En ese libro para agradecer que es Estudios Delmontinos
(Fina García Marruz, Ediciones Unión, 2008), la autora recuerda cómo
Domingo del Monte (1804-1853), "uno de los cubanos más influyentes
de su tiempo", en su infatigable quehacer por la cultura creó una
revista con el florido título de La Moda o Recreo Semanal del
Bello Sexo.
No faltaron voces de la intelectualidad en irle encima al culto
editor para preguntarle con sorna qué pretendía, "acaso bagatelas
superficiales".
Pero Del Monte —escribe Fina— no hará menos con esta revista en
favor de la educación del país, que con los sesudos informes y
estadísticas sobre la educación primaria que hace como secretario de
la Sección de Educación de la Sociedad Patriótica.
Gracias a la Semanal del Bello Sexo, el auspiciador de
aquellas tertulias habaneras que hicieron época, da a conocer en
Cuba a escritores de la talla de Byron, Walter Scott, Goethe y
Chateaubriand, o lo que es lo mismo, le abre las puertas al
romanticismo y lo difunde a capa y espada sin importarle que sus
gustos más arraigados comulgan con el neoclásico.
Se populariza esa literatura al punto que en 1838 ya había
dulcerías y florerías con el nombre de La nueva romántica y
en Matanzas abre una zapatería con un cartel que parece una
reverencia a Víctor Hugo: Los botines románticos.
"La revista —prosigue Fina— como todas las cosas que hizo Del
Monte, tenía un objetivo aparente y otro real. Con el lema
Escribe en blando y dulce y fácil verso/cosa que cualquier niña
entender pueda, enseña, reforma costumbres, hace labor de
cultura bajo la capa del entretenimiento¼
".
Era el siglo XIX y ya Del Monte, a quien Martí, situándolo en el
contexto social e histórico de su época llamaría "el más real y
útil", sabía aprovecharse del tan llevado y traído concepto de
"entretenimiento" para emitir cultura.
El hombre de alto vuelo intelectual, polémico de los pies a la
cabeza, que discute aquí y allá con lo más lúcido del país, que
atina y se equivoca, no se contenta con quedarse arriba, sino que
tira la soga y hala con imaginación.
Pide a gritos un comentario mayor este magnífico libro de Fina
García Marruz que todavía no termino de leer y que, por el momento,
me deja rumiando en ese juicio sin tiempo y espacio, por su validez,
que la autora prodiga a Del Monte: hace labor de cultura bajo la
capa del entretenimiento.