La pasada zafra enseñó con toda crudeza los efectos de la crisis
cañera. Al extenso rosario de imprecisiones se unieron la falta de
organización y decisiones erróneas en indicadores capitales.
Casi la mitad de los productores y el 59% de las empresas
equivocaron sus apreciaciones.
En una tarea vital como esta faltó profundidad y eficiencia en la
supervisión del Ministerio del Azúcar, lo cual motivó el resultado
más adverso y controvertido de los últimos años.
La agricultura, para muchos el clásico "armador" de la molienda,
esta vez dejó de ser la impulsora de la zafra. Esto motivó que la
planificación se descompensara. La inminente caída de los estimados
y ante la infructuosa búsqueda del cumplimiento en azúcar, se apeló
a una cura peor que la herida: cosechar áreas no planificadas, lo
cual violó la política del Ministerio, afectó la composición de
cepas y elevó las pérdidas económicas y las indisciplinas. Este es
un mal repetido otras veces en muchos centrales, pero cuando el plan
se cumple todo queda bajo su sombra protectora. Directivos del MINAZ
aseguran que cada una de estas violaciones es examinada.
Cualquier valoración bien pensada y objetiva hubiese llegado a
una conclusión: imposible "tapar" el déficit cañero si el 59% de las
unidades incumplen sus estimados.
El azúcar ha distinguido históricamente a los cubanos. Esa noble
y económica tradición, lejos de mantener su descenso e incluso
desaparecer, puede, en unos años, rescatar el prestigio ganado y
volver a planos superiores si la materia prima es capaz de cubrir
las significativas capacidades aún disponibles y hoy mal
aprovechadas.
Por los actuales precios en el mercado mundial, el azúcar, el
alcohol y otros derivados pueden ser competitivos si se logran con
eficiencia y un óptimo uso de los recursos.
Comisiones de técnicos y especialistas del Ministerio del Azúcar
recorren las áreas cañeras, dialogan con los productores, anotan
quejas y sugerencias y buscan fórmulas que agilicen la solución de
los problemas que hoy enfrentan. La mayoría —se ha demostrado—,
depende del pensamiento y la acción de los propios cañeros.
Uno de los temas es el bajo precio que se paga a los productores.
Tomemos un ejemplo: una hectárea de caña que suministra 50 toneladas
recibe como pago 2 545 pesos; otros cultivos, en cambio, superan los
15 000 pesos por lo que cosechan en igual cantidad de tierra. Ello
desestimula y, a la vez, crea dificultades al diseñarse el sistema
de pago.
La radiografía sobre las violaciones que deben erradicarse está
hecha y estudiada, y ninguna es imposible de solucionar. Las
dificultades con la disciplina laboral y técnica, jornada que en
muchos casos solo dura 4 ó 5 horas —se ha comprobado que hasta
menos—, ausencia de normativas para las labores y su control por
brigada y la falta de exigencia de los técnicos, funcionarios y
cuadros junto a la formalidad en los controles, son elementos
desencadenantes de la situación actual.
Sobre esto y mucho más giran los diálogos sostenidos en la base
productiva, pero sin olvidar que en el transcurso de la zafra las
indicaciones no fueron transmitidas hasta los segmentos primarios de
las unidades y empresas. Algo lamentable es que muchas unidades
mantuvieron en la etapa problemas en la administración reflejados en
el mal uso de créditos, anticipos inadecuados, demasiados
trabajadores indirectos y exceso de gastos sin respuesta productiva.
La cañera es una agricultura básicamente de secano (sin regadío),
que tiene en la siembra, la limpia, la fertilización y otras
atenciones las armas principales para su desarrollo. El clímax llega
al iniciarse mayo, época en que, en años anteriores, el Ministerio
del Azúcar vuelca a todo su personal en función de esas tareas.
La indiferencia por la caña llegó a tal extremo que de los 200
000 trabajadores existentes en el organismo, solo el 15% estaba
incorporado a esas labores. La reciente toma de decisiones y el
aplicar lo establecido, van cambiando las cosas; al cierre de junio
los de "cara al campo" pasaban del 30%, balance parcial que
evidencia cierta mejoría.
Pero tener solo el 3% del área bajo riego con valor de uso, es
una de las limitantes en los rendimientos agrícolas. Datos oficiales
aseguran que existen 21 000 hectáreas con riego por derivación y
otras tecnologías, sin valor de uso. Y donde se utilizó tal
beneficio, lograron 96,0 toneladas por hectárea.
Cuestión vital para el futuro inmediato es cumplir este año las
122 000 hectáreas en el plan de siembra (en el fomento de una
caballería hay que invertir 14 000 pesos). Al cierre de junio se
llegó a 62 000, o sea, 4 000 menos de las que debían tenerse en el
semestre. Existen 40 000 hectáreas en proceso y, de estas, 17 000
surcadas y listas. La falta de humedad fue clave en esa diferencia.
El agro cañero, caracterizado en los últimos años por la
improductividad, saldrá a flote si es capaz de incrementar la
atención a los retoños, asegurar la doble jornada, exigirles más a
los jefes, aprovechar al máximo los recursos asignados por el
Estado, perfeccionar los controles, erradicar el voluntarismo y
pagar únicamente por los resultados.
El rendimiento de la caña es obra de la gestión agrícola y este,
junto a los costos que determinan la tasa de recuperación,
constituyen indicadores técnico-económicos fundamentales.