¿Buena Vista en el punto de partida?

Eliades Ochoa y una pléyade de músicos malienses, agrupados por el sello World Circuit, retoman el origen de uno de los proyectos más exitosos de la industria del espectáculo

PEDRO DE LA HOZ
pedro.hg@granma.cip.cu

El enigma de la última baraja del sello discográfico británico World Circuit quedó despejado la segunda semana de julio cuando en el festival La Mar de Músicas, en la ciudad española de Cartagena, subieron al escenario Eliades Ochoa con los integrantes del cuarteto Patria, y un grupo de instrumentistas malienses con reconocidas trayectorias profesionales en Europa.

Cuentan que durante algo más de una hora, el público, aunque advertido, quedó magnetizado por la secuencia de voces, cuerdas y toques que inundaron el espacio.

Eliades Ochoa

Nadie coreó los temas, pues les eran desconocidos. Muy pocos se entregaron al baile, pues aunque no faltaron momentos de notable incitación rítmica, el virtuosismo de la entrega acaparaba la atención del auditorio. Apenas se echó de menos el hecho de que el festival, uno de tantos que ocupa el verano en la región, haya descolocado la programación de un evento dedicado esta vez a la música colombiana, con un emblema como la mítica Totó la Momposina, una especie de Celina González en lo suyo, por delante.

El nombre del proyecto fue de por sí sugerente, Afrocubism, en inglés, como para anudar en una sola palabra tres ideas: la presencia de músicos africanos y cubanos, la conjunción de ambas entidades y la presunción de una propuesta de vanguardia, como lo fue un siglo atrás el cubismo en el desarrollo de las artes visuales contemporáneas.

Toumani Diabaté.

Esta última asociación implicó algo más que un guiño intelectual. Las vanguardias artísticas europeas de entre guerras, como se sabe, encontraron fuentes de inspiración en el arte africano que recién entonces acababan de descubrir.

Pero hubo más. La baza publicitaria de World Circuit, y su cabeza pensante, el productor Nick Gold, tuvieron en mente redimensionar la memoria de uno de sus proyectos más rentables, Buena Vista Social Club, a la vez uno de los fenómenos más exitosos de la industria global del espectáculo en las últimas dos décadas.

El dossier circulado en Cartagena se explica por sí mismo: "Afrocubismo es el proyecto soñado de World Circuit. Esta fue la idea original de Nick Gold para Buena Vista Social Club, una estelar colaboración entre músicos de Mali y Cuba. Trece años atrás, una historia de pasaportes perdidos significó que nunca llegaran a La Habana los músicos africanos y que sin embargo otros diferentes discos fueran realizados".

¿Debe inferirse de lo contado que Buena Vista Social Club fue producto del azar? En parte sí. ¿Pero también que fue un producto no deseado? Absolutamente no.

Azaroso, efectivamente, por la imposibilidad de reunir en La Habana a los africanos fichados para la grabación. Apetecido porque se pintaba sola la oportunidad de potenciar la música tradicional cubana en momentos en que a escala internacional soplaban aires favorables para su relanzamiento.

Debe recordarse cómo desde inicios de los 90 veteranos trovadores y soneros comenzaron a hacerse sentir en diversos escenarios de Europa y Estados Unidos, a consecuencia de diversos factores que alguna vez habría que precisar con mayor detenimiento, que van desde el redescubrimiento de Cuba debido al naciente auge del turismo internacional en la isla hasta la búsqueda de sonidos acústicos en un tejido musical saturado por la electrónica, pasando por el boom comercial de las llamadas músicas del mundo o world music.

De modo que antes de que BVSC se concretara ya giraban Los Jubilados, Vieja Trova Santiaguera, Compay Segundo, el Septeto Nacional Ignacio Piñeiro y el Septeto Habanero. En los dos años que precedieron al lanzamiento de BVSC, los estudios de la EGREM de San Miguel vieron nacer los discos Pasaporte, donde brillaron los genios de Tata Güines, Miguelito Angá y Maraca: y Barbarísimo, en el que sones, danzones y descargas tomaron vuelo en las manos del pianista Frank Emilio Flynn y sus invitados.

