La disciplina en el trabajo —como en el estudio, en la
instrucción militar o en cualquiera otra esfera de la actividad
colectiva— es el acatamiento y la observancia de las reglas que lo
norman y que determinan las relaciones entre los que toman parte en
él: relaciones de unos trabajadores con otros y de estos con los
jefes de brigadas, los responsables de producción, administradores,
etc.
La disciplina en el trabajo tiene una importancia muy grande en
la producción puesto que garantiza que ésta se lleve a cabo conforme
a las especificaciones, con un ritmo elevado y aprovechando al
máximo la capacidad de trabajo de cada uno.
Veamos en forma más práctica lo que es la disciplina en el
trabajo y sus efectos en la producción:
Una de las reglas más elementales del trabajo es la del horario:
llegar a la hora de entrada, cumplir la jornada y no abandonar la
labor hasta que no llega la hora de salida.
Cumplir esa regla es acatar y observar la disciplina en el
trabajo.
Esa disciplina garantiza el funcionamiento regular de la
producción, su marcha normal, pues al iniciarse la labor cada uno
estará en su puesto, atendiendo a sus obligaciones, y permanecerá en
él hasta el momento de la interrupción organizada y hasta el fin de
su jornada.
Hay algunos que no observan esa regla o que no quieren
observarla; que no cumplen o no quieren cumplir, en ese aspecto, la
disciplina del trabajo.
A veces justifican la falta con las deficiencias del transporte,
con el argumento de que viven lejos, de que se quedan dormidos, etc.
Pero esa falta no puede justificarse con nada.
En el trabajo hay que estar puntualmente a la hora de su
comienzo, pues de otro modo se desorganiza el trabajo, se perjudica
la labor de los trabajadores que llegan a tiempo y no se permite al
centro de trabajo funcionar en la forma debida.
Otra forma elemental de la disciplina en el trabajo es el cabal
cumplimiento de las órdenes e instrucciones que imparten el
administrador, el jefe de producción, el responsable, director, etc.
Sin esa relación, el trabajo colectivo es imposible.
En una fábrica o centro de trabajo donde se emplean decenas o
cientos de trabajadores, cada uno con funciones distintas para
llenar el proceso de una producción o de un servicio, es
absolutamente necesaria una autoridad que ordene, que organice, que
distribuya la responsabilidad y la parte de labor que le toca a cada
uno y que exija el cumplimiento de estas.
Esto es claro, pero a veces no se observa debidamente.
Hay algunos que opinan que más que cumplir una orden o seguir una
instrucción ellos deben discutir cada encargo, cada orden que se les
da.
Y de ese modo no puede haber trabajo.
El trabajador puede hacer, a veces, una observación útil sobre un
proceso de trabajo sobre el que tiene experiencia.
Tiene medios para hacerlo, bien en la breve conversación al
recibir la orden de ejecutarlo, bien en la asamblea de producción,
bien a través de comunicación escrita al director, etc.
Pero trasformar esto en una discusión constante, en una
resistencia real a cumplir las órdenes y seguir las instrucciones
recibidas, es una falta seria contra la disciplina en el trabajo.
Hay otros que, simplemente, no cumplen las órdenes, no ejecutan
las instrucciones, no hacen lo que se les ha mandado a hacer o lo
que les corresponde hacer, lo que es una forma aún más grave de
infringir la disciplina en el trabajo, con evidente perjuicio —a
veces gravísimo— para la producción.
Otra regla fundamental del trabajo es la de que cada trabajador,
cada empleado, cada funcionario se ocupe de la labor que le
corresponde en el período de tiempo de su jornada. Si un trabajador,
si un empleado, si un funcionario utiliza su tiempo en darles
conversación a los demás, en ir de un sitio a otro sin ningún
propósito productivo, en sostener interminables charlas telefónicas
sobre asuntos particulares e intrascendentes, no sólo no cumple con
su obligación fundamental de trabajar, sino que interrumpe y estorba
el trabajo de los demás. Esto es una falta grave a la disciplina del
trabajo con efectos desastrosos sobre la producción, no sólo en
cuanto a su cantidad sino también en cuanto a su calidad.
Faltar al trabajo sin una causa justificada es una infracción a
la disciplina del trabajo.
Majasear, hacer menos de lo que se debe y de lo que se puede,
perder el tiempo y hacérselo perder a los demás, de una forma u otra
en el curso de la jornada, es faltar a la disciplina en el trabajo.
Reñir con un compañero de labor o con cualquiera dentro del
centro de trabajo es una intolerable falta a la disciplina en el
trabajo, que exige relaciones correctas y fraternales entre todos
los trabajadores.
Todo lo que infrinja las reglas del trabajo, todo lo que vaya en
contra de las relaciones que deben existir entre los trabajadores,
los directores y los jefes, viola la disciplina en el trabajo y hace
daño a la marcha de la producción, a su volumen y a su calidad.
Por eso es tan necesario que en todo centro de trabajo reine la
disciplina en el trabajo.
Por eso es tan necesario que cada uno se esfuerce por observar la
disciplina en el trabajo.
Lograr la disciplina en el trabajo requiere el esfuerzo de todos.
Administrador, director, dirigentes de la sección sindical, jefe,
etc., tienen que dar ejemplo de disciplina y exigirla.
Trabajadores, empleados, funcionarios, tienen que esforzarse
conscientemente por comprender la necesidad de la disciplina,
acatarla y observarla.
Lograr la disciplina requiere una labor constante de
esclarecimiento.
Pero también requiere que se apliquen sanciones a los contumaces,
a los que se empeñan en no comprender, a los que infringen
constantemente la disciplina en el trabajo y dañan con ello al
trabajo, al pueblo y a sus propios compañeros de labor.
La Habana, 19 de junio de 1963.