Nadie coreó los temas, pues les eran desconocidos. Muy pocos se
entregaron al baile, pues aunque no faltaron momentos de notable
incitación rítmica, el virtuosismo de la entrega acaparaba la
atención del auditorio. Apenas se echó de menos el hecho de que el
festival, uno de tantos que ocupa el verano en la región, haya
descolocado la programación de un evento dedicado esta vez a la
música colombiana, con un emblema como la mítica Totó la Momposina,
una especie de Celina González en lo suyo, por delante.
El nombre del proyecto fue de por sí sugerente, Afrocubism,
en inglés, como para anudar en una sola palabra tres ideas: la
presencia de músicos africanos y cubanos, la conjunción de ambas
entidades y la presunción de una propuesta de vanguardia, como lo
fue un siglo atrás el cubismo en el desarrollo de las artes visuales
contemporáneas.
Toumani
Diabaté.
Esta última asociación implicó algo más que un guiño intelectual.
Las vanguardias artísticas europeas de entre guerras, como se sabe,
encontraron fuentes de inspiración en el arte africano que recién
entonces acababan de descubrir.
Pero hubo más. La baza publicitaria de World Circuit, y su cabeza
pensante, el productor Nick Gold, tuvieron en mente redimensionar la
memoria de uno de sus proyectos más rentables, Buena Vista Social
Club, a la vez uno de los fenómenos más exitosos de la industria
global del espectáculo en las últimas dos décadas.
El dossier circulado en Cartagena se explica por sí mismo: "Afrocubismo
es el proyecto soñado de World Circuit. Esta fue la idea original de
Nick Gold para Buena Vista Social Club, una estelar colaboración
entre músicos de Mali y Cuba. Trece años atrás, una historia de
pasaportes perdidos significó que nunca llegaran a La Habana los
músicos africanos y que sin embargo otros diferentes discos fueran
realizados".
¿Debe inferirse de lo contado que Buena Vista Social Club fue
producto del azar? En parte sí. ¿Pero también que fue un producto no
deseado? Absolutamente no.
Azaroso, efectivamente, por la imposibilidad de reunir en La
Habana a los africanos fichados para la grabación. Apetecido porque
se pintaba sola la oportunidad de potenciar la música tradicional
cubana en momentos en que a escala internacional soplaban aires
favorables para su relanzamiento.
Debe recordarse cómo desde inicios de los 90 veteranos trovadores
y soneros comenzaron a hacerse sentir en diversos escenarios de
Europa y Estados Unidos, a consecuencia de diversos factores que
alguna vez habría que precisar con mayor detenimiento, que van desde
el redescubrimiento de Cuba debido al naciente auge del turismo
internacional en la isla hasta la búsqueda de sonidos acústicos en
un tejido musical saturado por la electrónica, pasando por el boom
comercial de las llamadas músicas del mundo o world music.
De modo que antes de que BVSC se concretara ya giraban Los
Jubilados, Vieja Trova Santiaguera, Compay Segundo, el Septeto
Nacional Ignacio Piñeiro y el Septeto Habanero. En los dos años que
precedieron al lanzamiento de BVSC, los estudios de la EGREM de San
Miguel vieron nacer los discos Pasaporte, donde brillaron los
genios de Tata Güines, Miguelito Angá y Maraca: y Barbarísimo,
en el que sones, danzones y descargas tomaron vuelo en las manos del
pianista Frank Emilio Flynn y sus invitados.
A todas luces Gold, con una mezcla de olfato comercial y
sensibilidad artística, apostó desde entonces por redimensionar el
talento y la experiencia de un grupo de músicos cubanos portadores
de los mejores valores de la tradición.
Según cuenta Juan de Marcos González, quien al frente del
conjunto Sierra Maestra sabía el tesoro que guardaba la isla, Buena
Vista "fue cocinado en una oficina de Cleveland Street 106, cerca de
la parada de metro Warren Street, en Londres, por Nick Gold y por
mí. (...) Quien dirigió toda la música, escribió los arreglos, buscó
a los músicos y los puso dentro del estudio fui yo". Ry Cooder,
excelente guitarrista norteamericano, recibió una invitación de
World Circuit para que produjera el disco y participara en algunos
temas.
Lo que vino después se conoce: el Grammy, las giras por el mundo,
el documental de Win Wenders que mostró al mundo tanto la excelencia
de músicas y músicos como la imagen tópica de unos ancianos
rescatados por Cooder cabalgando en una moto rusa por una Habana
oscura y decadente; y una saga de discos de sumo valor, con
protagonismos sucesivos para Rubén González, Ibrahim Ferrer, Manuel
(El Guajiro) Mirabal y Omara Portuondo.
Sin embargo, para Gold quedó una asignatura pendiente, la de los
músicos africanos. De los fundadores de BVSC tenía disponible a
Eliades Ochoa, artista exclusivo de su sello discográfico y a los 64
años toda una leyenda. Del otro lado del Atlántico, Mali, territorio
bendecido por una exuberante autenticidad artística.
Así fue como Eliades compartió la línea frontal con Toumani
Diabaté, intérprete de la kora, simbiosis de laúd y arpa de
África occidental, y Bassekou Kouyaté, maestro en el ngoni,
que se emparienta con el charango en sonoridades.
Diabaté y Kouyaté no solo han descollado por su sabiduría y
virtuosismo en la ejecución del folclor maliense, sino por su
capacidad para insertarse en las prácticas del jazz y el rock y de
dialogar con otras músicas del mundo. El primero, por ejemplo, se ha
presentado y grabado discos con el cultor de blues Taj Mahal, los
españoles de Ketama y la carismática islandesa Bjork.
En el elenco figuran, además, Kassé Mady, a quien tienen en Mali
como el heredero de la tradición de los gritos (juglares) y
Fode Lassana Diabate, que toca el balafón, una variante de la
marimba que tiene como caja de resonancia una batería de calabazas
alineadas.
No se puede hablar de que esta sea la primera vez que confluyen
las cuerdas malienses y cubanas. En los festivales de guitarra de La
Habana, cuando los organizaba Leo Brouwer, fue común asistir a una
fiesta de clausura en la que más de una vez la kora conversó
con el tres y el laúd. Tampoco es nuevo el acercamiento de Mali al
espectro sonoro cubano. No hay que hacer demasiada memoria para
evocar a la orquesta Maravillas de Mali —a imagen y semejanza de
Maravillas de Florida—, integrada por ocho jóvenes que se formaron
en las escuelas de arte de la isla caribeña. Por cierto, al regresar
a su país natal, invitaron a que colaborara con ellos al entonces
poco conocido Kassé Mady. Sus versiones de temas como Balomina
Mwanza y Maimouna causaron furor en Mali, Senegal, Guinea
y Costa de Marfil a mediados de los 70.
Con esto quiero decir que no es asunto de novedad lo que
distingue Afrocubism. Más bien se trata de la expansión de un
núcleo de afinidades sanguíneas. Tras el concierto de Cartagena, el
disco que debe salir al final del verano y las giras que se preparan
dirán la última palabra sobre la puntería de la flecha lanzada por
Gold y World Circuit al centro de una diana ocupada por el recuerdo
de Buena Vista Social Club.