es Brasil.
La idea es fruto de las afinidades artísticas surgidas entre
ambos. Comenzó su andadura cuando la Romeu hizo contacto con el
multifacético creador durante una de las jornadas del Festival
Internacional de Cine Latinoamericano, y Gismonti no escatimó
elogios hacia el trabajo que ella realiza. Entonces sellaron un
"pacto de honor": el autor de Danza de los esclavos le enviaría una
de sus piezas elaborada especialmente para su orquesta y la
directora la defendería como mejor sabe hacerlo. De ahí nació, más
adelante, Sertoes Veredas, un disco concebido a partir de la
suite del mismo nombre y constituido por siete pasajes compuestos
por Gismonti para la Camerata. El CD forma parte de Saudacoes,
un álbum doble que ganó el premio internacional Cubadisco 2010.
La directora de la Camerata puso sus manos al servicio de la
imaginación para llevar adelante un concierto orgánico de principio
a fin. Arrancó con la entrega del primer pasaje de Sertoes
Veredas, el cual indujo en el auditorio una alternancia de
estados de ánimo tan indescifrables como los filmes del primer
Darren Aronofsky.
La Romeu tiene una notable cualidad. Comenta con lujo de detalles
los puntos esenciales de las composiciones que asume y es capaz de
llamar por su nombre a la amplia gama de sensaciones que las
identifican, como si no pudiera resistir la tentación de compartir
con el público la ola de estremecimientos que provocan en su mundo
interior cuando se encuentra en escena.
El estreno del segundo título del programa, Música para
cuerdas, siguió avivando la leyenda del brasileño, cuya obra,
armada por más de 50 discos, ha hecho estallar en mil pedazos los
empeños por etiquetarla.
En el final del trayecto de este mágico y misterioso viaje —como
dirían Los Beatles—, por la multiplicidad de historias y rostros de
la cultura popular brasileña, la también pianista y pedagoga volvió
sobre el punto de partida. Retomó la línea argumental de Sertoes
Veredas y, con gran elegancia y sutileza, permitió que las
muchachas del conjunto de cuerdas sacaran a relucir todo su oficio
para ejecutar la quinta pieza de la suite, una de las de mayor
fuerza emotiva del programa.
La energía y frescura del sexto pasaje de la obra, amplificadas
por la riqueza tímbrica de su interpretación, coronó un concierto
con el que la Camerata dio un golpe maestro en su trayectoria, y en
el que Zenaida Romeu y Egberto Gismonti "anduvieron de la mano" por
los escenarios cubanos.