De ella se desprendieron, entre otras, la existencia de una
Alemania dividida en esferas de influencias, a la vez que se pasaba,
de la era de la confrontación bélica, a la llamada época de la
Guerra Fría, que para muchos concluyó con la caída del Muro de
Berlín y la desintegración de la Unión Soviética.
Pero hay un aspecto de lo ocurrido en aquella reunión de hace 65
años que es digno de un recordatorio especial: el entonces
presidente norteamericano Harry Truman —presente en la cita— recibió
un mensaje de sus asesores militares en Washington en el cual se le
informaba que la bomba atómica estaba lista; y por esa misma vía dio
la orden de lanzarla contra las ciudades japonesas de Hiroshima y
Nagasaki.
El hecho puede ser más que una referencia, una advertencia para
la actualidad, cuando un Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas
—organización nacida al concluir la II Guerra Mundial—, decidió
sancionar a Irán por su desarrollo nuclear pacífico, a la vez que
permite que Estados Unidos enrumbe submarinos y portaaviones
atómicos hacia el Golfo Pérsico. La memoria histórica nos conduce,
inevitablemente, a aquel hecho, porque Potsdam no es más que un
punto de referencia en el desenlace posterior de la geopolítica
internacional.
Se trata ahora de peligros mayores, en un mundo en el que Estados
Unidos y otras potencias se han fortalecido militarmente, y donde
las armas nucleares cuentan por miles.
Por ello, no debe olvidarse que el ultimátum dado a Japón
entonces, cuando ya la conflagración mundial llegaba a su fin y la
capitulación era un hecho, no era más que una cortina de humo
empleada por Truman, de cara a la opinión pública internacional,
pues en realidad ya había decidido lanzar el ataque nuclear.