Me refiero al tema musical que ha acompañado la promoción de la
lid futbolística mundial de Sudáfrica, Waka waka (this time for
Africa), que en la interpretación de Shakira, con el grupo
Freshlyground de fondo, si bien ha ganado la efímera apuesta de las
listas de éxito, ha recibido también duras críticas.
Entre estas últimas, las de mayor entidad pasan por la
observación de que a una parte del público del país anfitrión no les
ha gustado la versión de la colombiana —en una nota de la SABS (South
African Braodcasting System), personas encuestadas se refirieron a
"la falta de convicción" de la cantante y a que "Freshlyground la
hubiera defendido mejor"—, y por el ocultamiento publicitario en un
primer momento del origen de la canción.
En el primer caso no cabe hablar en términos absolutos. Waka
waka y Shakira cuentan con devotos tanto en las gradas de los
estadios como en las discotecas. Tres días antes de la inauguración
de la Copa, un cronista del diario Johannesburg Globe suscribía cómo
"en las bocinas de los automóviles la música de la estrella
colombiana se reproduce con tanta persistencia que parece que todas
las calles de la ciudad se han puesto de acuerdo en sumarse, a
través de la canción, al espíritu de la fiesta deportiva".
Pero no es menos cierto que a muchos les hubiera encajado mejor
que la voz del Mundial fuera sudafricana. A reservas de que en otro
momento de este verano habremos de abordar la riqueza de una
actualidad musical prácticamente desconocida en el hemisferio
occidental —aquí mismo en Cuba padecemos un enorme vacío informativo
en cuanto a lo que sucede con los sonidos de ese país austral—, doy
razón a quienes deploraron la decisión de favorecer el protagonismo
de Shakira Isabel Mebarak Ripoll, a partir de las propias
contribuciones al disco del evento.
Expliquemos ante todo que la selección de la canción oficial de
la Copa es potestad de la FIFA en alianza con quien produce y
distribuye el producto, la transnacional Sony Music. El zar de la
organización deportiva, Joseph Blatter, celebró el tema por
representar "lo que nosotros, los aficionados al fútbol, podemos
esperar de Sudáfrica: vitalidad, poder y dinamismo".
¿Acaso un grupo como Freshlyground no era capaz de encarnar por
sí mismos esos valores? ¿Podía desconocerse el impacto de una
formación que apenas dos años antes arrasó con los premios
principales de la discografía doméstica, los SAMA, con una muestra
enérgica de la fusión entre el pop y las raíces folclóricas?
La insatisfacción parte de la presencia en el elenco del disco
oficial del evento, Listen Up: The Oficial 2010 FIFA World Cup
Album —integrado por otros once temas, además de Waka waka—
de la banda UJU, liderada desde el 2006 por el cantante y poeta
Nthutu Ndlovu, una de las revelaciones de la zona pop/rock en el
país de Miriam Makeba. Eso sin contar con que en el álbum están
incluidas, como figuras de relleno, una estampa mítica de la canción
africana, la beniana Angelique Kidjo, quien ha asimilado con
originalidad la impronta de los ritmos latinos, artista que ha
revolucionado el hip hop en Europa por la equilibrada hibridación de
sus fuentes sonoras. Nneka, hija de padre nigeriano y madre alemana,
irrumpió el año pasado en la lista de éxitos de Alemania y Gran
Bretaña y, en fecha reciente, alternó en una gira de conciertos por
Europa con Lenny Kravitz.
Para la alianza Sony-FIFA resultaba más efectivo jugar al seguro
la carta de Shakira por el terreno adelantado por esta en su
andadura internacional.
Vale decir que las participaciones artísticas en este proyecto
son honoríficas; la recaudación, tanto de la canción oficial como
del álbum, tiene por destino desarrollar no menos de 20 de los
llamados centros Football for Hope (Fútbol por la Esperanza) en
tierras africanas.
Sin embargo, para la Sony se trata también de una operación de
mercadotecnia. Doktus Ageepanana, analista de la industria del
espectáculo que comparte sus investigaciones desde Pretoria, sacó
cuentas acerca de cómo bastó que transcurriera un mes desde el
lanzamiento de Waka waka para que se quintuplicaran en las
principales ciudades sudafricanas las ventas del álbum Loba, de
Shakira, distribuido por Sony Music. Desde el punto de vista de las
ganancias, eso es lo que importa. Poco interesa que al pasar los
meses, Waka waka quede como un dato en los archivos
históricos de la Copa, como sucedió con Boom, de Anastacia en
la cumbre futbolística del 2002, o con El tiempo de nuestras
vidas, del cuarteto Il Divo en el 2006.
En cuanto a la paternidad de Waka waka se formó una
tormenta que parece haberse disipado después de unos cuantos rayos y
truenos. En el anuncio oficial quedó establecida la autoría de
Shakira, y pocos le prestaron atención a una acotación descriptiva
del tema en el comunicado oficial de la FIFA: "Las guitarras
sudafricanas apoyan un toque afrocolombiano y el ritmo soca. El coro
es similar al de una popular canción camerunesa hecha famosa por
Golden Voices en particular".
En América Latina y otras partes del mundo, donde dicha
aclaración pasó inadvertida, comenzó un rosario de descalificaciones
que hilvanó desde la posibilidad de plagio hasta la falta de
originalidad de la intérprete devenida compositora.
Lo curioso está en que en nuestras tierras casi nadie conoce a
las Golden Voices (después adoptaron el nombre de Zangalewa), pero
sí al dominicano Wilfredo Vargas, quien en 1988 logró que Las Chicas
del Can y Miriam Cruz pegaran El negro no puede, que tomó el
estribillo del primigenio Waka waka.
A Vargas lo instigaron para que presentara una demanda y lo
desechó inmediatamente, pues al fin y al cabo, como dijo, ambos
partieron de idéntica referencia.
Sin embargo, pocos se han cuestionado la interpretación de
Shakira por sí misma. De un tiempo a esta parte la colombiana se ha
ido apartando cada vez más de la expresión que predominaba en sus
discos iniciales, cuando aportaba una línea interesante en el ámbito
del pop latino. La estridencia de su emisión vocal y el abuso de
efectos de vibrato se han convertido en un lugar común, en sentido
inversamente proporcional a la imagen de la artista. Da la impresión
de que ha elegido ser un producto visual antes que sonoro. No es
noticia en estos tiempos que la imagen venda, que el continente
sobrepase al contenido.
Después de todo, esa es la filosofía de la industria global del
espectáculo.