Caracterizar en breves líneas la personalidad de un gran hombre
como José de la Luz y Caballero constituye siempre difícil empeño,
mucho más cuando su actitud ante la vida fue trascendente como
filósofo, patriota y sobre todo educador.
Nacido
en La Habana el 11 de julio de 1800, fue más un precursor de
doctrinas que un innovador. A los 24 años toma a su cargo la Cátedra
de Filosofía en el Seminario de San Carlos de La Habana, empeño que
dejó por tener que ir a buscar a otros climas la salud que le
faltaba.
De vuelta a la Patria, con experiencia y bagaje científico, se
consagra con más ardor a la enseñanza. Declara que la experiencia es
el punto de partida de todos los conocimientos, y que los únicos
medios que tenemos para asegurarnos de ellos, y ensancharlos, son la
intuición, la inducción y la deducción.
Si bien no dejó escrita ninguna obra orgánica, sus doctrinas
filosóficas afloran en diversos trabajos periodísticos, en los
cursos que impartió y en "aforismos" a los cuales se recurre tanto
hoy.
Revolucionario en el orden de las ideas, Luz y Caballero nutrió
sus enseñanzas de los valores patrios. La Patria fue la principal
inspiradora de su pensamiento y el resorte de sus acciones. Por la
causa de la justicia y el honor también combatió la esclavitud.
Como educador fue grande por el entusiasmo generoso, la
convicción profunda, el amor ardiente, la vocación decidida, y la fe
con que se dedicó a templar el alma de la juventud de su tiempo en
el crisol de la verdad, la justicia y la libertad, al comprender la
necesidad de lograr hombres activos y pensadores.
En Cuba enalteció el magisterio. Dijo que lo fundamental no es
enseñar, sino el espíritu con que se enseña; que el método
explicativo era el único práctico y científico, por lo que condenó
el método mecánico de preguntas y respuestas. Su magisterio fue el
mayor legado que nos dejó, por cuya influencia José Martí lo llamó
"el silencioso fundador".