A todas luces Gold, con una mezcla de olfato comercial y sensibilidad artística, apostó desde entonces por redimensionar el talento y la experiencia de un grupo de músicos cubanos portadores de los mejores valores de la tradición.

Según cuenta Juan de Marcos González, quien al frente del conjunto Sierra Maestra sabía el tesoro que guardaba la isla, Buena Vista "fue cocinado en una oficina de Cleveland Street 106, cerca de la parada de metro Warren Street, en Londres, por Nick Gold y por mí. (...) Quien dirigió toda la música, escribió los arreglos, buscó a los músicos y los puso dentro del estudio fui yo". Ry Cooder, excelente guitarrista norteamericano, recibió una invitación de World Circuit para que produjera el disco y participara en algunos temas.

Lo que vino después se conoce: el Grammy, las giras por el mundo, el documental de Win Wenders que mostró al mundo tanto la excelencia de músicas y músicos como la imagen tópica de unos ancianos rescatados por Cooder cabalgando en una moto rusa por una Habana oscura y decadente; y una saga de discos de sumo valor, con protagonismos sucesivos para Rubén González, Ibrahim Ferrer, Manuel (El Guajiro) Mirabal y Omara Portuondo.

Sin embargo, para Gold quedó una asignatura pendiente, la de los músicos africanos. De los fundadores de BVSC tenía disponible a Eliades Ochoa, artista exclusivo de su sello discográfico y a los 64 años toda una leyenda. Del otro lado del Atlántico, Mali, territorio bendecido por una exuberante autenticidad artística.

Así fue como Eliades compartió la línea frontal con Toumani Diabaté, intérprete de la kora, simbiosis de laúd y arpa de África occidental, y Bassekou Kouyaté, maestro en el ngoni, que se emparienta con el charango en sonoridades.

Diabaté y Kouyaté no solo han descollado por su sabiduría y virtuosismo en la ejecución del folclor maliense, sino por su capacidad para insertarse en las prácticas del jazz y el rock y de dialogar con otras músicas del mundo. El primero, por ejemplo, se ha presentado y grabado discos con el cultor de blues Taj Mahal, los españoles de Ketama y la carismática islandesa Bjork.

En el elenco figuran, además, Kassé Mady, a quien tienen en Mali como el heredero de la tradición de los gritos (juglares) y Fode Lassana Diabate, que toca el balafón, una variante de la marimba que tiene como caja de resonancia una batería de calabazas alineadas.

No se puede hablar de que esta sea la primera vez que confluyen las cuerdas malienses y cubanas. En los festivales de guitarra de La Habana, cuando los organizaba Leo Brouwer, fue común asistir a una fiesta de clausura en la que más de una vez la kora conversó con el tres y el laúd. Tampoco es nuevo el acercamiento de Mali al espectro sonoro cubano. No hay que hacer demasiada memoria para evocar a la orquesta Maravillas de Mali —a imagen y semejanza de Maravillas de Florida—, integrada por ocho jóvenes que se formaron en las escuelas de arte de la isla caribeña. Por cierto, al regresar a su país natal, invitaron a que colaborara con ellos al entonces poco conocido Kassé Mady. Sus versiones de temas como Balomina Mwanza y Maimouna causaron furor en Mali, Senegal, Guinea y Costa de Marfil a mediados de los 70.

Con esto quiero decir que no es asunto de novedad lo que distingue Afrocubism. Más bien se trata de la expansión de un núcleo de afinidades sanguíneas. Tras el concierto de Cartagena, el disco que debe salir al final del verano y las giras que se preparan dirán la última palabra sobre la puntería de la flecha lanzada por Gold y World Circuit al centro de una diana ocupada por el recuerdo de Buena Vista Social Club.

 

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