Una tarde con Ramzi Yassa

LEONARDO GELL

Hubo expectativas entre los asistentes el pasado viernes a la Basílica Menor San Francisco de Asís. ¿El motivo? La presentación del pianista egipcio Ramzi Yassa junto a la Orquesta de Cámara Nuestro Tiempo que dirige el maestro Enrique Pérez Mesa.

El concierto formó parte de las actividades por la Semana de la Cultura Egipcia en Cuba, aunque este cronista se permite el derecho de añadir la recordación del aniversario 240 del nacimiento de Ludwing van Beethoven, fecha algo olvidada este 2010. Y es que las dos obras interpretadas esa tarde fueron escritas por el compositor alemán.

La primera, Obertura Egmont, tan solicitada como preludio a las obras concertantes del autor, dio al traste con la función que tienen este tipo de páginas musicales desde que fueron concebidas para comenzar las óperas: hacer un anticipo de lo que sucederá poco más adelante durante la obra. En este caso, Pérez Mesa y sus músicos se dieron a la tarea de ubicar al público no sólo en la época, sino en el espíritu verdaderamente beethoveniano. Y con esa perspectiva pudimos corroborar que la Obertura Egmont encaja perfectamente como antesala al Concierto No. 3 en Do menor op. 47 para piano y orquesta, y que la música del genio de Bonn es tan coherente que dentro de su catálogo encontramos una unidad imposible de disolver.

Fue en esta segunda partitura que intervino el pianista Ramzi Yassa. El maestro egipcio parecía inmutable ante el instrumento dando una lección de cuánto se puede lograr desde la sencillez, sin ademanes innecesarios que desvirtúen la propia esencia de la música. Su interpretación se caracterizó por la transparencia del sonido, con timbres y matices que recurrentemente nos develaban la pureza de alma que siempre encontramos en el compositor. Yassa no apostó por un Beethoven apasionado ni grandielocuente —-como muchas veces sucede—, por el contrario, nos cautivó justamente por eso, por su actitud inteligente, esa que sólo permite la madurez y el paso de los años al incidir en el ángulo con que se mira a cada obra del repertorio.

En los últimos lustros, aunque no de forma continua, los habaneros hemos escuchado a pianistas de talla internacional, con técnicas y maneras diversas de proyectarse. En el mundo de hoy, donde la lucha por la perfección y las ejecuciones circenses son paradigmas banales a los que aspiran muchos interpretes, se hacen cada vez más escasos los artistas como Ramzi Yassa. Su estética pertenece a esa generación un tanto lejana en el tiempo que arrastra hasta nuestros días el legado iniciado por los pianistas posrománticos; y nos hace saber que no todo está perdido aún, que el arte como mensaje humano sigue siendo el fin buscado a diario.

Tras una cerrada ovación que arrancó sin haber terminado el último acorde de la orquesta, Ramzi Yassa ofreció gentilmente un encore: el Nocturno op. 9 No. 1, de Federico Chopin; figura musical que se ha robado con méritos sobrados los más altos reconocimientos este año con la celebración de su bicentenario.

Quizás algunos de nuestros lectores digan, con razón, que el programa del concierto fue breve, pero consideramos innecesario justificar aquí las razones que llevaron a tomar esa decisión. No obstante, sus protagonistas lo prepararon en un ensayo previo y el resultado fue altamente profesional. Sin dudas será una tarde imposible de olvidar, sobre todo —brevedad implícita— porque nos dejó el aliento de querer más en una próxima ocasión. ¡Que así sea!

 

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